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Caleidoscopio
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Usura en tiempos de financiarización

La financiarización se ha extendido en las últimas décadas hasta someter a la economía productiva; el uso de más dinero que el que se tiene apelando al crédito, sobrepasó al capital productivo al inicio tímidamente, luego por mucho.

La financiarización reduce todo lo que resulta del trabajo a instrumento financiero intercambiable. De la mano de la financiarización, del capital parasitario superando largamente al capital productivo, vienen casi naturalmente la reducción de la producción a la especulación y la reivindicación de una vieja conocida, la usura, pero como interés y no ya como usura, renegando del nombre desacreditado a lo largo de los milenios.

El interés es el cálculo de la usura, palabra que deriva del latín "usus", en este caso el precio del uso del dinero prestado.

La usura es muy anterior a la financiarización pero que se mantiene muy actual. Hoy en día la palabra se esconde tras otras de apariencia más técnica, más pulida, menos agresiva. Es una variante de la ambición, que implica afán de dominio y manipulación, y es presentada como necesaria para la buena marcha del mundo moderno.

¿Adónde se mudó el diablo?
El poeta "maldito" francés Charles Baudelaire, muerto en 1867 a los 46 años, recogió un proverbio medieval que decía que la mayor habilidad del diablo es hacernos creer que no existe. Quizá su propia experiencia con los "paraísos artificiales" lo puso ante la inexorabilidad de lo que había creído posible burlarse. Ahora que parece que de verdad el diablo no existe, ese proverbio se puede trasladar a la usura, que no se menciona a pesar de que el mundo moderno vive de ella, tanto que es la base de la deuda externa.

Para el derecho romano, usura era sencillamente el alquiler del dinero prestado. Quien recibía un préstamo debía devolver al prestamista el capital prestado más un plus que se llamaba "usura", que era el valor del "uso" del dinero ajeno.

Cuando la fama que había conseguido la palabra usura -desde tiempos en que cuando vender los hijos no era suficiente para pagar una deuda había que venderse a sí mismo como esclavo- hizo provechoso ocultarla, se la cambió por "interés" que es también el alquiler del dinero prestado y el método para calcularlo, pero bajo otra denominación.

Deuda, interés, anatocismo
El anatocismo es la capitalización de los intereses; es decir, el procedimiento tan común hoy en día, y tan ruinoso, de incorporar la usura a la deuda, de modo que crezca según el interés compuesto.

El anatocismo explica por qué la Argentina, a pesar de haber pagado su deuda externa varias veces, debe cada día más: tal es la importancia de la usura en estos tiempos y posiblemente la razón por la que no se nombra, y si se la nombra es solo para los prestamistas de barrio, reliquias de tiempos pasados que de paso sirven para mostrar qué primitivos eran aquellos tiempos y con cuánta felicidad quedaron lejos.

La codicia, el vicio de los mercaderes, apareció al fin de la Edad Media europea como el deseo concupiscente de adquirir: hoy dinero; antes granos, muebles, esclavos, tierras. La novedad es que el egoísmo en los tiempos del neoliberalismo puede expresarse sin tapujos, no necesita ocultarse tras fines nobles que terminan haciendo dudar de la nobleza.

Cómo llenar un barril sin fondo
Aristóteles, que aplicó su enorme capacidad intelectual en tantos campos con tanto provecho, definió: avaro es el no gasta en lo que debe, ni lo que debe, ni cuando debe.
La necesidad de acaparar pretende llenar un barril sin fondo; hace de la vida -entre la primera inspiración del neonato hasta la última expiración del moribundo- consumo incesante, innecesario y nocivo; es tener más y más cosas y tratar a las cosas como ídolos y a los personas como cosas.

En estas condiciones, los políticos buscan desde los cargos públicos enriquecerse a expensas de lo que es de todos, con la excusa de prestar servicios a todos y usando todos los medios, incluso los más detestables,

Para el avaro -y el inducido a imitar su comportamiento- el dinero y lo que conlleva es la finalidad de la vida, no un medio para vivir. El avaro está a nuestro lado entre nuestros compañeros, socios, amigos pero no se considera compañero, socio ni amigo de nadie, les hace a todos la vida desagradable.

