En esta noche de 1959, víspera de la final del campeonato mundial de fútbol, Moacir Barbosa durmió arrullado por los ángeles. Él era el hombre más querido del Brasil. Pero al dia siguiente, el mejor arquero del mundo pasó a ser el peor traidor a la patria: Barbosa no había sido capaz de atajar el gol uruguayo que arrebató al Brasil el trofeo mundial.
Trece años después, cuando el estadio de Maracaná renovó sus arcos, Barbosa se llevó los tres palos donde aquel lo había humillado. Y pateó los palos a golpes de hacha, y los quemó hasta hacerlos cenizas. El exorcismo no lo salvó de la maldición.
Capítulo para el 15 de julio de "Los Hijos de los Días" de Eduardo Galeano
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