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Juan Duarte: Fin del juego

El 9 de abril de 1953,  se cumplirán el lunes próximo 65 años,  se suicidó Juan Duarte, hermano de Eva, y secretario privado del presidente Juan Perón

Juan Duarte.
Juan Duarte.

Cuando el mayordomo entró en la habitación de Juan en el quinto piso del edificio de la avenida Callao 1944,  el   cadáver del secretario privado del presidente estaba en medio de un charco de sangre, en  calzoncillos, camiseta, medias y ligas, con la marca de un balazo en la sien derecha.

Duarte estaba arrodillado ante la cama como si hubiera muerto mientras rezaba. En el suelo se veía un revólver Smith & Wesson calibre 38 y sobre la mesa de luz una carta en que se despedía de su cuñado y jefe, Juan Domingo Perón.

En 1952 había muerto Evita y el gobierno peronista estaba en dificultades ya dos años antes del golpe de 1955.  El suicidio fue considerado un ajuste de cuentas entre jerarcas cómplices de turbias maniobras de corrupción vinculadas con el monopolio oficial de la exportación de carne. La víctima, Juancito Duarte, conocido como “Pebete” había sido vendedor de jabones que, gracias al ascenso de "Evita",  su hermana menor, Eva Duarte, se había convertido en uno de los hombres más poderosos y ricos del país.

Juancito nunca descolló como estudiante, pero sí por su éxito entre las chicas, mientras crecía rodeado de cuatro hermanas.

Cuando Evita trataba con  empresarios y militares de cierto fuste, Juancito recogía las migas. Desde  1944, gracias a María Eva, fue designado inspector del Casino de Mar del Plata al tiempo que seguía siendo corredor, paradójicamente de Jabones Radical.

En 1946, Perón fue elegido presidente y Juan Duarte pasó a ser el secretario privado. Eva lo protegía pero le reprochaba sus incesantes locuras, sobre todo con mujeres.

Para Félix Luna, las comisiones y favores venales de Juan Duarte eran notorios: "Jamás tomó la menor precaución para ocultar sus movimientos y bienes mal habidos, puesto que el amparo de Evita parecía inconmovible". En Juancito había una especie de honestidad al revés: la corrupción no fue una trama malévola, sino un don natural que la Argentina peronista le regalaba por el mero hecho de respirar en esta tierra y de llamarse Duarte. "Nunca hizo mal a nadie", dirían después algunos de sus (pocos) amigos, pero entonces el país tornadizo y cruel ya lo había despedazado.

Juan Duarte acompañó a Evita en el viaje a Europa en 1947, se compró el departamento de Callao, una estancia, acomodó a sus amigos y parientes, acumuló bienes y mujeres sin siquiera detenerse a contar lo que tenía. Además del campo de Santa Marta  departamentos, acciones, studs, autos, aviones y los célebres permisos de importación de coches extranjeros.

La historia de Juan Duarte dio un vuelco el 26 de julio de 1952, cuando el cáncer se llevó a Eva a la tumba. El hada protectora de los pobres era también quien velaba por el Pebete, ese tarambana que nunca sentó cabeza.

Perón, al margen del reconocimiento hacia un servidor que le fue leal hasta el fin, miraba con desconfianza a su cuñado, porque a pesar de las habladurías era un militar austero al cual terminaron por cansar las trapisondas de Juancito con las mujeres.

Juan Duarte le envió una carta a Fanny Navarro  días antes de suicidarse: "Vidita. Le ruego me perdone, me voy solo al campo. Esta semana me han pasado cosas tan terribles que le doy las gracias a Dios por estar todavía en mi sano juicio. Por eso quisiera estar solo y si pudiera me iría tan, tan lejos como tan amargado estoy... Usted nada tiene que ver en todo esto, no es pena de amor, es desencanto, es terrible desazón, es asco a casi todo. Para usted un beso grande, como grande es mi deseo porque nunca tenga usted el clima que yo vivo desde hace tiempo, ni los pensamientos que me asaltan. Por momentos, pienso que ya mi cabeza no coordina más, que mis piernas aflojan porque también aflojan mis fuerzas y me quedo hasta sin alma. En una palabra, me muero, pero no termino de morirme. Juan".

Las críticas que rodeaban a Duarte  se multiplicaron tras la muerte de Evita. A la salida de un acto en el Teatro Colón, la actriz peronista Malisa Zini se acercó al presidente y, a los gritos, antes de que los guardaespaldas la alejaran, le recordó que lo rodeaban muchos corruptos. Perón la citó a la residencia de Austria y allí la Zini le dio un detallado informe.

El  8 de abril, Perón habló por radio: a la cárcel hasta mi propio padre si es ladrón", y todos vieron a Juan como destinatario. Ese día allanaron  la caja fuerte de Juancito en la Casa Rosada y se llevaron los documentos.

Duarte escuchó el discurso en su coche, mientras volvía a su departamento de Callao, y supo que todo había terminado. El camino del revólver estaba abierto.

Quedaba una carta de despedida:  "Mi querido general Perón: la maldad de algunos traidores al general Perón y al pueblo trabajador, que es el que lo ama a usted con sinceridad, y los enemigos de la Patria, me han querido separar de usted, enconados por saber lo mucho que me quiere y lo leal que soy... He sido honesto y nadie podrá provar (sic) lo contrario. Lo quiero con el alma y digo una vez más que el hombre más grande que conocí es Perón... Me alejo de este mundo azqueado (sic) por la canalla, pero feliz y seguro de que su pueblo nunca dejará de quererlo. Cumplí como Eva Perón, hasta donde me dieron las fuerzas. Le pido cuide de mi amada madre y de los míos, que me disculpe con ellos que bien lo quieren. Vine con Eva, me boy (sic) con ella, gritando Viva Perón, viva la Patria, y que Dios y su pueblo lo acompañen siempre. Mi último abrazo para mi madre y para usted. Juan Ramón Duarte. P. D. Perdón por la letra, perdón por todo".

Cuando Pizarro Miguens le llevó la carta a Perón, el comentario de éste fue: "A ese muchacho lo perdieron el dinero fácil y las mujeres. Tenía sífilis".

 

 

 

 

 

Juan Duarte

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