Por si alguien tenía dudas, Donald Trump no es flor de un día ni fruto de un arrebato de tipos rudos y desafectos con las élites. Todo apunta a que en esta tormenta, su influencia no es un trastorno social transitorio. Gane o pierda, cosa que, según parece, acabará en litigio, Trump ha demostrado que era mucho más que un efecto repudio a Hillary Clinton en el 2016.
Su comportamiento en las urnas este 3 de noviembre pone en evidencia que su durabilidad se fundamenta en un apoyo entusiasta de amplias franjas de Estados Unidos. A partir de los sondeos a la salida de los colegios electorales, sus seguidores indicaron de forma mayoritaria que acudieron a votarle en apoyo a su gestión y no en contra de Joe Biden.
La cita electoral indica que el republicano fue mucho más que un efecto de repudio a Clinton en el 2016
Siguen comprando ese mensaje disruptivo del 2016 de secar la ciénaga de Washington –incluso después de un mandato en el Gobierno– o de aniquilar todas las regulaciones, en especial las medioambientales.
Este 3 de noviembre se produjo un récord de participación, más de 160 millones de votantes (66,9%), la cifra más alta desde 1900. Al abrise las urnas, había 230.000 estadounidenses muertos por la pandemia. Y pese a esta circunstancia, el presidente pescó tres millones más de sufragios (66,8%) que hace cuatro años. Esto no impide que continúe a la cola en voto popular, rezagado en casi tres millones de papeletas respecto a Biden. En caso de ganar Trump, sería la tercera vez en dos décadas en que la opinión de la mayoría se ve frustrada por el diseño electoral, que privilegia a estado menos poblados.
En la zozobra de las horas iniciales de recuento, cuando parecía que todo estaba acabado para Biden con las pérdidas de Florida y Ohio, hubo alguna voz demócrata en la fiesta convocada en Wilmingon, hogar del ex vicepresidente, que expresó una queja de fondo. “Trump ha sabido insuflar energía en los suyos, más allá de lo que llamamos sus bases”, se lamentó uno de los invitados. Luego, al ver que Biden resistía, hizo borrón y cuenta nueva.
“Donald Trump nunca se irá en realidad, incluso si rotundamente perdió en este martes. No el 4 de noviembre, no el 20 de enero (jura del nuevo presidente), no cuando muera, no en cien años. Bien puede ser lo que más recuerden de nuestra era las generaciones futuras. No por lo que haya conseguido, sino porque la historia de un rey loco es un cuento inmortal”, escribe Thomas Wright de la Brookings Institution, en un artículo de The Atlantic.
La fidelidad de los votantes de Trump está aprueba de todas las bombas informativas de los grandes diarios del país en los que se le acusa de corrupto, racista, misógino o mentiroso. A los hombres blancos sin estudios del cinturón del óxido y al mundo rural, los más fieles sin duda en esta nueva versión del Partido Republicano, saben de esas imputaciones y es como si oyeran llover.
Es un fenómeno político real que los encuestadores han fallado a la hora de medirlo. Hay gente que siente vergüenza de votar a Trump, pero le vota.
Esta prevención no se detecta en absoluto entre los hillbillies (término despectivo aplicado a los trabajadores blancos sin formación) y los rednecks, los del cuello rojo por el sol, los agricultores y rancheros.
Unos y otros representan dos bloques graníticos en su fervor por Trump. Aunque Michigan y Pensilvania, dos de los estados del óxido más relevantes, puedan acabar en manos de Biden, que ha tenido algo más éxito con los no educados que Clinton, esta situación se atribuye a un mayor respaldo de las mujeres (en especial las de los suburbs o zonas residenciales periféricas) y de los blancos con título universitario.
En un reciente viaje por la América rural, una de las cosas sorprendentes fue escuchar hablar sobre Trump con una admiración que en Nueva York, su cuna, suena a chiste. El que en la metrópolis de los rascacielos es un empresario que heredó su imperio de su padre y que ha estado al borde de la ruina en varias ocasiones, en las grandes llanuras lo ven como un billonario inteligente –¡qué listo por no pagar impuestos!– y generoso, que dona su sueldo oficial a la caridad.
Los cuatro estados de ese viaje (Kansas, Nebraska, Wyoming y Dakota del Sur) han sido de nuevo graneros para Trump.
Bob Coronato artista natural de Nueva Jersey, educado en California y residente en Hulett, pequeño pueblo de Wyoming, considera que la conexión con Trump en esos estados funciona bien por el sentido del patriotismo que maneja el presidente.
“En zonas rurales se ven muchas banderas de Estados Unidos y tienden a ser más patriotas. No conozco a prácticamente nadie que no tenga un familiar que haya servido en el ejército. En las ciudades no existe esa conexión, no son tan patriotas”, de lo que se concluye que Trump pierde.
Fuente: La Vanguardia.