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Caleidoscopio
Caleidoscopio

Ascenso y descenso de los imperios

George Frost Kennan fue uno de los planificadores de la política exterior estadounidense cuando terminó la segunda guerra mundial. Entonces su país, con el cinco por ciento de la población del planeta y la mitad de su riqueza, apareció como el verdadero ganador del conflicto.

Kennan murió en 2005 a la edad de 101 años. Era encargado de negocios estadounidense en la Unión Soviética en 1946, cuando envió a su gobierno una nota de 5000 palabras, conocido como el "telegrama largo", que lo ubicó como representante prominente del realismo político y hombre de consulta.

Kennan exigía mucho de los políticos: para él no bastaba conocer la historia, las teorías políticas y el ordenamiento jurídico interno e internacional. Les pedía conocer algo de psicología, influido quizá por Karl von Clausewitz, el teórico alemán que reinstaló la guerra psicológica milenios después del chino Sun Tzu. Recomendaba también la Biblia, Plutarco, Shakespeare y el historiador Eduardo Gibbon, "donde se encuentran las expresiones más sutiles y reveladoras de la naturaleza humana”.

El plan de la "paloma" Kennan y de otros planificadores estadounidenses, incluidos los "halcones", se proponía mantener el desequilibrio de poder y proteger la riqueza estadounidense contra los que ellos preveían como ataques de los "rencorosos", es decir, los pobres y los empobrecidos del mundo.

Kennan redactó en 1948 el "estudio 23" de planeamiento de la política exterior estadounidense. Era un documento reservado, que fue expuesto solo medio siglo después a la lupa de los especialistas.

El estudio 23 habla sin vueltas, sin la máscara de la propaganda que suele apabullar a las "masas irreflexivas". La recomendación de Kennan para mantener la disparidad era simple, aunque iba contra la fachada que creó la propaganda: “tenemos que deshacernos de todo sentimentalismo y ensueño. Debemos cesar de hablar de objetivos vagos e irreales como los derechos humanos, el levantamiento de los niveles de vida y la democratización. Mientras menos nos estorben consignas idealistas, mejor”.

La gente común de su país, la que trabaja para adquirir y descansa ante el televisor al final de la jornada, debía escuchar una tonada, casi totalmente contraria. Para pacificarla y mantenerla pasiva, como estaba previsto, era necesario seguir bramando consignas idealistas; pero en el estudio 23 Kennan hablaba a planificadores como él, a gente que estaba en el secreto, sabía descartar la hojarasca e ir al grano.

Kennan recomendaba combatir en América Latina la “peligrosa herejía” de que los gobiernos tienen responsabilidad directa en el bienestar del pueblo. Rubén Darío y José Martín, entre otros, preferían "Nuestra América" porque "América Latina" es una designación creada por la diplomacia francesa bajo Napoleón III, que aceptaron los Estados Unidos porque les pareció conveniente.

Como contrapartida, Kennan justificó su ubicación entre las "palomas" por su oposición a la política del presidente Harry Truman, que para lograr la "contención" del comunismo enfatizaba en medidas militares. En esa línea se opuso a la creación de la Otan, muy mentada hoy en día. También fue crítico de la guerra de Vietnam y de la carrera armamentística nuclear.

Los planificadores norteamericanos llamaban durante la guerra fría "comunismo" a la “peligrosa herejía” de suponer que el gobierno debe interesarse en su pueblo. Y esta palabra, así definida, no se vincula con el marxismo ni con ninguna ideología en particular.

Ese "comunismo" puede estar relacionado con la iglesia, con comunidades de base o con cualquier otra cosa. Será comunismo si se interesa por el bienestar del pueblo y pone en peligro por esa vía los suministros de materias primas a la economía norteamericana.

Nuestra América, salvo excepciones heroicas que terminan mal, nunca “creó problemas”, es decir, jamás se negó a ser “complementaria”, nunca fue hereje, siempre puso sus recursos a disposición de los Estados Unidos.

Ya Kennan preveía en la década de los 50 un remedio si esa situación cambiaba, es decir, adelantaba las dictaduras que vendrían: “la respuesta final puede ser desagradable, pero no debemos titubear ante la represión policial de parte del gobierno local. Esto no es vergonzoso porque los comunistas (los que entienden que el gobierno debe preocuparse por el pueblo) son esencialmente traidores. Es mejor tener un régimen fuerte (fascista) en el poder que un gobierno liberal si es indulgente y relajado y penetrado por comunistas”.

