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Caleidoscopio
Caleidoscopio

La ciencia en el campo

Hace cinco siglos los españoles que llegaban a Abya Yala tras el choque fortuito de las carabelas de Colón con las Antillas, leían ante los nativos el "requerimiento", un rollo legal que los sometía a unos reyes de que no tenían noticia y los declaraba hijos de un dios que no era el suyo.

Aquel modo de conquista ahora es una reliquia; hoy los medios de conquista son la ingeniería genética y la biotecnología, que suelen fascinar con progresos estupendos a gente que no sabe bien de qué se trata y supone que está ante un mundo nuevo, admirable, una suerte de posibilidad ilimitada, de magia debida a la ciencia moderna de la que no cabe esperar sino beneficios.

Las empresas que encabezan los avances tecnológicos necesitan mantener a los consumidores aislados y en un sopor tal que acepten todo sin cuestionamientos, incluso con agradecimiento.

Antes que temor a lo nuevo, que suele ser un obstáculo a lo que puede ser mejor, es necesario entender que las empresas que buscan el beneficio mediante la innovación hacen inversiones tan grandes que exigen ganancias proporcionales; si hay errores, la propaganda debe inducir a mirar a otro lado porque el mercado tiene leyes, pero no tiene ética.

Un punto crucial, porque pone en riesgo la alimentación del mundo, son los productos transgénicos, y dentro de ellos los dotados del gen "Terminator"

La fertilidad no es negocio
En 1993 la empresa Delta Pine Land, subsidiaria de Monsanto, patentó un gen bautizado "Terminator", que regula la fertilidad de las semillas.

La idea era que los agricultores compren semillas, que producirán granos estériles. La costumbre ancestral, que viene desde la revolución neolítica, de conservar parte de la cosecha de un año para sembrar la del año siguiente, quedará sin objeto. Los agricultores deberán comprar semillas cada vez que pretenda plantar.

La estrategia comercial de las empresas retirará del mercado las variedades de soja, maíz y otros cultivos que no sean transgénicos.

Los agricultores no podrán comprar otras semillas que las transgénicas y si por alguna razón no pueden comprarlas su suerte estará echada. En todos los casos, los agricultores están en cuerpo y alma en poder de la empresa que fabrica la semilla transgénica, la vende e impide conservar semillas de la cosecha anterior

Hace una década, Monsanto adquirió la tecnología “exterminadora” y la patentó luego junto con la principal productora de semillas de algodón de los Estados Unidos bajo el número 5.723.765.

La patente alude al invento como “control de la expresión genética vegetal”, nombre deliberadamente confuso que tiende a no decir nada comprensible para no alarmar Los propietarios de la patente quedaron autorizados a crear semillas estériles programando el ADN de las plantas para que maten sus propios embriones.

Monsanto creó plantas que tienen ciencia introducida con la finalidad de matarse a sí mismas. Este es un resultado de la inteligencia técnica y ha sido evaluada, ha pasado por protocolos estrictos y aprobada por sesudos examinadores oficiales.

En el genoma de una planta “Terminator” se insertan tres genes provistos de un interruptor. Al activarse uno de estos genes se produce una proteína llamada recombinasa, que actúa como una tijera molecular. La recombinasa corta un “espaciador” que hay entre el gen productor de la toxina y su promotor. Mientras está el “espaciador” actúa como un seguro para impedir que el gen de la toxina se active.

Un tercer gen ha sido diseñado para producir un “Represor” que evita que el gen de la recombinasa se desactive hasta que la planta, manipulada con la “tecnología exterminadora” sea expuesta a un estímulo exterior específico, tal como un compuesto químico concreto, un choque térmico o un choque osmótico.

Cuando el estímulo elegido se aplica a la semilla antes venderla, se interrumpe el funcionamiento del represor. Por lo tanto, como no hay represión, el gen de la recombinasa se activa. La recombinasa que se produce elimina el sistema de seguridad del espaciador.

Puesto que el promotor ha sido elegido para ser activado en las últimas etapas de maduración de la semilla, será solo entonces cuando se iniciará la producción del veneno que mata la semilla. El propósito de la muerte programada en este caso es la ganancia, el lucro, el beneficio empresario.

Pobre los pobres
La mitad de los agricultores del mundo son pobres y no pueden comprar semillas todos los años. En breve no tendrían más que rendirse a Monsanto o desaparecer Pero no solo ellos, toda vida quedará en riesgo de desaparecer. Sin embargo, ante la proliferación de quejas, la justicia y varios Estados prohibieron el gen Terminator por ahora, aunque sigue existiendo y espera su momento.

Las semillas con el gen Terminator conservadas para usarlas para la siembra después de la cosecha no germinarán porque la obra de la naturaleza ha sido “corregida” en la dirección del negocio y de la codiciosa avidez de los negociantes.

Antes se decía que la paga del pecado es la muerte; ahora, desde el predominio universal de la codicia de los mercaderes, el triunfo de la razón es la muerte.

