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Caleidoscopio
Caleidoscopio

El último que apague la luz

Los individuos, la sociedad que integran, la especie a que pertenecen, la Tierra que los sostiene y el cielo que los cubre no durarán para siempre. Un principio fundamental, que no necesita demostración, es que todo lo que nació, morirá.

Macedonio Fernández -escritor argentino que Borges era uno de los que habían desentrañado el mecanismo del mundo, quizá junto con Schopenhauer- decía que no quería prescindir de ninguna de sus enfermedades, porque no sabía cuál le sería útil al final.

Entre el amplio abanico de posibilidades están las derivadas de la naturaleza, terrestre o astronómica, de nuestra sociedad, del comportamiento humano y otras desconocidas por ahora.

Por ejemplo, es posible que esté en marcha una mutación genética humana, quizá favorable, quizá no, respuesta al rápido cambio de condiciones que viene experimentando la sociedad en buena parte como consecuencia de su propia actividad, en particular la contaminación.

La forma más sencilla de mutar nuestro ADN, es a través de un virus, que no son necesariamente malos. Los virus de ADN, como el Epstein Barr y el Herpes #6, cambian la estructura celular.

Estos cambios del ADN podrían tener repercusión en el estado de conciencia que alcance la humanidad. Es útil indagar en el estado actual del nivel de conciencia las perspectivas de supervivencia del homo sapiens. Hay un mínimo que garantizaría el porvenir; pero por debajo, la debacle.

Sin embargo, nada puede ir contra la ley más general: todo lo que nació morirá. Todo lo que aparece en cierto momento, permanece unos instantes y desaparece luego. "Los universos nacen y mueren como las burbujas en la espuma del mar", dice la Baghavad Gita. Todos los fenómenos son relativos, contingentes, sólo aquello que nos permite experimentarlos es absoluto.

La causa útil al final
La humanidad podría desaparecer por muchas causas, algunas totalmente ajenas a ella e incontrolables, por proceder de fuentes de energía que superan lo manejable, por ejemplo la explosión de una supernova, un chorro de radiación de una estrella de neutrones que por casualidad apunte a la Tierra, imprevistos cambios en la actividad solar, el choque con un cometa como el que posiblemente destruyó a los dinosaurios, grandes erupciones volcánicas como que estalla cada 600.000 años en el parque Yellowstone en los Estados Unidos, que es en realidad la caldera de un gran volcán.

La propia actividad humana, por ejemplo la explotación desmedida de los recursos naturales, los desequilibrios sociales como los que parece estar provocando el sistema económico mundial y otros provocarían un severo retroceso en la civilización, que podría pasar por épocas de extrema desorganización y postración, por ejemplo la que siguió a la ruina del Imperio Romano, pero sin producir los mismos efectos que el achicharramiento por una supernova, por ejemplo.

En algunos casos, como en la isla de Pascua, parece que la civilización local se extinguió por completo por la actividad humana depredadora y guerrera; pero todavía no están dados los factores que puedan hacer de toda la Tierra algo similar a lo que pasó en la isla de Pascua.

La ruina en el momento menos pensado
La Tierra y la comunidad que vive de ella están siendo amenazadas por la creciente presión ecológica, están siendo empujadas a la catástrofe por la actividad humana descontrolada. Es la causa más próxima, evidente y comentada entre las que pueden conducir a la ruina.

Algunos datos que hoy son patrimonio común, como la extinción creciente de especies y el recalentamiento global, y la declinación de los estados nacionales, arrasados por la "globalización", al principio fueron presentados como un logro, pero luego mostraron flancos menos vistosos y dignos de ser disimulados.

En su momento, una promotora ideológica del neoliberalismo globalizador, la primera ministra británica Margaret Thatcher, presentó el orden mundial que ella impulsaba con el presidente Ronald Reagan como la única posibilidad, lo que significa que sus dirigentes entienden que tienen poder suficiente para cortar cualquier otra.

Era lo que se llama "unipolaridad", nombre del imperio extendido a todo el mundo. Pero la crisis de enfrentamientos y derrotas militares sucesivas, iniciadas en Siria, en que el ataque misilístico estaba preparado y anunciado pero no se pudo concretar, demostró que ya no es posible la unipolaridad.

El imperio llega tarde para constituirse en único poder mundial, pero por eso mismo está malhumorado y agresivo. Los Estados Unidos, tras los fáciles triunfos de Libia, Botnia, Iraq y Afganistán, se dispusieron con varios buques de guerra en el Mediterráneo a bombardear Siria para imponer la "democracia" y de paso reducirla a escombros, como Iraq.

Un estudioso español de la política internacional sostuvo que en esos momentos, entre los buques situados a 1500 kilómetros de Siria y las costas de aquel país, había 350 buques de guerra rusos. El ataque se hubiera convertido en un holocausto sin precedentes, que por otra parte es una amenaza constante. Ahora mismo, el intento de repetir la hazaña de Botnia en Ucrania llevó a un enfrentamiento con Rusia que amenaza saldarse con una guerra nuclear.