A pesar de su recomendación de apartar el sentimentalismo y el ensueño, Kennan conocía a quiénes hablaba y se ocupó de sacarles toda duda: "no es vergonzoso reprimir a los “comunistas” porque son traidores. Además, mejor que el liberalismo político es para Latinoamérica el “régimen fuerte” impulsado desde los Estados Unidos".

Ya en los años 30, el presidente Wilson recordó que la doctrina Monroe, “América para los americanos”, significaba que los Estados Unidos consideran sus propios intereses. “La integridad de otras naciones americanas es un incidente, no un fin”. Para Wilson, esta conclusión de la doctrina Monroe era “irrefutable” pero al mismo tiempo “impolítico” presentarla públicamente.

Herejía moderna
Una herejía contraria a los intereses que mencionaba Wilson es la unidad sudamericana que propuso Bolívar y los Estados Unidos sabotearon en 1826 en el congreso de Panamá; la que Manuel Ugarte llamó "Estados Unidos de Sudamérica"; la que llevó a los congresistas de Tucumán a declarar la independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, nombre rápidamente cambiado por Provincias Unidas del Río de la Plata; la que renovada tras la oleada de "regímenes fuertes" en la década de los 80 del siglo pasado, es ahora un bastión de la resistencia a la recolonización.

Con su patio trasero -"delantero" en la dulcificación traslaticia que propuso Biden- aparentemente seguro, los Estados Unidos dirigieron durante años su mirada a otros escenarios, por ejemplo Europa y el Medio Oriente y no prestaron tanta atención al sur del continente.

Cambiemos
Pero todo cambia. Hace algunos años, el ideólogo Zbigniew Brzezinski recomendó al presidente Jimmy Carter, del que era asesor, "recolonizar América Latina".

La recomendación de Brzezinski se basaba en que el proyecto de imperio estadounidense, que parecía logrado después de la segunda guerra mundial, ahora estaba perdido. Las contradicciones, excesos y vicios que terminaron con todos los imperios del pasado parecen haber actuado en los Estados Unidos con velocidad moderna, y lo que debía ser eterno se esfumó en décadas.

Ahora los Estados Unidos según el asesor, un judío polaco que abrazó la causa del imperio por odio a Rusia, debían enfrentar a dos adversarios poderosos: uno la misma Rusia y otro China, que antes había desestimado, como adversario económico. Y para enfrentarlos con chances de demorar al menos la decadencia inevitable, era preciso contar con "América Latina", con un territorio que los estrategas estadounidenses nunca dejaron de considerar como un espacio de maniobras propio.

De la estupidez a la conciencia
Ya bastante antes, Brzezinski, fiel al interés imperial, había llamado la atención del poder sobre un peligro grave para las élites dominantes: el despertar de las multitudes, que se estaban saliendo de la condición de "rebaño desconcertado" que le había adjudicado el periodista y sociólogo Walter Lippmann, que las valoraba solo para votar cada cuatro años y regresar de inmediato como “masa estúpida” a la oficina y a la poltrona frente al televisor.

Para Lippmann las ilusiones de la democracia son buenas para el vulgo, que debe mantener su fe en ellas para no estorbar la toma de decisiones, que debe estar exclusivamente en mano de los “hombres responsables”.

Estos "hombres responsables", que desde otro ángulo aparecen como una oligarquía de irresponsables, ignorantes de todo lo que no sea su propio provecho y las manipulaciones para sostenerlo y aumentarlo, eran ahora advertidos de un inconveniente despertar de las masas.

Para los intelectuales a su servicio, el poder de la élite de usureros debe estar garantizado. Pero Brzezinski expresó el miedo al despertar de las multitudes, que olfateó de lejos.
El cálculo fue que en estas condiciones, inatajables a pesar de las mejoras y el uso generoso de las tácticas de manipulación, control y represión -algunas recomendadas y ejecutadas por nazis contratados después de la guerra- el imperio decaería y se hacía necesario volver a asegurarse las fidelidades, el servilismo y sobre todo los recursos naturales de Nuestra América.

