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Caleidoscopio
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La danza de los espiritus

La danza de los espíritus fue un fenómeno muy notable, patético, producto de la desesperación, que afectó a los muchos indígenas norteamericanos a fines del siglo XIX. Ante la perspectiva del aniquilamiento, los sioux se entregaron a danzas frenéticas que debían producir el efecto de hacer desaparecer a los odiados hombres blancos y devolver al pueblo sioux su antiguo esplendor.

Un resto de creencias tradicionales, dirigidas a un fin práctico mediante ritos alterados, podía conducir a los fines que se proponía tanto como los bailes de jóvenes germanos en torno de los árboles en el Teutoburg en el siglo XX.

Los nazis propiciaron en los jóvenes una vuelta al paganismo que no tenía perspectiva, porque el baile en torno de árboles en bosques "sagrados" ancestrales no eran ni lejanamente comprendidas como lo había sido en su tiempo. Esta clase de comprensión no se puede suscitar mediante una decisión política con fines demagógicos y mezquinos en jóvenes a los que nada alejaba de la mentalidad moderna ni les invitaba a valorar ni entender otra, que les permanecía extraña.

El caso que desencadenó las danzas espirituales, que fueron el último, desesperado y fracasado esfuerzo de los indígenas norteamericanos por recuperar el centro de su vida, fue el de Wovoka, un paiute que sufrió alucinaciones en 1888. Declaró haber recibido un mensaje” del Gran Espíritu, Manitú, que le indicaba el baile ritual como método de liberación.

Wovoka, que había sido cristianizado y recibido influencias cuáqueras, también próximas a las tendencias dionisíacas, fue considerado un mesías que recuerda los delirios colectivos que provocó el "redentor apóstata", Sabbatai Zwi, entre los judíos de Estambul cuando apareció a mediados del siglo XVII.

El mensaje de Wovoka se extendió. Muy pronto miles de indígenas, hombres, mujeres y ancianos, bailaban incluso hasta el desfallecimiento y la muerte.

Los "blancos" creyeron estar ante una epidemia de locura y respondieron a su manera habitual: mandaron al Ejército y mataron a Toro Sentado, al que consideraron adalid de la "revuelta" que no había dañado a nadie salvo a los propios bailarines, y a unos 300 de sus seguidores.

Perdido el sentido original del símbolo, perdido el significado de la danza ritual alrededor del eje del mundo, los indígenas fueron conducidos por una inspiración desviada, mística, puramente individual y no universal.

El movimiento, tras la matanza, terminó en el desánimo y la resignación, al menos pasajera: el destino de los indígenas norteamericanos ya no estaba en sus manos. Después de milenios de vivir en el paraíso, se enfrentaban a un infierno que no habían conocido nunca, que llegó a sus praderas traído por una raza dura y brutal, renegada de sus propias tradiciones, indiferente a las ideas que dan a la existencia un sentido superior y apegada firmemente a la competencia, la conquista y el lucro.

Wovoka, con los sobrevivientes, fueron recluidos en reservas bajo custodia estricta, aunque habían llegado a la extenuación y a la evidencia de que ya no podrían alcanzar la liberación. Los "dioses" los habían abandonado y la comunicación con ellos se había vuelto imposible. Wovoka murió tiempo después en un sitio que donde estaba de hecho recluido.

La danza que él profetizó como libertadora resucitaría a todos los sioux muertos, de modo que serían otra vez mayoría sobre los blancos. Para los indígenas de las praderas el retorno de los muertos significaba poder material y capacidad práctica de enfrentar la opresión.

Los sioux creyeron que también volverían los bisontes a las praderas y que los usurpadores serían destruidos por un alud enorme. Enceguecidos por el entusiasmo mesiánico, creyeron que unas camisas especiales que vistieron los harían invulnerables a las balas.

Pero todo terminó con la muerte de Toro Sentado y luego con otra masacre, de 200 sioux, en Wounded Knee, al sur de Dakota, el 29 de diciembre de 1890. Fue la última matanza de nativos, una matanza de norteamericanos en el propio territorio del país. En adelante, el exterminio estaría a cargo de las enfermedades, la miseria, el encierro y la tristeza, de la vida sin sentido.

