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Caleidoscopio
Caleidoscopio

A partir del Imperio Romano del siglo IV, la hipocresía

Es normal que algunos sectores de la humanidad se incomoden -prescindiendo de cantidades que, como he afirmado, en este tema no son relevantes- ante la evidencia de que otros congéneres afirmen ciegamente, a veces hasta el fanatismo, la existencia de algo superior al cosmos y que se ilusionen con supuestas intervenciones de ese ser “de arriba” (?) en el tiempo y el espacio “de abajo” (?). Pero también es normal la reacción contraria del otro gran sector. Por Juan José Rossi. Especial para AIM.

A pesar de la densa presión del contexto en que personalmente -como la mayoría- fui estructurado y, quizá, porque no lo necesité, nunca creí seriamente en la dimensión “sobre-natural”, ni en algún más allá. Menos aún en santos y vírgenes, amuletos y promesas, novenas e indulgencias, cielo o infierno. Tampoco creí en procesiones imprecatorias tras estatuas de yeso, velas encendidas y estandartes de trapo, aunque estuve involucrado formalmente en toda esa parafernalia dulzona. Ni siquiera creo en algún dios que nos mire y controle desde algún lugar inimaginable y eterno, aunque reconozco que los creyentes de cualquier sistema mítico son respetables en la medida en que optan libremente por esa estrategia de vida y les sirve para transitarla más satisfactoriamente.

Sólo creo en propuestas e ideas de hombres consecuentes con lo que dicen, íntegros, sabios -que no equivale a científico ni letrado e impoluto- y con sentido común, del pasado y presente, en tanto son patrimonio de la humanidad y no exclusivamente de instituciones religiosas. Dentro de las limitaciones de todo hombre, aprendí a dar crédito a ideas movilizadoras, avaladas con hechos contundentes, con palabras simples y directas como las de Confucio, Jesús de Galilea (no de las súper estructuras existentes valiéndose de su nombre), de Gandhi, Juan XXIII y tantos otros. que, si se los analiza con detenimiento se podrá apreciar que, sin duda con algunas falencias y contradicciones, bregaron contra las estructuras piramidales, hipócritas y burocráticas de su época y no con asistencialismos engañosos, paternalismos humillantes o capitalismo deísta.

Es muy fácil pregonar y creer en algún ampuloso más allá; divagar en rebuscadas argumentaciones teológicas; proclamar, en teoría, normas éticas y dogmas o cumplir con formalidades rituales reiterativas al infinito y anacrónicas cuando, en el ámbito personal del cleros y fieles, sobra el tiempo y es sólo cuestión de hábitos si se tiene la disciplina para lograrlo. Pero generalmente no se logra, a no ser que medien rigurosas estructuras de poder que condicionen a las mentes simples o distraídas, presionadas por oscuros mecanismos generados en el miedo a las transgresiones (“pecado” y “condenación eterna” para los creyentes) que, en la hipótesis del catolicismo, constituyen el pasaporte a todos los males de esta tierra y al temible infierno eterno. Dos conceptos -pecado e infierno- pertenecientes al orden de lo mitológico donde todo es posible y puede transformarse, inclusive, en poético y normativo cuando es espontáneo y funcional a la existencia individual y social.

Vivir la realidad sin mediaciones, intentar comprometerse con la existencia desde las propias expectativas y responsabilidades, no bajar los brazos cuantas veces sea necesario, ser solidario y respetuoso con los demás aunque piensen distinto, eso sí es difícil. Casi una utopía. Pero absolutamente realizable y constructivo de un presente y futuro potencialmente mejor. En definitiva, esa fue la simple explicación y testimonio del grupo en el que se movía Jesús de Galilea, más allá de que posteriormente los auto-calificados “padres de la iglesia”, de su naciente jerarquía, de unos pocos letrados y jefes de comunidades -ya desde antes del catolicismo de los emperadores Constantino y Teodosio, siglo IV-, distorsionaran, amplificaran y acomodaran sus enseñanzas en beneficio propio. Diversos recursos del Jesús de los evangelios, que constituyeron en su origen formas poéticas y respetuosas -no dogmáticas- de posibles interpretaciones para la acción, las personas pudieron y pueden asumirla o distorsionarlas a la medida de sus intereses o expectativas.