Estados Unidos trata ante todo de frenar a China, que ya ha ganado al Africa y tiene presencia creciente en el continente sudamericano gracias a su comercio y también a inversiones presuntamente militares. China sigue creando lazos comerciales con los gobiernos sudamericanos, débiles y generalmente corruptos, y está haciéndose indispensable como fue Inglaterra hasta la segunda guerra mundial.

Mientras el imperio comete una torpeza tras otra, China sigue en silencio invirtiendo miles de millones de dólares en la ruta de la seda y en Nuestra América.

La expansión china es contraria al propósito estadounidense de convertirse en imperio único, pero China aparece como una fuerza inatajable, de allí la opinión de Brzesinski de que el imperio mundial norteamericano ya no será posible.

Justamente la posibilidad de mantener el desequilibrio a favor de los Estados Unidos a resguardo de los "envidiosos" de todo el mundo era lo que Brzezinki tenía por imposible, porque la joven y vigorosa nación de antaño, el "país de hierro" al que cantó Walt Whitman, ha llegado a convertirse en un país comparable con un rentista viejo, calvo y fofo.

Pero entonces, si la decadencia llegó, por lo menos hay que mantener la salud. Hace algunas décadas, Winston Churchill, enfrentando el declive del imperio británico tras la victoria pírrica sobre el Eje, recomendó retirarse a las islas y construir allí el futuro inglés con las herramientas a mano.

El proyecto de recolonización
En lugar de eso, pero en la misma línea, Brzezinski consideró necesario volver o ocupar espacios relegados por la atención preferente a otras regiones, de manera no menos conservadora y defensiva que Churchill. Si no se puede construir un imperio único, por lo menos se deben recuperar espacios "propios".

La política exterior estadounidense, salvo vaivenes menores, se basa en pocos puntos fundamentales:
Un mundo favorable a la globalización, en particular para empresas multinacionales; mejorar los balances de los proveedores de la Defensa; impedir el surgimiento de cualquier empresa que haga sombra al modelo capitalista, y extender la hegemonía política, económica y militar sobre la parte más grande posible del planeta para prevenir la emergencia de todo poder regional que pudiera desafiar la supremacía norteamericana.

En varios pueblos de Nuestra América hay movilizaciones y una creciente conciencia -la que temía Brzesinki- que harán más difícil ahora hacer pasar a nuestro subcontinente por las mismas calamidades a que fueron sometidas Botnia, Iraq, Libia, Afganistán, Siria.

Hay en nuestra América países tentados a convertirse en malos ejemplos de negación de recursos, agua, petróleo, materias primas para medicamentos, metales estratégicos, y están amenazados de castigos ejemplares por eso.

Olas sucesivas, la marea va y viene
En su libro "América Latina, Imperialismo, Recolonización y Resistencia", publicado en 2003 por la editorial ecuatoriana Abya Yala, el economista y sociólogo estadounidense James Petras recordó que los embates del imperio contra Nuestra América comenzaron con el recorte de la mitad del territorio de México a mediados del siglo XIX poco después de lanzada la idea del "Destino Manifiesto", robada a la teología.

En la primera del siglo XX hubo regímenes-clientes como los de Batista en Cuba, Somoza en Nicaragua y Trujillo en Dominicana. Estos fueron los predecesores de los gobiernos neoliberales militares y civiles de la última parte del siglo. Según Petras en los años 80 del siglo pasado las dictaduras evolucionaron hacia gobiernos electoralistas civiles que intensificaron el modelo neoliberal y la transferencia de ganancias, intereses, royalties y fondos ganados ilícitamente a los Estados Unidos y Europa.

Entre 1990 y 2001 se produjo otra ola, con el derrocamiento popular de dos presidentes neoliberales en Ecuador, otro en Brasil (Collor de Melo), un cuarto en Venezuela, y preludios del derrocamiento de Fujimori en Perú, De la Rúa-Cavallo en Argentina, y Sánchez de Losada en Bolivia.

Para Petras, en la base de la ola de recolonización de Nuestra América está la necesidad de revertir o demorar la declinación del neoliberalismo.

La cuestión está planteada; la solución, como siempre, es disipar el humo de las ilusiones, despertar de la modorra inducida y valorar las armas e intenciones del adversario. Como Kennan quería -al revés del estruendo de su propaganda- el adversario no está estorbado por idealismos, tiene cerradas las puertas del ensueño y secas las fuentes del sentimiento.
De la Redacción de AIM.

Neoliberalismo recolonización Nuestra America ilusiones Guerra

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