La danza de los espíritus cortó el camino de la resistencia contra fuerzas armadas; pero abrió otro quizás más próximo al tradicional, pero también desviado. No hubo más visiones de aniquilamiento de los blancos. Las creencias se dirigieron en adelante al peyote, el mezcal y otras plantas y hongos característicos de movimientos de revitalización entre los americanos nativos del siglo XX.

El ritual peyotista implica oración, canciones, consumo de peyote y contemplación extática, curiosamente similar a algunas prácticas de la "espiritualidad" occidental siente desorientada, que trata de reencontrar el camino perdido hace siglos mediante préstamos, copias e imitaciones. De todos modos, siguiendo el espíritu de la modernidad, no evitan a veces establecer una presunta "superioridad" sobre doctrinas que apenas conocen, pero pretenden imponer formuladas torpemente, a su manera, incluso a sus custodios tradicionales.

Las prácticas contemplativas no son para todos, y menos para los que están inficionados por los modos "prácticos" occidentales, hechos para incidir en la realidad y dejar en ella la marca de cada uno. Reapareció hace poco el "Poder Rojo", un intento por recuperar las tierras robadas. Pero como el camino de la fuerza está cerrado ahora la resistencia se ejerce mediante abogados, políticos, escritores, políticos y protestas pacíficas.

El lamento del Alce Negro
La derrota de las danzas espirituales, su significado visto desde el plano tradicional, aparece apenas velado en el "lamento del Alce Negro". Es posible que una de las causas que dieron vía libre a la "inspiración" de Wovoka fue que desde que los sioux fueron confinados en reservas, los rituales y ceremonias anuales, vitales para ellos, fueron suprimidos progresivamente. Un resultado sería la aparición de la danza de los espíritus y la tragedia de Wounded Knee. El lamento del Alce Negro aparece en boca de un sobreviviente que resume la tragedia: «Me veis ahora como un anciano lastimoso que no ha hecho nada, porque el círculo de la nación está roto y disperso. Ya no hay ningún centro y el árbol sagrado que debió crecer en el corazón de un pueblo con flores y pájaros cantores, ahora se ha secado como el sueño de las gentes que perecieron en la nieve ensangrentada”.

El círculo roto y disperso no es ni más ni menos que el fin de un mundo, de uno de los ciclos de la vida. La nación sioux ya no tiene su centro propio, como la danza de los espíritus evidenciaba con su locura propiamente "descentrada". El árbol sagrado ha muerto, ya no hay posibilidad de alcanzar estados superiores. Los sioux, como los occidentales actuales, cayeron víctimas de la agitación sin sentido, de la angustia sin explicación, de la sensación de acabamiento y decadencia y de estar a un paso de la catástrofe.

Los indígenas de las praderas tenían varias ceremonias diferentes con finalidades diferentes: el baile del maíz, el de la caza, el de la lluvia y el del sol. Pero todos, a pesar de que se los suele mostrar como separados, están unidos por la necesidad previa de alcanzar la armonía, que no es sino en reflejo en cada uno de la unidad del todo. La armonía, entendida en el sentido tradicional, es recuperar la unidad sintética de la personalidad, que se corresponde con la unidad esencial de la totalidd. La personalidad puede aparecer transitoriamente dividida en tendencias contradictorias, enfrentadas. Cuando reaparece el ser armonizado se revela idéntico al "Sí mismo" que descubrió el psicólogo Carl Gustav Jung. Así centrados en un punto del eje del mundo, es posible ascender por él a otros estados y ese es el fin que los sioux vieron cortado cuando advirtieron, como dice el lamento del Alce Negro, que el círculo de su pueblo estaba roto y que el árbol estaba muerto. El camino de la desesperación, una vez que la salida normal estuvo impedida, fue el que abrió Wovoka.

La resignificación de los símbolos tradicionales, como subsisten débilmente en América, donde los aborígenes se aferran por ejemplo a la veneración de la tierra como uno de los polos de la realidad y no como objeto de dominio, es posiblemente la tarea previa a toda reivindicación social, política o económica.
De la Redacción de AIM.

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