La ciencia moderna abrió de nuevo la caja de Pandora y no la sabe cerrar. La leyenda del aprendiz de brujo, retomada por Goethe, muestra al aprendiz provocando efectos espectaculares mediante la magia. Pero al momento de detenerse, no supo ni pudo.
Entonces llegó al mago blanco y puso las cosas en su lugar, reprimió a las fuerzas descontroladas y reprendió al aprendiz que no supo honrar su ciencia.
¿Dónde está ahora el mago (científico moderno) que pueda poner en caja las fuerzas que la ciencia desbocó?
No es una cuestión ética ni política. En estos terrenos la guerra es peor que en ningún otro. Este momento del mundo es la “edad de la riña” donde todo es motivo de pelea sin control, y sobre todo la política. Y estamos amenazados por el uso de armas que la ciencia puso en manos de los políticos, y que tienen una potencia suficiente para destruir al mundo.
Stephen Hawkins, que es uno más en la tropa de la modernidad, advirtió que el gran acelerador de partículas en la frontera franco suiza podría provocar una reacción en cadena que aniquilaría toda la materia del universo, hasta el último quark. De nosotros, ni la sombra de la sombra. La respuesta de los físicos atómicos fue: Si no pasó nunca antes ¿Por qué va a pasar ahora? Mejor ejemplo que este de aprendices de brujo, no hay.
Nuestra sociedad hace siglos renunció al control sapiencial y se lanzó a conocer todo por su cuenta, modificar y dominar como un joven atolondrado que termina estrellando el auto del padre.
Miedo sin esperanza
La peste que se abatió sobre el mundo a fines de 2019 llegó a afectar la credibilidad de la ciencia en la mente del hombre de la calle y a poner al menos a las capas medias de la sociedad frente a dudas inesperadas.
Aparecieron ambigüedades atribuibles a la penetración de la ideología en la ciencia. Recrudeció la sospecha nunca desterrada de que el crudo interés crematístico está detrás de todas las cosas y orienta, como un imán las limaduras de hierro, la opinión de algunos especialistas.
La apelación al miedo como herramienta de control social se hace más clara cuando menor es el conocimiento técnico de los comunicadores.
Como telón de fondo está la crisis de la modernidad, en particular la de un estado de cosas en que el nivel de endeudamiento mundial ha llegado a límites insostenibles para las mismas élites que se enriquecen con la especulación financiera.
En un mundo ya todo conquistado y todo repartido, no queda sino arrebatarse trozos unos a otros mediante la guerra o los ardides, mientras la baja de la tasa de ganancia hará llegar el momento de serenarse, cuando la inversión de un dólar no produzca más que un dólar.
La modernidad hizo crisis cuando la razón se convirtió en un principio de legitimización de la explotación y del lucro, y dejó de ser un principio crítico de la ciencia como liberadora de los dogmas; es decir, cuando quedaron al descubierto, sobre todo después de la segunda guerra mundial, las ilusiones del positivismo y de la Ilustración.
Los que confiaban en la ciencia como instrumento de progreso y redención ahora están desasosegados, se sienten indefensos, sin horizonte, abocados solo a sobrevivir en un mundo hostil, que a diferencia de la triste realidad del antiguo régimen, no tiene ninguna promesa ultramundana.
Lo que se inició como movimiento libertador con horizonte ilimitado está encerrado en una cárcel construida por la razón instrumental, que vuelve a recitar el catecismo represivo de control y represión, de punición y legalismo.
Desde el siglo XIX la ciencia confiaba todo a la experiencia. Su fe era lo fáctico, lo observable y cuantificable. Había aprendido a rechazar como antiguallas sin sentido a la especulación y la metafísica. Las leyes naturales tenían base empírica pero sobre todo no tenían juicios de valor.
El realismo de los científicos sobreentendía que sus métodos se aplicaban a un mundo objetivo, existente fuera del sujeto, observable mediante instrumentos que amplían las capacidades de nuestros sentidos.
Pero en ese mundo ordenado y con sentido sobrevino una crisis que rompió la estructura social: el Estado nacional perdió su significación de antaño con la aparición de tecnologías sin fronteras.
De la Redacción de AIM.
Dejá tu comentario sobre esta nota