Al cumplirse el quinto día de los bloqueos realizados por miles de camioneros el presidente de facto brasileño Michel Temer convocó ayer las fuerzas armadas para evitar el colapso de San Pablo, Río de Janeiro y otras capitales debido al desabastecimiento de insumos básicos.
“De inmediato vamos implantar un plan de seguridad para superar los graves efectos causados por esta paralización, comunico que accioné a las fuerzas federales de seguridad para desbloquear las rutas”, dijo Temer usando un tono de voz enérgico y ademanes firmes. Estaba sobreactuando su condición de comandante las fuerzas armadas. En rigor de verdad esta decisión antes que una demostración de autoridad, puso en evidencia la crisis de gobernabilidad.
Diecisiete horas antes de ese discurso televisado había pactado con los transportistas una “tregua” de quince días a cambio de la cual les prometió el congelamiento del precio del diésel y la reducción de algunos impuestos.
El acuerdo fue traicionado por los empresarios y camioneros en las primeras horas del viernes cuando retomaron, y con más radicalización, la obstrucción del tránsito en carreteras federales y estaduales de al menos 24 de los 27 estados de la Unión. Temer es un no presidente: perdió prácticamente toda su autoridad. Sus decisiones son desoídas por los camioneros y hasta por parte de sus correligionarios del Movimiento Democrático Brasileño, que prefieren distanciarse del mandatario más impopular desde el fin de la dictadura.
Su foto espanta a los votantes cuando faltan poco más de cinco meses para las elecciones. Una encuesta aparecida ayer, del instituto Ipsos, indicó que tiene el 92 por ciento de rechazo de los encuestados. Otra publicada la semana pasada, de la consultora MDA, dice que sólo lo votaría el 0,9 por ciento de los brasileños y el 72 por ciento rechaza a la gestión surgida del golpe que derrocó a Dilma Rousseff en 2016.
Uno de los dilemas del ocupante del Planalto es como llegar al fin del mandato. Y una de las opciones de las que ha echado mano con cierta frecuencia fue militarizar las crisis. Así ocurrió en febrero pasado cuando nombró al general Walter Souza Braga Netto como interventor de Río de Janeiro. Y poco después al designar al general Joaquim Silva e Luna como responsable del Ministerio de Defensa, el primer militar que ocupa ese cargo en un gobierno civil. La actuación del ejército en Río de Janeiro ha sido decepcionante: la estrategia de atacar las favelas para erradicar a los narcotraficantes fue un fracaso, mientras las matanzas de los parapoliciales aumentaron. Una de sus víctimas de los “paras” fue la activista Marielle Franco, conocida por sus críticas al accionar castrense en las comunidades.
Ahora habrá que aguardar para constatar la eficacia de los militares para dar cuenta del movimiento de los transportistas. Ayer el general Silva e Luna prometió una “acción rápida” que permita desbloquear las carreteras y preservar la infraestructura critica. “El ejercito, la marina y la fuerza aérea van a entrar para evitar el desabastecimiento”, anunció el ministro de Defensa.
Es imprescindible que las tropas sean eficientes para restablecer de inmediato el funcionamiento de los grandes centros urbanos. El alcalde de San Pablo, Mario Covas, decretó ayer el estado de “emergencia” ante la falta de combustible lo cual impidió la circulación del 40 por ciento de los colectivos, obligó a suspender la recolección de basura y redujo el tiempo de patrullaje de la policía. En Río de Janeiro hubo un 70 por ciento menos de colectivos y ayer por la noche había pocas estaciones de servicio a las que les quedaba nafta. En Brasilia se acabó el kerosene para aviones en el Aeropuerto internacional.
¿Huelga o lockout?
Esta medida de fuerza realizada por empresarios, que probablemente aportan dinero para garantizar una logística costosa, no puede confundirse con “una huelga de trabajadores”, explica el abogado laboralista Normando Rodrigues, asesor de la Federación Unica de los Petroleros. Pero parte de las decenas de miles de participantes en los piquetes son camioneros “autónomos”, dueños de sus unidades, y choferes (algunos presionados por sus jefes) por lo cual este paro tampoco es un “lockout” clásico. Aunque se le parece.
El caso es que ninguna de las huelgas organizados por los sindicatos de trabajadores desde el inicio del gobierno temerista tuvo la potencia de este “lockout” heterodoxo. Perjudicados por la contra-reforma laboral los sindicatos están a la defensiva. Son víctimas de la represión de la policía y la amenaza de unas fuerzas armadas educadas para reprimir organizaciones populares. En mayo de 2017 fueron movilizadas contra un concentración gremial realizada en Brasilia. Ahora los militares tendrán que entrar acción y demostrar su disposición de poner orden contra camioneros que en buen número son simpatizantes del candidato presidencial y ex capitán Jair Bolsonaro. Uno de los piqueteros dijo a radio CBN que para acabar con la corrupción de Temer lo mejor sería “la intervención militar”.
Fuente: Página 12