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Caleidoscopio
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Cura para haraganes

Drapetomanía es un terminacho que proviene del griego (de δραπετης (drapetes, "fugitivo [esclavo]") y μανια (manía, "locura"). Era una "enfermedad mental" que padecían los esclavos negros del siglo XIX en los Estados Unidos, país cuya historia en el terreno de la esclavitud, por cuestiones de poder, es más ejemplar aunque menos conocida que en el terreno de las libertad.

La enfermedad consistía brevemente en que un negro -destinado a la esclavitud por la naturaleza, por las Sagradas Escrituras y por Aristóteles- sintiera "ansias de libertad" o expresara sentimientos contrarios a la esclavitud.

El psiquiatra estadounidense Samuel Cartwright dio a conocer la palabra como contribución a la ciencia de la época en 1851 en la Louisiana Medical Association. Cartwright no solo describió el mal, recomendó la terapia: la drapetomanía tenía cura, y Cartwright ofrecía un tratamiento sencillo, basado más en la Biblia que en Galeno.
La drapetomanía no ha muerto; lejos de eso: estamos en un momento de la historia donde el poder, que en épocas oscuras no se entrometía en las vidas privadas de los súbditos, determina desde el tamaño de los inodoros a la inoculación obligatoria de vacunas según planes de salud pública, reglamenta los horarios de trabajo, la calidad de las diversiones, el diseño de los ataúdes, el tamaño de la fosa donde cada uno irá a parar y hasta la temperatura del horno pirolítico donde el cadáver volará al aire convertido en gases y cenizas inorgánicas.

Y sobre todo, sabe y espía todo lo que hacemos a través de las computadoras, los celulares, los televisores, desde el cielo o desde la sombra. Nada escapa al ojo fraterno que todo lo ve. La advertencia de Wells en la novela 1984 se dirigía contra el comunismo, pero su mundo se sigue aproximando al real cuando el comunismo ha desaparecido.

En estas condiciones, es posible que en una nueva raza de esclavos de todos los colores comiencen a aparecer otra vez síntomas de drapetomanía, como no se descarta la peste bubónica ni algún otro mal arrasador, natural o fabricado.

El mundo moderno, hijo legítimo de las "luces" del siglo XVIII, tiene trabajadores esclavos en enormes complejos industriales que producen equipos electrónicos a precios bajísimos.

En Taiwan la empresa Foxconn, que fabrica el iPhone de Apple para todo el mundo, contrató 2.000 psiquiatras y consejeros psicológicos. Trata de detener la ola de suicidios en las fábricas de la empresa.

Hubo uno tras otro 10 intentos de suicidio, con ocho muertes, algunas espectaculares como el de un empleado de 21 años que saltó al vacío desde la azotea de una torre en las instalaciones de la empresa en Shenzhen.

A los psiquiatras contratados se les ofrece un salario de 75.000 dólares al año, contra los 1.750 dólares que ganan los trabajadores suicidas. La finalidad declarada de Foxconn es conjurar los "malos espíritus" que inducen a sus trabajadores a evadir la sumisión forzosa mediante el suicidio.

Es fácil ver detrás los mismos demonios que instalaban en el alma de los negros aquella enfermiza "ansia de libertad" que describió Cartwright.

Desconcierta a los dueños de la enorme empresa Foxconn que los suicidas son jóvenes, que ganan más y tienen oportunidades de trabajo que no tuvieron sus padres. Estos vivían en el campo, en condiciones durísimas pero no sometidos a un régimen de trabajo stajanovista y casi esclavista.

Algunos videos muestran imágenes de guardias de Foxconn golpeando a trabajadores, otro motivo para los impulsos "enfermizos" de libertad.

La drapetomanía es un caso claro de racismo científico, que no queda relegado al pasado porque en el presente aparecen otros que lo reemplazan. Por ejemplo, hasta hace poco la homosexualidad era una enfermedad, pero la Organización Mundial de la Salud dio definiciones que todos debieron aceptar, algunos con menos quejas que otros.

La negra enfermedad
Volviendo a la versión moderna original de la drapetomanía, Cartwright publicó a mediados del siglo XIX en el "New Orleans Medical and Surgical Journal" un artículo titulado "Enfermedades y peculiaridades de la raza negra".

Acá aparece la drapetomanía como la tendencia de los esclavos a escapar de sus captores o dueños; pero no como la natural busca de libertad que nos parece hoy, sino como un trastorno mental.

El ansia de libertad de los esclavos era enfermiza para Cartwright porque era contraria a particular manera que él tenía de interpretar las Escrituras, más propia de los puritanos que del resto de los cristianos.

El médico aceptaba sin chistar el punto de vista que había aprendido de niño de los pastores; no lo cuestionaba porque eso lo hubiera ubicado fuera de su comunidad, como un exiliado o un maldito.

Tampoco sentía en él un ansia de libertad similar a la de los negros porque él no era esclavo ni podía padecer un mal circunscripto a otra raza.

Dice Cartwrigt que la drapetomanía "es desconocida para nuestras autoridades médicas, aunque nuestros hacendados y capataces conocen bien su síntoma diagnóstico: el absentismo del trabajo.

Continúa: "para observar esta enfermedad, que hasta hoy en día no ha sido clasificada en la larga lista de males a los que está sometido el hombre, se hace necesario un nuevo término que la describa.