¿Qué aporta el catolicismo a la humanidad -no me refiero al testimonio real o mítico del fenómeno Jesús y su entorno- sino la sola promesa de una “supuesta” vida eterna, además del pésimo ejemplo de su jerarquía y de una grandiosa superestructura sumergida y enredada en el poder y la opulencia tras una cortina de hipócrita pobreza, celibato y desprendimiento terrenal? Se dirá que hay hombres auténticos entre fieles y sacerdotes del catolicismo.

También los hay en otras religiones y entre los no creyentes. En realidad, unos y otros, creyentes, incrédulos e indiferentes tenemos ante nosotros la disyuntiva permanente de asumir minuto a minuto -más allá de los defectos o carencias propias de nuestra condición humana- un estilo de vida positivo, indiferente o negativo según el contexto social que a cada uno le cupo en suerte protagonizar y de acuerdo a las pautas de su cultura, tal como acontece desde el origen de la humanidad. Disyuntiva existencial de cada hombre que nos enfrenta a la bifurcación permanente de seguir el camino activo y comprometido con y en la sociedad -por poquito que cada uno haga- o la senda de la pasividad, corrupción, hipocresía o explotación del trabajo y buena fe de los demás. Y que, de estos últimos los hay en ambos sectores, ¡los hay!, sobre todo en las jerarquías de las “grandes” religiones que, desde la opulencia y dogmatismo o actitudes ficticias y aparatosas, pretenden ser asumidos por la sociedad en tanto representantes elegidos por alguno de los muchos dioses, impactando a la gente con su despliegue, con el monumentalismo y derroche circense al estilo de la religión pagana de Roma o del Vaticano.

Con ritualismo empalagoso, solemnidades inmersas en música “celestial” (no existe la música religiosa sino la música sedante, meliflua, la que puede provocar en los escuchas fantasías o placer por la armonía), disfraces anacrónicos y dulce olor a incienso -ambas costumbres heredadas de la religión imperial romana- y lo que es peor, con apariencia y actitudes de santos amanerados mientras que en la vida cotidiana son tan frágiles y contradictorios como el resto de la humanidad y aún más, ya que andan disfrazados para hacer creer que son “especiales”, elegidos de su dios.

Esto la gente lo sabe. Inclusive, historiadores y periodistas lo perciben claramente en su interior pero, lamentablemente, por un confuso argumento de autoridad están condicionados a desviar los ojos para no ver el trasfondo de lo que aparece. Permanecen encandilados ante estrategias basadas en un poder supuestamente extra terrestre o divino. Muchos de estos historiadores y periodistas de siempre (claro está, con dignas excepciones), se sienten “críticos” por el solo gesto de publicar hechos anecdóticos de corrupción eclesiástica (en sí mismos muy vendedores) o ampulosas declaraciones a favor de “os pobres” sin prestar atención a la cuestión de fondo, es decir a la ilegitimidad de la existencia misma del catolicismo, que también a ellos les atañe en la medida en que suponen que la institución católica tal cual la conocen es una creación intocable de algún dios poderoso y vengativo.

Al expresar estos conceptos cualquier persona, en este caso yo, no faltan quienes adviertan que se trata de manifiestos de “resentidos y enojados con el catolicismo” -en mi caso ya me lo han sugerido repetidas veces con relación a mis obras La máscara de América y Amores que matan desde hace cinco siglos. Ojalá pudiéramos entender que no se trata de eso, porque realmente no es resentimiento Si hilvano este análisis es porque la hipocresía resulta inadmisible en cualquier forma y tiempo además de molestar profundamente que una institución auto definida religiosa, sea cual fuere -aunque es obvio a cuál me estoy refiriendo en especial-, con un halo de santidad impostada se engañe a sí misma y a la humanidad, a la gente común que desde siempre, a su manera, necesita creer en algo, no para que terceros inescrupulosos especulen con sus creencias y expectativas inoculando un cúmulo de miedos irracionales y distorsionando el sentido de los mitos transformándolos en plataforma de poder y prestigio, sino para encontrar algún bálsamo y sentido a esta vida concreta que nos promete un camino cada día más complicado y una muerte segura.