Vida y muerte en una semilla
La finalidad es impedir que los agricultores reserven sus semillas en la “bolsa blanca” como han hecho siempre, y obligarlos a comprar semillas nuevas a Monsanto, que será la dueña de decidir si vivimos o no.

La patente alcanza a porotos, habas, tomates, pimientos, trigo y maíz, transformadas en cadáveres. Monsanto ha sido la encargada de dar otro paso en el propósito de poner a la naturaleza bajo el poder humano, imperial en este caso.

Ha cortado de un golpe el ciclo natural planta-semilla de modo que no habrá alimentos si no media el acto económico de compra de semillas, para lo que se requiere capital. El triunfo del capital, impuesto como forma económica natural, también es la muerte.

Esto es muy bueno para Monsanto y también para el departamento de agricultura de los Estados Unidos, que le está cada vez más subordinado o que ve quizá que por esta vía se abre al propósito imperial de dominio mundial un camino ancho y sencillo.

La tecnología exterminadora tiene el fin de que los agricultores no puedan disponer de sus propias semillas no híbridas. Las semillas ya no pertenecen a la comunidad ni al agricultor privado ni reunido en cooperativas, ni siquiera a los estados nacionales.

Pertenecen a Monsanto, que reclama el derecho de propiedad sobre toda la especie a pesar de que solo ha introducido un gen y todo el resto lo ha hecho la naturaleza en millones de años, o los mismos agricultores en un proceso lento y paciente, como en la papa, el maíz o el tomate.

Pero los muertos no hablan ni pueden ejercer derechos, y así, como cadáver, puede que considere en breve el hombre “moderno” a la naturaleza.

Así la viene considerando el gran “perdonavidas” desde que entiende que toda cosa que existe, existe para él o debe desaparecer.

El predominio del capital financiero, las facilidades para transferirlo por sobre fronteras, el exceso de liquidez, llevó a los dueños del dinero a mirar el negocio de los alimentos, que con mucha propiedad se les presentó como apetecible.

Las grandes corporaciones transnacionales, en primer lugar Monsanto, quieren que todos los agricultores del mundo vuelvan a ellas cada año, a comprarles lo que no podrán conseguir en ninguna otra parte, porque la naturaleza que se las proveía antes, habrá sido esterilizada.

Patentes de plantas, licencias, derechos de propiedad intelectual, investigaciones y juicios contra agricultores por violar el monopolio de una empresa sobre determinada variedad de semillas son medios que las transnacionales que salieron al campo, no a pasear sino a comprarlo, usan para imponer sus fines.

Todos estériles
Un analista hace notar que el problema más serio es el riesgo de que la función exterminadora escape del genoma de los cultivos a los que fue intencionalmente incorporada y se trasmita a otros cultivos de polinización abierta o plantas silvestres de los alrededores.

La propagación gradual de la esterilidad entre las plantas podría resultar en una catástrofe mundial que incluso podría borrar del planeta formas superiores de vida, sin excluir a los seres humanos. Esta pudo ser una razón suficiente para prohibir el gen exterminador, mientras otras razones no se muestren más poderosas o más cautivantes.

Después de todo, la frase de Luis XV al final de su vida, "después de mí, el diluvio", pronunciada cuando se veían venir descontentos que terminaron con Luis XVI en la guillotina, siempre tendrá seguidores entusiastas y poderosos. La idea no murió, De Gaulle pronunció la misma frase egoísta después del fracaso del plebiscito que propuso en 1969.

Si la tecnología exterminadora se utilizara ampliamente -y para eso solo hace falta que sea negocio, y lo es espléndido- otorgará también a las industrias multinacionales de las semillas y los agroquímicos una capacidad extremadamente peligrosa de controlar las fuentes de alimentos del mundo.

La propiedad que Monsanto reclama sobre todo el genoma de las plantas alteradas a pesar de que la alteración es en solo un punto de una cadena muy larga, se extiende de hecho a toda la vida, incluso la del hombre, que puede pasar a propiedad de las grandes corporaciones capitalistas, y no de hecho, como puede ser ahora según algunos pesimistas, sino de derecho, porque les será posible reclamarlo ante los tribunales.

Hace algunos años se produjo una advertencia: se informó de mariposas que habían recogido en sus patas polen de maíz transgénico, o murieron o no pudieron desarrollar sus embriones. Fue el primer llamado de atención de que no todas son rosas, de que los genes introducidos en el genoma pueden “volar” e infectar a las plantas silvestres con consecuencias incalculables.

Puede acontecer que plantas infectadas de esta manera novedosa, producto de la bioingeniería, den frutos estériles y así, poco a poco, donde hubo un vergel habrá un desierto.

Analizando la situación al fin de la primera guerra mundial, Lessing dice que occidente (de aquel momento) “todavía tiene pueblos y comunidades que dependen de las plantas y los animales, las nubes y el agua, el sol y los mundos siderales, de modo que hace recordar a los pueblos originarios de América.