Cómo sostener el desequilibrio perpetuo
En 1950 los Estados Unidos tenían el cinco por ciento de la población mundial y el 50% de la riqueza. Sus planificadores trazaron planes para mantener ese desequilibrio, ante la perspectiva obvia de que algunos "rencorosos" quisieran restablecer el equilibrio.

En las décadas que pasaron desde entonces, los Estados Unidos perdieron mercados, se desindustrializaron, perdieron competitividad, están amenazados por disturbios en el frente interno, enfrentan un peligro de balcanización de Texas y California. Sobre todo se convirtieron en una sociedad rentística, vieja y dependiente de la especulación financiera. Su destino, ante las potencias emergentes como China, India y la misma Rusia parece aproximarse a una derrota frente a los "rencorosos".

La unipolaridad estaba comprometida por la constatación en el Oriente Medio, África y Asia de que EE.UU. y sus aliados provocan lejos de sus fronteras guerras que no ganan pero que siempre dejan caos, muertes, refugiados, miseria y destrucción económica y social. No son guerras para ganar sino para dar ejemplo y aleccionar a los díscolos, que sin embargo insisten en sus pretensiones.

Ayer ciudadanía, hoy democracia
El imperio romano, ante el retroceso del "limes", el límite que lo separaba de la barbarie, ofrecía a los bárbaros la ciudadanía romana y los bárbaros la aceptaban con orgullo, incluso se ponían nombres romanos, porque pertenecer como ciudadano a Roma todavía era ventajoso. El imperio actual ofrece la democracia, pero los países definidos como "rencorosos" no la quieren porque no les reporta ninguna ventaja.

En la decadencia los imperios no ofrecen nada positivo ni deseable porque ya no pueden, pero les queda el expediente de explotarlos todo lo posible, por ejemplo mediante la deuda externa fraudulenta, a veces tomada con complicidad de los países periféricos, como fue en la Argentina el caso de Martínez de Hoz y Cavallo y el Toto Caputo, entre otros.

Los países que se sienten con fuerzas para contestar los designios imperiales forman bloques y alianzas entre ellos, como el Brics, integrado en principio por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que en total supera en población y capacidad productiva a los Estados Unidos y Europa. Ellos hablan abiertamente de terminar con la dictadura del dólar, moneda que carece de respaldo y es la del país más endeudado del planeta.

Acá se desafía al poder financiero en el mundo en un punto esencial: extender la hegemonía, el control, a todo el planeta; aumentar el poder de un grupo reducido de plutócratas y enriquecidos, en total el 2% de la población mundial que tiene en sus manos el 80% de la riqueza. Por esa vía se podrían generar condiciones sociales que provoquen una explosión sin relación con cometas ni supernovas, pero que tengan un poder destructivo muy grande.

No hay alternativa socialista ni anticapitalista, como dijo Thatcher, al poder financiero mundial; pero no se trata del poder que imaginaron Thatcher y Reagan, porque ellos mismos y sus continuadores no están a la cabeza. Habrán perdido el control del mundo que dirigieron pero que habrá caído en otras manos para continuar por el mismo camino.

Soberanía condicionada
El intento imperial de someter al mundo a una sola ley es la renuncia a acudir a la justicia propia y aceptar tribunales de los Estados Unidos, por ejemplo jueces que hicieron su trabajo fallando en contra de la Argentina y a favor de los especuladores.

Eso es sencillamente renunciar a la soberanía, porque ninguna sentencia judicial puede obligar a un país soberano, según los viejos paradigmas, pero no según los nuevos de "una sola ley", la de los Estados Unidos y todos los recursos naturales del mundo para aquel país. Nadie debe negárselos, por eso se hunde en la ignorancia a los que luchan contra el fracking y la megaminería.

Para el lingüista y analista norteamericano Noam Avram Chomsky el objetivo de la política exterior de su país es proteger los intereses de las grandes empresas con un "nacionalismo económico (un proteccionismo) que depende en gran medida de la intervención estatal masiva", y por eso en regla general se ha opuesto por todos los medios a que los demás países tengan políticas de "nacionalismo económico".

El sostenimiento de esta política, cada vez más clara en la medida en que se torna más agresiva, explica la furia imperial contra los "regímenes radicales y nacionalistas", que responden a las presiones populares para un desarrollo independiente.

El imperio no podrá realizar su sueño de restaurar el liberalismo de acuerdo con las doctrinas económicas de los intelectuales a su servicio; pero extenderá y acentuará sus procedimientos y contagiará al resto del mundo, de modo que al final no triunfará él pero dejará el mundo enfermo, corrompido y en disgregación: el resultado natural de su acción.
De la Redacción de AIM.

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