Las reflexiones contestatarias pueden molestar si no se está seguro de la propia propuesta. Jesús mismo -según los evangelios del catolicismo- se violentó delante de mucha gente y enfrentó abiertamente a escribas, fariseos, sacerdotes, gobernantes y políticos de Palestina y del Imperio, por eso finalmente lo juzgaron y ajusticiaron. Si es real lo que dice la Biblia, el mismo Jesús mientras recorría Galilea -zona caliente y rebelde en la Palestina de aquellos tiempos- reclamando justicia y proclamando la igualdad y solidaridad (que los teólogos traducen innecesariamente por amor o caridad, dándole así un aire dulzón al concepto), polemizó muchas veces con sectores autoritarios, soberbios e hipócritas. Públicamente les decía raza de víboras - sepulcros blanqueados - lobos disfrazados con piel de ovejas - más le valiera no haber nacido - es más difícil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de MI PADRE” (que para el maestro era el amor...) . En consecuencia, si a determinadas personas el catolicismo y protestantismo debieran apoyar, deberían ser, precisamente, a los que se juegan por los demás y los más desvalidos por cualquier razón…

La estructura imperial católica, el papa, obispos y fieles -estos últimos obsecuentes por temor, convicción o conveniencia- ciertamente se enojan a diario y esgrimen sin inhibición su mentalidad inquisidora. Ejemplo de ello tenemos en la Inquisición, en el Index de libros hasta que tuvo vigencia y en prohibiciones como la del aborto y el divorcio (a pesar de que ellos declaran nulo el vínculo de sus fieles mediante fuertes sumas de dinero y “pruebas”, generalmente montadas para el caso), en la homofobia, diversidad de género y de la unión de homosexuales y toda forma de socialismo. Expresan su enojo en la prohibición de preservativos, si bien el clero los usa para evitar el compromiso de tener hijos.

En definitiva, todos ellos se enojan permanentemente, a veces hasta el histerismo (¡hay que escuchar sus sermones!), con quienes se atreven a ser libres, formular cuestionamientos históricos y doctrinales o ventilar de alguna forma la flagrante hipocresía de una estructura fascinante para el mundo occidental pero absolutamente ilegítima y escandalosa e ignorada por el resto del mundo y muchos del mismo occidente. Están de tal forma instalados en un profundo fraude histórico que transparentarlo ante la humanidad y asumirlo significaría renunciar al poder y a los privilegios en una sociedad occidental que ella misma ha modelado a través de 17 siglos. Es su problema.

El de la gente que la observa, sea o no creyente, es no dejarse encandilar por alguna supuesta revelación de verdades incuestionables en manos de una corporación nacida en el seno de una estructura política intransigente y autoritaria como fue el Imperio Romano, cómplice y tobogán de la actual estructura católica y, por extensión, de la ortodoxa y protestante, que tampoco ellos han superado el fraude. Considero, sin embargo, humano y entendible asimilarse a creencias tradicionales de uno u otro grupo, transformadas paulatinamente en normas o principios “revelados” por la necesidad misma del hombre de contar con códigos de convivencia, pero no es normal ni saludable bajar la cabeza y quedar entrampados en las estrategias multiseculares de un grupo de congéneres auto definidos como enviados y representantes de algún dios.

Del autor
Juan José Rossi (*) es profesor de Humanidades Clásicas, Filosofía y Teología; historiador y escritor. Fue sacerdote durante 14 años, desempeñando funciones especialmente en el área de la educación, pero se convirtió luego en un crítico implacable del catolicismo como estructura de poder que tuvo una función esencial en la invasión y colonización de nuestro continente desde 1492. Fundó en Concepción del Uruguay el museo Yuchán y el Yvy Marä ey en Chajarí. Es autor de más de 40 diversos libros, entre ellos, "La historia saboteada de Abya Yala". El 14 de diciembre pasado, Rossi, historiador radicado desde 1993 en Entre Ríos, recibió en Buenos Aires el premio a la trayectoria en educación y cultura discernido anualmente por el Fondo Nacional de las Artes.

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