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Caleidoscopio
Caleidoscopio

Cuando los santos vienen peleando

A mediados del siglo II de la era corriente, el incipiente cristianismo sufrió una sacudida importante, provocada por la influencia en Roma del teólogo Marción de Sínope. Era muy rico e hizo donaciones importantes a la comunidad, pero fue expulsado no sin antes fijar un canon, el primero, que consistía en unas pocas cartas de Pablo -para él único apóstol de Jesús- y parte del evangelio de Lucas.

Marción eliminó del canon a todo el antiguo testamento porque creía que el dios que aparece ahí era un demiurgo perverso y vengativo, muy diferente al "padre" que los evangelistas ponen en boca de Jesús. El no estaba dispuesto a rendir culto a un dios violento que inspirara violencia entre los hombres, y en este punto tiene visos de actualidad.

Fe y las amenazas
El cristianismo se estableció en el siglo IV, por decisión de los emperadores Constantino primero y Teodosio después, como religión del Estado romano, y se convirtió de perseguida en perseguidora.

En el edicto de Tesalónica, del 380, Teodosio ordena que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan como norma la fe del apóstol Pedro; “mientras que a los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial”.

El cristianismo impuso desde entonces, hasta donde se extendió la civilización romana, una dictadura espiritual que no toleraba discrepancias, al punto que durante siglos las ideas disidentes ni siquiera asomaban en la mente de los miembros de la cristiandad. Pero la ruina de Roma tras la invasión de los bárbaros a la parte occidental del Imperio favoreció el cisma que se produjo cuando en el año 1054 el patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, quemó la bula en que el Papa de Roma lo excomulgaba.

Los cismas
Occidente tuvo innumerables movimientos de protesta religiosa que no llegaron al cisma; que sí se produjo en el llamado "cisma de occidente", favorecido por el rey francés en lucha política contra el Papa. Los Papas Urbano y Clemente, desde Roma y Avignon, se excomulgaron uno al otro, de modo que toda la cristiandad del siglo XIV estaba excomulgada. Los Papas cismáticos -llamados antipapas a partir del ejemplo de san Hipólito de Roma en el siglo III- se instalaron en el "Palais des Papes", de Avignon, una pequeña ciudad provenzal que los acogió de 1309 a 1377.

Más importante, por lo menos de consecuencias considerables, fue el cisma protestante, que procuró a comienzos del siglo XVI poner coto a las costumbres disolutas del alto clero. Además, Martin Lutero no aceptaba al Papa, obispo de Roma, como jefe de todos los cristianos. Los protestantes llamaron "papismo" a su autoridad y "césaropapismo" a su política.

El ecumenismo
Estas tendencias centrífugas, separatistas, tienen su contraparte en el ecumenismo, que busca restablecer la unidad de todos los cristianos en momentos en que la declinación de la fe en el ultramundo es evidente y la gente no se interesa tanto en la salvación eterna como el bienestar presente.

El ecumenismo respondió a una necesidad del imperio británico de presentar un frente unido ante los pueblos colonizados, según el Congreso Misionero de Edimburgo en 1910.

La iglesia católica, por su parte, siempre consideró la separación de los ortodoxos de Constantinopla primero y de los protestantes de Lutero después como heridas profundas, de modo que se sumó al ecumenismo.

Los sedevacantistas
Pero dentro de la iglesia las tendencias a formar capilla propia no cesan: desde el concilio Vaticano II empezó a tomar cuerpo otro cisma. Los jefes de la iglesia católica, los Papas de Roma, serían ilegítimos a partir de Pablo VI según el sedevacantismo, una variante minoritaria conservadora del clero católico.

Los sedevacantistas son clérigos cismáticos que tienen seguidores entre la feligresía más apegada a las formas antiguas del culto, que son para ellos las únicas posibles sin incurrir en pecado.

Para los sedevacantistas la sede apostólica, es decir el trono del Papa en el Vaticano, está vacante, porque quien lo ocupa desde Juan XXIII hasta Francisco no ejerce el cargo legítimamente, es un hereje que va contra la tradición, es un modernista y por lo tanto no puede conducir el rebaño de católicos.

Ya en 1951 hubo síntomas de rebelión conservadora cuando un grupo de clérigos rechazó la posibilidad de que marido y mujer planifiquen su familia para prevenir la concepción, tal como dijo el Papa Pío XII en un discurso ante el congreso de la Unión católica italiana de obstetras.

Ese discurso del Papa llevó a los tradicionalistas a considerarlo "modernista", palabra que dentro del catolicismo tiene un sentido diferente al usual en política y filosofía.

Modernistas
Modernista fue en su momento aquel que valoraba más los tiempos actuales que los antiguos, pero en este sentido casi todos hoy somos modernistas. Rastreando los orígenes del término, fue Juan Jacobo Rousseau el primero en llamar "modernista" a un filósofo contemporáneo suyo en 1769. La palabra “moderno” existe desde mucho antes, derivada de “moda” y de “medida”.