El hombre modelado por la modernidad tiene dificultades para compartir, para comunicarse y para solidarizarse con los demás. Vive ajeno a la gente que lo rodea atento solo al tesoro que logró reunir mediantes golpes de suerte en antros especulativos, donde gana el que tiene mejores datos, como en los hipódromos.

Hechos por una sociedad enferma
En la especulación parasitaria, en el casino a cielo abierto, está la razón de ser de la sociedad moderna, su estructura de fondo.
La consecuencia es la generación de un tipo humano enfermo, al que los que se mantienen todavía fuera del mecanismo consideran un loco que vive pobre con la esperanza de morir rico. A ellos les pueden faltar muchas cosas; al avaro, todas.

Son avaros los políticos que buscan puestos para enriquecerse, gentes cada vez más numerosas y mejor conocidas que toleradas. Tratan de ganar elecciones manipulando votantes, comprando conciencias, ofreciendo prebendas y dádivas que no son sino momentos de una carrera al poder y al enriquecimiento impune.

También están los empresarios que obtienen negocios de la administración mediante sobornos que a veces terminan en catástrofes.

En otros tiempos los avaros guardaban monedas de oro en cajones que abrían en noches de insomnio para acariciarlas. Ahora han cambiado los procedimientos, pero su amor por los objetos, el más espurio de los amores, sigue como siempre.

Con el advenimiento de la sociedad industrial la felicidad se “materializó”. El dinero ya no fue solo un medio de pago o intercambio sino un fin por sí mismo que exigía crecer sin pausa. Se abrió el camino de la actual dictadura del capital parasitario, signado por sucesivas crisis y “burbujas”.

La codicia lleva naturalmente a la deslealtad, a la traición para el beneficio personal, a sobornar y buscar ser sobornado.

Para el budismo, por ejemplo, la avaricia deriva de una equivocación fundamental: entender que la felicidad tiene una base material y que lograda ésta, aparecerá aquella, lo que no les sucede nunca a los avaros, que jamás son felices.

La tendencia a centrarse en el objeto, a confundirlo como objeto de amor cuando es objeto de uso, es el arranque de aquel error. Pero de felicidad, nada. ¿Cómo podría ser feliz alguien que no puede dormir con los dos ojos cerrados porque piensa que si se duerme le quitarán de noche lo que pudo acumular de día?

La gratificación instantánea
La idea moderna es que el hombre feliz, integrado, normal y de provecho, es el buen consumidor, capaz de ganar dinero y gastarlo en satisfacciones y placeres.
Sobre todo los jóvenes, que tienen la personalidad en formación y son propensos a “comprar” sin discernir lo que se les vende en paquete prestigioso, tienen a suponer que deben vivir la vida a fondo, consumiendo todo sin privarse de nada, ya que privarse es ser infeliz.

Por ese camino llegan a conocer cómo detrás del consumo inducido sin fin está el vacío sin fin, que nada puede colmar.

“El hombre que no pone límites a su codicia siempre tendrá poco, aunque se vea señor del mundo”, escribió Platón hace más de 2400 años. Así sigue siendo ahora porque hay cosas que no cambian. La insuficiencia va por dentro, pero el avaro es ciego para su propio interior.

El avaro se convierte en usurero y la usura, redesignada como interés, persigue a los deudores con saña feroz sobre todo ahora, cuando ya no la ejerce un avaro individual sino una sociedad de ellos consagrada por una legalidad ad hoc.

El hombre generoso sabe que encontrará alguien que lo ayude si necesita pero sobre todo siente aquí y ahora la satisfacción de dar, que es crecer, y que la usura ignora por completo y supone una locura.

La actitud “económica” de destruir bienes y alimentos para que aumenten de precio es propia de las crisis de sobreproducción relativa de nuestro sistema social, pero está firmemente enraizada en la conducta esencial del avaro.

Muere en la pobreza, como vivió, para que sus bienes refuljan en manos de sus herederos, que no tardarán en disiparlos como que les han sido regalados.
De la Redacción de AIM.

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