En la última década se han multiplicado las noticias científicas sobre ellos y todas van en un mismo sentido: no son, ni de lejos, tan brutos como los habíamos imaginado desde que, a mediados del siglo XIX, empezaron a aparecer cráneos que correspondían a una especie humana cercana, pero claramente distinta de nosotros, los homo sapiens.
Ahora sabemos que compartimos una parte de nuestros genes con ellos —entre un dos y un cuatro por ciento, tal vez más—, que disponían de un lenguaje, que se medicaban, que cuidaban de los enfermos y los ancianos, que manejaban una tecnología muy avanzada y, desde hace unos meses, gracias a unas nuevas dataciones, que habían construido un pensamiento simbólico, ya que dejaron dibujos geométricos en unas cuantas grutas españolas.
También se ha descubierto que los neandertales tenían la costumbre de comerse a otros neandertales, un asunto tratado sin prejuicios en la exposición, porque el canibalismo no les aleja de la única especie humana que ha sobrevivido, la nuestra, sino que les acerca. Se trata de una costumbre sin duda desagradable, pero muy habitual en la prehistoria, ya sea por motivos nutricionales o rituales, como comerse a un antepasado —no en vano una de las novelas más famosas sobre el pasado remoto del hombre, del periodista y divulgador científico Roy Lewis, se titula Por qué me comí a mi padre (Editorial Contraseña)—. Uno de los lugares donde esto ha quedado más claro es en la cueva de El Sidrón, en Asturias, donde aparecieron restos de 13 neandertales, todos ellos cuidadosamente devorados.
“A causa de la multiplicación de noticias, nos dimos cuenta de que era necesario montar una exposición para contar cómo había cambiado nuestra imagen de ellos”, explica una de las comisarias de la muestra, la prehistoriadora Marylène Patou-Mathis, que desde hace unas semanas se multiplica en los medios de comunicación franceses. Acaba de publicar Patou-Mathis, Neandertal de A a Z (Allary Éditions), uno de los títulos que pueden encontrarse en las mesas de novedades, junto al catálogo de la exposición, coeditado por Gallimard, y otros libros como Neandertal, mon frère (Neandertal, mi hermano), de Silvana Condemi y François Savatier, que ganaron el premio al mejor ensayo de arqueología de 2017, o Qui a tué neandertal? (¿Quién mató al neandertal?), de Éric Pincas, convertido en un documental, estrenado esta semana en la cadena France 5.
La estrella de la muestra surge precisamente de la ciencia, de la capacidad actual para recrear de forma precisa la morfología a partir de restos óseos. Kinga, a la que conocemos en la última sala de la exposición, es una neandertal de un metro cincuenta, reconstruida por Élisabeth Daynès, una artista que empezó en el teatro y que luego ha trabajado en proyectos como la réplica de la cueva de Lascaux, en el sur de Francia. Kinga responde a la vieja pregunta de qué pensaríamos si nos encontrásemos a un neandertal en el metro.
Kinga, una neandertal vestida por Agnes B
En este caso, vestida por Agnes B, con una revista femenina en la mano, esta joven neandertal muestra una amplia sonrisa, una melena pelirroja, los ojos grandes y claros y el rostro muy blanco, lleno de pecas —no hay que olvidar que los neandertales son una especie que evolucionó en Europa: tenían la tez tremendamente blanca, nosotros en cambio, los sapiens, veníamos de África y nuestra tez era oscura—. Es una persona muy cercana, pero diferente, porque los neandertales tenían, por ejemplo, una nariz mucho más grande y la frente hacia atrás. Preguntada sobre ella por una radio francesa que estaba haciendo un reportaje sobre la exposición, una niña sonrió y respondió: “No es fea”.
“Si neandertal es reconocido ya por la comunidad científica como el representante de una humanidad completa, su imagen entre el público sigue siendo negativa. Es todavía percibido muchas veces como un infrahombre primitivo, como un bruto”, escriben en la introducción del catálogo los dos comisarios, Mathou-Pathis y Pascal Depaepe. Detrás de la imagen de Kinga, una frase del gran antropólogo francés Claude Levi-Strauss, sacada de su libro clásico El pensamiento salvaje, resume lo que han tratado de transmitir a los visitantes durante el recorrido: “No existen civilizaciones primitivas, ni civilizaciones más evolucionadas: solo existen respuestas diferentes de problemas idénticos y fundamentales”.