A veces, aunque no es imposible determinar lo que pasa en una unidad doméstica, sí podemos fijarnos en el comportamiento de sus miembros para darnos cuenta de que algo no marcha bien. Esto ocurre cuando se da un abuso sexual infantil, que podemos sospechar mediante la atención a ciertos signos, cambios y vestigios que exponemos a continuación.
A partir del artículo de Noemí Pereda, Consecuencias psicológicas iniciales del abuso sexual infantil (2009), trataremos de retratar los primeros vestigios del abuso infantil.
En estas situaciones y en muchas ocasiones, son las personas del propio entorno del niño las que se tienen que dar cuenta de que algo no marcha bien. Aunque puedan parecer cambios normales en el comportamiento o una vulnerabilidad emocional excesiva a causa de la propia «personalidad» del niño, lo cierto es que es de vital importancia conocer las variaciones que puede sufrir un niño después de un caso de abuso.
En este caso, hablaremos específicamente del abuso sexual infantil, una problemática muy dolorosa que ha sido una «constante histórica» en la mayor parte de culturas.
El abuso sexual infantil en cifras
Desde el Observatorio de la Infancia, podemos descubrir las estadísticas del abuso sexual infantil en España, encontrándose en 2019 un total de 1.209 niños y niñas víctimas.
Este abuso sexual puede venir acompañado de un abuso emocional, sufrido por 4.758 menores anualmente; así como de abuso físico, que experimentan 3.894 menores; y de negligencia, donde encontramos los números más alarmantes: 12.679 niños.
La Association Une Vie, organización benéfica internacional que lucha contra el abuso infantil, ha recogido datos que pueden ayudarnos a entender por qué es importante conocer los primeros vestigios del abuso infantil. No hay que esperar a que sean los pequeños los que, reuniendo muchísimo valor, se lo cuenten a un adulto.
Por ejemplo, Association Une Vie advierte que esta atrocidad es cometida casi siempre por alguien cercano al menor. El abusador es una de cada cinco veces una mujer, y cuatro de cada cinco un hombre.
Además, el abuso sexual infantil puede realizarse por menores a menores; cuando una menor de edad es víctima de violencia sexual o abuso, una de cada dos veces este crimen es realizado por otro menor, y no un adulto (este menor puede ser sustancialmente mayor que la víctima).
El metaanálisis del abuso infantil
Pereda realizó una selección de estudios que trataban las consecuencias psicológicas del abuso infantil en sus principales víctimas: los niños. Para ello, estudió de manera manual textos, investigaciones, y revistas científicas como Child Abuse & Neglect y Journal of Child Abuse.
Así, Pereda pudo establecer que, en líneas generales, los primeros vestigios del abuso infantil se expresan en:
Problemas emocionales. Los niños que han sufrido abuso infantil suelen presentar síntomas de ansiedad y depresión —hasta un 44 por ciento en varones y un 41 por ciento en mujeres—, así como una baja autoestima, sentimiento de culpa y de estigmatización —también hasta un 41 por ciento—. Además, en estos niños puede haber presencia de ideación suicida. Garnefski y Arends (1998), encontraron que entre el 26,5 por ciento y el 54 por ciento de mujeres tenía ideación suicida, frente al 43,3 y 52,7 por ciento de los varones. En todos los trabajos que Pereda estudió, la ideación suicida de sus participantes era elevada.
Problemas de rendimiento académico. aunque cognitivos, estos primeros vestigios del abuso infantil se pueden observar en el desempeño académico del niño o niña. Así, entre un 4 y un 40 por ciento de la víctimas presentaba una afectación de su capacidad de atención y concentración, muchos de esos síntomas asemejándose a la problemática hiperactiva.
Problemas de socialización. Este puede ser un signo claro de abuso sexual infantil; los hábitos sociales del menor cambian a causa de la ruptura que la experiencia sexual implica para la confianza que el menor deposita. Un 43 por ciento de las víctimas manifestó en un estudio tener pocos amigos, frente al 11 por ciento de menores que no había sufrido un abuso.