En una palabra, de lo que los chinos llaman Feng Shui, literalmente “viento-agua” o influencia ambiental. Pero vemos a este mundo crecido espontáneamente (se refiere al fundado en el mito del progreso) sacrificar sus dioses y demonios por espíritus y poder en el mercado internacional de la razón política y económica”.

Las semillas genocidas
Los agricultores de la India, que desde tiempos inmemoriales han reservado parte de su cosecha para sembrar la próxima, como en todo el mundo, ya no podían hacerlo. Por eso se suicidaban a razón de uno cada 30 minutos, porque la ineficiencia de Monsanto y su avidez descontrolada de ganancias están perpetrando un genocidio.

En 2008, un periódico de Nueva Dehli se refirió al caso como “El genocidio de los organismos genéticamente modificados”, restringiéndose a la muerte de los agricultores, porque la de la naturaleza todavía no se veía. El diario hacía notar una paradoja: los trabajadores humildes, despojados de todo recurso y todo derecho, se mataban bebiendo los mismos insecticidas que les había vendido Monsanto para tratar los cultivos.

La mayoría de los suicidas eran productores de algodón, que debieron afrontar la muerte cuando Monsanto introdujo triunfal en el “mercado” la semilla Bt en el año 2002.

La viuda de uno de los suicidas contó que compraron 100 gramos de semillas de algodón transgénico. “Nuestra cosecha fracasó dos veces.

Mi marido se sumió en una profunda depresión. Salió a su campo, se acostó sobre el algodón y tragó insecticida “. Es como si Monsanto lo hubiera matado dos veces: cuando le vendió la semilla y cuando le vendió el glifosato.

Monsanto está destruyendo la agricultura tradicional y sostenible en todo el mundo, pero en la India, donde más de 1000 millones de personas dependen de las semillas, la cuestión es muy grave y por eso intervino Estado para evitar un genocidio.

El recinto oscuro
Una leyenda india muy antigua informa en el país del Ganges de un pueblo muy feliz, que se sabía gobernado por un rey sabio que nadie conocía y que moraba dentro de un “recinto oscuro”.

Un día, un joven no pudo resistir la tentación y abrió la puerta del recinto oscuro para conocer al rey sabio. No había nadie, el recinto estaba vacío. Esta novedad introdujo la infelicidad en el pueblo. La influencia silenciosa del vacío capaz de actuar sin moverse, generaba la felicidad del pueblo.

Hace dos o tres siglos, los indios abrieron la puerta del recinto oscuro. No solo supieron que estaba vacío sino que pasó algo peor: dejaron entrar a Monsanto en él.

Olga, del matrimonio a la gloria
Olga Monsanto se casó a fines del siglo XIX con John Francis Queeny, creador de una empresa química en 1901, a la que bautizó con el apellido de su esposa. Entre sus primeros productos estuvo la sacarina y luego fue proveedor de cafeína para la Coca Cola hasta que en 1921 se aplicó a la química industrial.

Monsanto fue comprada en 63.000 millones de dólares por la Bayer Leverkusen en 1918. Era una de cuatro grandes compañías del mundo aplicadas a negocios agrarios. Alrededor de 1980, usando la biotecnología, se disponía a sacar al mercado una hormona de crecimiento bovino sintética, producida en bacterias modificadas genéticamente para producir proteínas bovinas. Simultáneamente, Monsanto procuraba imponer las semillas de soja y maíz transgénico y sus variedades de algodón resistentes a los insectos.

En el país del pan… Monsanto da hambre
La Argentina tiene un potencial extraordinario para producir alimentos, o tenía… porque ahora depende de la voluntad del capital financiero y de decisiones de dónde poner el dinero y con qué fines que ignoran por completo a las necesidades más elementales, como la de comer.

Hay muchos argentinos que pasan hambre, cosa de la que se hacen cargo con pocas ganas los políticos, debido a su función de gerentes del capital financiero.

Pero en realidad, las grandes corporaciones como Monsanto controlan la producción de alimentos, debido a que, por ser bienes insustituibles, al tener el mercado en sus manos la ganancia es generosa y segura.

Si la gente no tiene petróleo, si no accede al gas o a la electricidad, puede usar leña o bosta, energía solar o eólica. Pero si el mercado de los alimentos está controlado, hay que arrodillarse ante quien lo controla, sin más remedio, o seguir el camino de los campesinos indios.

Hoy prácticamente el 100 por ciento de la soja que se produce en la Argentina es transgénica. Entre nuestros agricultores, tan desprovistos de vista larga como los políticos y en general las clases medias, no parece posible ni rentable pensar mucho más allá de los beneficios del momento. Si la soja transgénica es negocio, si da buenos dividendos, ¿porqué no usarla?
De la Redacción de AIM.

Terminator nto Glifosato Soja gtransgenica

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