En la mayoría de los casos, la causa que induce al negro a evadirse del trabajo es tanto una enfermedad de la mente como otras especies de alienación mental, y mucho más curable por regla general.

Con las ventajas de un consejo médico adecuado, si se sigue estrictamente, este comportamiento problemático de escaparse que presentan muchos negros puede prevenirse por completo, aunque los esclavos se hallen en las fronteras de un estado libre, a un tiro de piedra de los abolicionistas..."

Luego, complicando los argumentos médicos con otros ideológicos, Cartwright explica: "Si el hombre blanco trata de oponerse a la voluntad de Dios, intentando hacer del negro algo más que un ser sumiso con la rodilla hincada (lo que el Todopoderoso declaró que debía ser) intentando elevarlo al mismo nivel que él; o si abusa del poder que Dios le ha dado sobre otro hombre siendo cruel o castigándolo presa de la ira, o descuidando su protección frente a los abusos arbitrarios de los demás sirvientes y todos los demás, o negándole las necesidades y comodidades comunes de la vida, el negro se escapará; pero si [el propietario]mantiene [a su esclavo]en la posición que hemos aprendido por las Escrituras que debe ocupar, esto es, en posición de sumisión; y si su dueño o capataz es bondadoso y misericordioso al escucharle, aunque sin condescendencia, y al mismo tiempo le suministra sus necesidades físicas y lo protege de los abusos, el negro queda cautivado y no puede escapar". Este es en resumen el tratamiento, o más bien la prevención del mal.

¿Y por casa, cómo andamos?
Un conocido médico psiquiatra cordobés, que hoy tiene ya 90 años, autor de novelas y colaborador de la prensa del establisment, sostuvo antes del actual experimento "libertario", que el liberalismo es la economía natural, propia de la humanidad sin más desde siempre y para siempre.

En tren de aportar pruebas mostró cómo, según los evangelios, Jesucristo era liberal. Para no ser menos, algunos anarcocapitalistas posteriores aseguraron que Lao Tse, 2500 años antes de nuestra era en la China, también conocía la verdad neoliberal.

Ese mismo médico novelero, asiduo participante hasta el retiro de paneles televisivos, en defensa de Sarmiento explicó que la recomendación del "padre del aula" de no ahorrar sangre de gauchos, "porque la sangre es lo único humano que tienen", no aludía a los gauchos heroicos de la tradición nacional, sino apenas a los "vagos y mal entretenidos".

Sin embargo, dejando de lado que el tratamiento que recomendaba Sarmiento era clasista, racista y genocida, la consideración de vagos aplicada a los gauchos derivaba de una ley hecha a propósito para convertirlos en peones de estancia sujetos al patrón. Es la misma ley que creó los jueces de paz que menciona José Hernández en el Martín Fierro. Ese juez al que "allí, sentado en su silla, ningún buey le sale bravo, a uno le da con el clavo, a otro con la catramilla".

El peligro de la naturalización
No demuestra mucha capacidad de análisis tomar los presupuestos sociales como realidades dadas por la naturaleza. Así, hay economistas que entienden que la conducta económica consumista y competitiva, sin solidaridad ni metas, que evidencian tantos de nuestros contemporáneos, arraiga en la "naturaleza humana" - en la que ponen los ingredientes necesarios para obtener su cocido- y es por lo tanto inmodificable. Sobre esta base de apariencia sólida, pero que conviene no menear como a la armadura de Don Quijote, levantan tranquilamente sus edificios teóricos, en los que interesa ante todo mostrar la trabazón interna de los fenómenos y su lógica inmanente.

Diagnósticos prejuiciosos
En la historia de la medicina hay aberraciones sin número, que aparecen muchas como resultado de la ignorancia de lo que se descubriría en épocas futuras, pero otras como consecuencia de aceptar sin análisis prejuicios sociales, que resaltan mucho más en la medida en que las condiciones en que operaban han desaparecido, y es fácil ahora verlos como ridículos y admirarse de la ingenuidad -si no de la torpeza- de aquellos "científicos".

Sin embargo, donde hay un interés habrá una intención de probar su racionalidad y pertinencia, sobre todo si es nuestro propio interés: personal, de clase, de corporación, de raza o de nación.
La ciencia intervenida es esclavista
Gracias a ejércitos de psiquiatras bien pagados, los industriales chinos por ahora consiguen mantener a sus trabajadores drogados con medicación adecuada y con diagnósticos más o menos equivalentes a los de la drapetomanía.

Es decir, no hay nada nuevo bajo el sol. En el Eclesiastés, libro excepcional de la Biblia, esta frase alude a la concepción cíclica del tiempo: "Lo que fue, será, lo que se hizo, se hará" Si vuelven las condiciones de esclavitud, ahora "moderna", volverán con ellos los prejuicios, los diagnósticos y los tratamientos. Ahora de acuerdo con el tono de los tiempos, con más base química que bíblica. Porque la modernidad consistió en buena parte en reemplazar la religión por la ciencia y hacernos creer que se produjo con eso un avance formidable.

Los psiquiatras no deben mejorar las condiciones mentales de los trabajadores, sino detectar a los insatisfechos para hacerles probar la fría dureza de la calle y poner en su lugar a otros, ya que por cada uno que consigue empleo hay 10 que lo están buscando. Una vez puesto el descontento en la calle, se suicidará si ese es su proyecto de vida, pero ya sin contrato laboral y no implicará gastos de seguro social para la empresa.
De la Redacción de AIM.

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