Problemas funcionales. Engloba los problemas físicos que la víctima puede mostrar después del abuso: problemas de sueño —56 por ciento de menores abusados—, pérdida del control de esfínteres —18 por ciento— y problemas en la alimentación —49 por ciento–.
El cambio de conducta en el menor abusado
Hasta el momento, se han retratado varios de los primeros vestigios del abuso infantil. Así, si existe la sospecha de que algo no marcha bien, pero no logramos obtener información relevante, es siempre recomendable fijarse en el niño; sobre todo, en su conducta.
Aunque las personas externas a una familia quizás no tengan acceso a los ataques de ansiedad o a la tristeza del niño en casa, a sus sentimientos de culpa o a su desempeño académico, lo cierto es que podemos visualizar lo que hace el niño. Sobre todo, lo que hace de diferente.
La conducta sexualizada y la dificultad psicoafectiva
La conducta sexualizada es un indicador muy fiable de la presencia de abuso sexual infantil. Aunque las conductas sexualizadas pueden aparecer en menores donde no ha habido abuso infantil —sí puede haber existido violencia machista en el domicilio, por ejemplo— esta aparece de manera muy clara, y es 15 veces más probable que surja, en menores abusados.
Algunas de estas conductas sexualizadas son:
- Masturbación compulsiva.
- Imitación de actos sexuales.
- Utilización de vocabulario sexual.
- Curiosidad sexual excesiva.
- Conductas exhibicionistas.
El enorme problema que todo esto conlleva es que se aumenta el riesgo de conductas promiscuas y embarazos no deseados en la etapa adolescente; así como la aparición de nuevos abusos sexuales por sus conductas de riesgo en etapas posteriores.
Además, el rápido desarrollo sexual del niño y posterior adolescente no va de la mano de su desarrollo psicoafectivo y relacional, lo que lo convierte en la diana perfecta para la dependencia emocional, el abuso y maltrato en pareja y las conductas de riesgo.
La agresividad y la disrupción
Otros menores desarrollan conductas disruptivas y antisociales como consecuencia del abuso infantil. Esto se da, sobre todo en víctimas varones, que entienden que la agresividad es el mejor camino para conseguir aquello que desea.
Este es uno de los grandes retos que el abuso sexual infantil plantea. Muchas víctimas de abuso después hacen víctimas a otros, es decir, vuelven a repetir los patrones de violencia (en este caso sexual). Por ello, niños que no han buscado ese abuso, que no entienden ese abuso y cuyas consecuencias son devastadoras no deberían de estar abocados al mismo camino que el perpetrador de tan atroz crimen.
Así, la conducta disruptiva y disocial ha de ser intervenida de manera prioritaria. Es, según Pereda, una de las consecuencias a nivel social más graves del abuso infantil.
Conclusiones: el niño abusado y el adulto atento
Son muchas las razones que pueden llevar a un niño a no querer confesar aquello que está sufriendo: culpabilidad, miedo por la cercanía del abusador, vergüenza, confusión.
No obstante, no hay razones por las que un adulto cercano al niño no haya de fijarse en los cambios emocionales, cognitivos, sociales y conductuales que se están dando en el menor; tampoco hay razones para que estos cambios no se den a conocer y se trate de llegar al origen de estos.
De esta manera, si observamos que un niño o niña, antes feliz, risueño, imaginativo y con un grupo de amigos extenso comienza a retraerse, a llorar sin razón aparente, a enrabietarse, a portarse especialmente mal, a suspender todas sus asignaturas, a no comer, a comer en exceso o a volver a manchar la cama normalmente es que algo sucede.
Así, es nuestra responsabilidad preguntarnos qué hay detrás de esas variaciones. Lo que hay en juego es mucho.
Por la Psicóloga Loreto Martín Moya para La Mente es Maravillosa. -
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