A principios del siglo XX algunos obispos del norte de Italia se pronunciaron contra tendencias innovadoras que denunciaban en miembros jóvenes del clero. No había mucha claridad sobre los fines ni tampoco la interpretación de los tradicionalistas era segura. Por esos días la caracterización de la jerarquía conservadora era en palabras del clérigo francés Alfred Loisy: "un ansia de remodelación, una renovación de acuerdo con las ideas de siglo veinte – tal es el ansia del que son poseídos los modernistas”. Los modernistas confesos "forman un grupo bastante definido de hombres pensantes unidos en el deseo común de adaptar el catolicismo a las necesidades intelectuales, morales y sociales de hoy en día”. Para los tradicionalistas, el programa modernista expresa el deseo de vivir en armonía con el espíritu de los tiempos. Cada tiempo viene con su espíritu, pero para los tradicionalistas la iglesia mantiene invariable el mismo espíritu en todos los tiempos.

Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II en enero de 1959. Allí se trazaron novedades pastorales y teológicas que pusieron a algunos miembros del clero ante la perspectiva de una ruptura con la iglesia posterior al concilio. Esperaban un "Papa idóneo", lo que para ellos significaba uno adecuado a su pensamiento, que consideraban el propio de la iglesia en todas las épocas.

Las posiciones sedevacantistas
Los sedevacantistas, que son poco conocidos pero constituyen una fuente cismática no desdeñable, niegan validez a la misa nueva -para ellos un rito protestante- y a otros sacramentos, y consideran ilegítimos a todos los Papas posteriores al concilio Vaticano II. Rechazan el ecumenismo o encuentro de religiones y denuncian que la iglesia está infiltrada por organizaciones interesadas en menoscabar su poder secular.

Para los sedevacantistas, el concilio Vaticano II es responsable de una ruptura inconciliable con la tradición; pero para el clero conciliar es contradictorio desobedecer a la iglesia apelando a la tradición, porque un principio tradicional es la obediencia al Papa.

Por eso, los sedevacantistas necesitaron afirmar que el Papa era ilegítimo para poder desobedecerlo sin incurrir en contradicción.

El cura español Pío Espina, dentro de la línea conservadora de monseñor Marcel Lefebvre, dice ser sedevacantista para mantenerse católico y cita a Pablo: "aquel que perseverare hasta el fin será salvo". Por este camino, las posibilidades de reencuentro con las ideas del concilio Vaticano II son nulas y él mismo lo reconoce: estamos en tiempos difíciles, de apostasía, donde recrudece la batalla del mal contra los que quieren ser buenos cristianos.

Espina invita a la prudencia y a no dejarse llevar por el mal ni el descorazonamiento. Recuerda en que en sus comienzos, los cristianos vivían en catacumbas, perseguidos, sufrían torturas y muerte, pero no desesperaron. Penitencia, sacrificio y perseverancia en la oración y los buenos propósitos es su fórmula para los fieles sedevacantistas que no tienen acceso a los sacramentos, que están aislados por una iglesia que para ellos es herética. La síntesis de su postura es suficientemente clara: "No hay que inventar cosas nuevas, no buscar novedades ni dogmatizar lo que la iglesia no dogmatizó nunca".

Espina afirma con energía que un buen católico debe obedecer al Papa en todo, porque si es verdadero no puede errar. Pero desde el concilio, los jerarcas enseñan el error. "Todos los Papas desde el Concilio Vaticano II han predicado otro evangelio, pero si erraron nunca fueron Papas más que de nombre". Se funda en un pasaje de la carta de Pablo a los gálatas: "Aunque venga un ángel del cielo y os enseñe cosas distintas de las que enseño, sea anatema".

La tercera guerra mundial
Monseñor Lefebre, que fue excomulgado en 1988, consideró a la crisis suscitada por el concilio Vaticano II "la tercera guerra mundial", y acusó de ella a los Papas, que permiten errores graves en materias como el ecumenismo, la libertad religiosa o la colegialidad.

El argumento sedevacantista es que un Papa no puede ser responsable de una crisis semejante, de modo que los Papas post Vaticano II no son "reales"

Pero los sedevacantistas no presentan un frente unido. Hay quien piensa que si el trono de Pedro está vacante, alguien debería ocuparlo. Algunos piensan que Francisco es un antipapa, como los nueve Papas de Avignon en el siglo XIV

Hay sedevacantistas "ultras" que no asisten a misas donde los sacerdotes rezan por el Papa. Ninguno acepta que se rece públicamente por el hereje sentado en Roma.

En teoría, para explicar cómo la iglesia subsiste sin Papa válido, los sedevacantistas argumentan que el jefe actual del catolicismo fue designado válidamente, pero no recibió la autoridad papal porque era hereje. Por eso puede actuar en bien de la Iglesia cuando designa cardenales, pero no es un Papa "real"

El antiespíritu
Los teólogos que permanecen en la Iglesia, la gran mayoría, observan errores en la teoría sedevacantista, en particular suponer que un Papa puede serlo sin autoridad.

Para ellos incluso un Papa herético puede seguir ejerciendo el papado hasta que los obispos hagan una declaración denunciando la herejía.

La iglesia está en "sede vacante" cuando muere un Papa y todavía el concilio no ha designado un reemplazante. El sedevacantismo parte de ahí para sostener que los Papas posconciliares son ilegítimos y por lo tanto la condición de "sede vacante" se mantiene.

Los sedevacantistas consideran al concilio Vaticano II "un caballo de Troya en la ciudad de Dios". El cardenal Joseph Ratzinger, luego Papa Benedicto XVI, llamó a los sedevacantistas "Konzilungeist", es decir, "antiespíritu del concilio".
De la Redacción de AIM

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