Lo que los franceses llamaron América Latina para evitar nombrarla como Hispanoamérica y reclamar derechos sobre ella, nuestro subcontinente, escenario del mayor genocidio de la historia desde 1492, será probablemente el escenario de una guerra entre potencias.
Los acontecimientos de Venezuela parecen marchar en ese sentido. Todos los intentos “pacíficos” de Estados Unidos de voltear el gobierno venezolano para hacerse con los recursos naturales del país fracasaron.
Cuando intentaron la vía militar se encontraron con que Rusia se instaló en Venezuela y se negó a retirarse y la diplomacia china, menos diplomática que otras veces, sentenció que Nuestra América “no es patio trasero de nadie”.
La doctrina del destino manifiesto considera a toda América territorio estadounidense, empezando por México, y los planificadores imperiales, tras la segunda guerra mundial, reclamaban para el imperio todos los recursos naturales del “patio trasero”.
Para eso había que desembarazarse de obstáculos verbales “democráticos” como los derechos humanos; pero mantenerlos para el vulgo, y considerar “comunista” sin mirar ideología a cualquier gobierno que osara negar a los Estados Unidos sus recursos.
Cuando Oriente, que el maestro zen Deisatz Teitaro Suzuki consideraba hace un siglo un gigante a punto de despertar, tomó el camino capitalista puso en juego energías enormes, imprevistas.
Ahora la China pero también la India son potencias y disputan la supremacía económica de Occidente, como Rusia disputa la militar.
No termina ahí: como pretenden ser iguales que los occidentales en consumo, nivel de vida, "comodidades", etc, etc, siguieron por el camino que iniciaron hasta el punto inevitable en que la competencia económica se volvió también militar.
Los Estados Unidos impidieron que Europa, que es un mercado más grande que el suyo, alcance la supremacía una vez constituida la Unión Europea. Entonces los aplastaron con los bancos y hoy los tienen de rodillas, pero protestones y con ganas de levantarse.
Los chinos siguen creciendo y atando relaciones con todo el mundo. Su presencia en África es mucho más fuerte que en Nuestra América y perturba a los colonialistas que ven el África como coto suyo desde hace algunos siglos.
Al fin de la Segunda Guerra un planificador norteamericano reclamaba que se permitiera a Europa explotar al Africa para mejorar el estado de ánimo europeo, muy caído por entonces. Ya veían a Europa como segundona eficiente de su "área grande" de influencia, en que incluían a casi todo el mundo. Y al mundo como fuente de recursos que tenía un obstáculo removible: la población autóctona.
De Latinoamérica decían los planificadores que era un conjunto de pequeños países que nunca habían molestado, porque sus oligarquías, incomparablemente serviles, nunca les habían negado nada.
Tan pronto molestaban -aparecía un gobierno que pretendía ocuparse de su pueblo- eran tratados como Haití, como Nicaragua en tiempos de Sandino, como Guatemala, México, El Salvador o Venezuela.
Hace tiempo, hicieron saber que la Triple frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay era "un nido de Hezbollah". Hezbollah es un pretexto, derivado del "choque de civilizaciones", la fantasía sin sustento que planteó Samuel Huntington reflotando las cruzadas con otras intenciones.
Cuando de Hezbollah no hable nadie, Nuestra América puede ser campo de enfrentamiento militar entre imperios, porque China se introducirá económicamente mucho más, es inatajable, y los norteamericanos no se retirarán sin más, como hicieron los ingleses al terminar la guerra.
Ya los imperios emergentes tienen poder para enfrentarlos militarmente, solo hay que decidir el terreno. Para el primer premio está África, pero segundos estamos nosotros, porque en nuestro territorio los intereses de ambos imperios, el occidental donde muere la luz y oriental donde la luz nace, chocarán directamente.
Hemos fracasado desde el Congreso Anfictiónico de Panamá en adelante en constituirnos en una unidad respetable. Ahora debemos sufrir las consecuencias.
Esta perspectiva puede parecer trágica, falsa, ilusoria, apocalíptica, pesimista; pero está contenida en la idea de racionalidad que tenemos al menos desde la Ilustración, la misma que presentó como problema racional cómo evacuar eficazmente los cadáveres de Auschwitz y que estudia con diagramas en colores la relación costo-beneficio de matar por contaminación la población del tercer mundo.
Y además, está prevista en los planes de las potencias que se enfrentarían. No se trata de una recaída bajo el dominio de los imperios, como nos viene pasando desde 1492, sino de algo mucho peor: ser teatro de operaciones de una guerra total.
De la Redacción de AIM.