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La inercia oculta, ¿te ocurre?

¿Qué es la inercia oculta? ¿Cómo detectarla? ¿Y cómo nos afecta? ¿Qué tienen que ver con nuestro esfuerzo cognitivo y la programación de nuestro cerebro para el ahorro energético? ¡En este artículo te lo contamos!

La inercia oculta es una condición en la que una persona piensa que su vida avanza y evoluciona, cuando en el fondo no es así. Una percepción que se basa en haber alcanzado algunos objetivos y que encubre de alguna manera el hecho de que hay dimensiones vitales en las que estamos realmente estancados.

Uno de los aspectos que revelan la presencia de la inercia oculta es el hecho de que la persona no llegue a sentirse verdaderamente satisfecha. Obtiene gratificaciones pasajeras, pero no experimenta una sensación de auténtica plenitud o expansión. Ocurre porque está evolucionando en asuntos que son más de forma que de fondo.

Además, en relación con inercia oculta, pueden estar manteniéndose inversiones que no están siendo rentables. De ahí que nos mantengamos en relaciones que no nos aportan nada, que construyamos esquemas sobre ideas obsoletas o que conservemos, en definitiva, estilo de vida que genera una sensación de bienestar muy deficitaria, y todo ello sin que la persona afectada se dé realmente cuenta.

“La insatisfacción o el malestar con nuestra situación inicial ha de ser lo suficientemente patente y molesta como para movernos desde una posición que, por otra parte, es muy sencilla de mantener – no hay que invertir ningún esfuerzo, la inercia no tiene un coste apreciable”. Alejandro García Alamán-

La inercia oculta

Una explicación válida para la inercia oculta proviene de un postulado conocido como teoría dual. Esta plantea que existen dos sistemas básicos cuya interacción daría lugar a las representaciones mentales. Uno de esos sistemas está basado en la experiencia acumulada y las emociones; corresponde a lo que llamamos “intuición”. Es el sistema más primario y a través de este solemos evaluar la mayoría de las realidades cotidianas.

El otro sistema está basado en la voluntad y la razón. Implica procesos más complejos, que incluyen la reflexión, el razonamiento, el contraste o la valoración. Es lo que llamamos “conciencia”. Lo usual es que pongamos en marcha este sistema solo de forma ocasional, ya que supone un gran esfuerzo para nuestro cerebro.

La mayoría de las percepciones diarias y de las decisiones habituales se registran y se llevan a cabo a partir del sistema primario. Es así como, por ejemplo, solemos dejar de ver una serie que no nos está gustando demasiado. Por naturaleza, el cerebro es en la mayoría de las circunstancias muy conservador en lo que se refiere a la inversión de esfuerzo cognitivo; esta es una estrategia muy inteligente por el consumo de energía que requiere este tipo de esfuerzo.

Los automatismos

La demanda de recursos que exige nuestra toma de decisiones más racional hace que le entreguemos el control de todo al sistema intuitivo cada vez que podemos. Así, decidimos, de manera poco consciente, aunque inteligente, abstenernos de tomar conciencia de la mayoría de las situaciones que nos ocurren a diario. Sería muy desgastante. El cerebro lo sabe y por esto diseña procedimientos rutinarios para todo, incluso para pensar.

De esta manera, aplicamos automatismos a todos los procedimientos que podemos, lo cual es normal y saludable, siempre y cuando no se renuncie para siempre a la reflexión y la conciencia. De lo contrario, se puede caer en la inercia oculta. Esta tiene lugar cuando convertimos los automatismos en una constante inamovible. Si esto ocurre, renunciamos a la posibilidad de hacer autoevaluaciones de fondo que nos permitan descubrir si en verdad estamos viviendo acorde con nuestros deseos más profundos o no.

En esto influye, por supuesto, la manida resistencia al cambio. Los automatismos y las rutinas nos proporcionan una sensación de seguridad y de estabilidad, aunque sean ficticias. Esto alimenta la inercia oculta. Es así como una persona llega a preferir una realidad chata y poco gratificante, a un cambio que supone incertidumbre y riesgo, pero también gran crecimiento. Los sesgos y la inercia oculta

Sin darse uno cuenta, en la inercia oculta hacen presencia una serie de sesgos cognitivos. Estos se agrupan genéricamente bajo el título de “aversión a la pérdida” y comprenden básicamente tres mecanismos.

El primero es el sesgo del statu quo. Aplicarlo significa sobrevalorar lo positivo de nuestra posición actual, haciendo así más improbable una reflexión sobre los posibles beneficios que tendrían determinados cambios.

El segundo mecanismo es el efecto de dotación, el cual nos lleva a pensar que lo que poseemos tiene más valor del que le corresponde objetivamente.

El tercer mecanismo es el miedo a romper con la tradición. Cambiar una creencia muy arraigada llega a ser visto como una transgresión o incluso como una traición. Hay miedo al cambio porque, de forma inconsciente, existe la idea de que esto traerá consigo un castigo.

Las dinámicas descritas propician que la inercia oculta se instale, constituyendo un obstáculo para nuestra evolución. Podemos pensar que esta fue la vida que nos tocó, y ya está, practicando una aceptación en cursos de acontecimientos que realmente sí podemos cambiar, y proyectándonos como sujetos pasivos en un devenir que no va a cuidar de nuestros intereses.

La Mente es Maravillosa.-

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