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Caleidoscopio
Caleidoscopio

La propaganda modeladora

Paul Joseph Goebbels no era la espléndida "bestia rubia" que el nazismo propuso como ideal. Medía 1,65 de estatura, de rostro demacrado y enfermizo, de aspecto desagradable, desabrido y frío, obligado a usar un aparato ortopédico para caminar rengueando debido a una enfermedad ósea infantil que presentaba como herida de guerra, pero temible demagogo y eficaz agitador de masas.

La "bestia rubia" correspondía mejor con la figura física y moral de Reinhard Heydrich, uno de los ideólogos de la "solución final", pero fue una de tantas iniciativas propagandísticas. Justamente en la propaganda fue donde más se destacó el doctor en filología Joseph Goebbels gracias a las iniciativas que fijó en once principios que siguen siendo usados por todos los gobiernos. Los usan los totalitarios sin tapujos y los "democráticos" de modo vergonzante, como disimulando o a escondidas, pero por eso mismo de manera quizá más efectiva y peligrosa.

Estos principios enraízan con la política de todos los tiempos, desde Roma a Maquiavelo y a la actualidad. Fueron práctica común de Trajano, Catón o Cicerón. También se vinculan con la "propaganda de la fe" de la iglesia católica, que fue la continuadora del imperio romano en esta y tantas otras cosas.

Los 11 principios de Goebbels son:
1- Principio de simplificación y del enemigo único.
La propaganda debe dividirse en puntos claros y concisos, que se expresen en programas, manifiestos, catecismos, declaraciones. El cristianismo lo hizo en el Credo o Símbolo de Nicea, la revolución francesa en la declaración de derechos del hombre, el marxismo en el manifiesto comunista, la revolución estadounidense en el "Sentido común" de Thomas Payne.

Más breves, con apelaciones más directas a las emociones primitivas son las voces de orden y los slogans: "Ein Volk, ein Führer", "todo el poder a los soviets" o más actualmente "la década ganada" y para la coyuntura: "El candidato es el programa". (Aunque para las PASO del 12 de setiembre nadie quiera saber de candidatos y los programas no existan).

Este principio manda tener un enemigo único, al menos uno por vez, y definirlo claramente: los rojos antes, los terroristas o los musulmanes ahora, con la misión de meter miedo y unir contra él. Si los adversarios no aparecen suficientemente uniformes, si persiste en ellos la diversidad, hay que centrar el odio de las masas en uno de ellos, el jefe, e insistir luego en que se puede meter a todos en el mismo saco porque en el fondo son todos iguales.

Para los nazis fue muy útil adjudicar al adversario los errores propios e inducir a combatirlos en los adversarios y no en ellos.


2- Principio del método de contagio.
El contagio consiste en atribuir a diferentes adversarios las mismas intenciones, y hacer ver que todas las actitudes de "ellos" están dirigidas contra "nosotros". Por ejemplo, para cierta izquierda, es esencial insistir en "camarillas" dirigidas contra los trabajadores, así sean de banqueros como de curas, de liberales como de filósofos "burgueses", ya que no están divididos sino en apariencia y solo para engañar.

3- Principio de la transposición.
Hay que ponerse de entrada de parte del público para después intentar doblegarlo. El mensaje debe ir acompañado de valores aceptados por todos para que la memoria colectiva actúe como refuerzo identificando una situación actual con otra pasada y conocida que se presenta como su continuación. En la represión de un manifestación, por ejemplo, se debe traer a la memoria la Semana Trágica o cualquier hecho del pasado que puede aumentar el significado del hecho presente, potenciarlo.

4- Principio de la exageración y desfiguración.
Se trata de dar a conocer solo las informaciones favorables, y cargarlas de contenido propagandístico. Las informaciones se convierten en comentarios. La edición de las imágenes en televisión es un recurso valioso.

"Editar" está fuera de su sentido recto y toma el propagandístico de tergiversación, exageración y desfiguración.

La propaganda hitleriana, a diferencia de la divulgación científica, por ejemplo, buscaba deliberadamente expresar los contenidos más burdos y primitivos, ya que se trataba de pulsar esas cuerdas de las masas y de formular consignas adecuadas al nivel intelectual más bajo posible, para barrer el mayor número. En cualquier propaganda política, se trata de suscitar el miedo de las masas ante el adversario. "Ellos" tienen intenciones que ocultan porque no pueden mostrar, en cambio, con "nosotros", que mostramos cómo somos, seremos felices.

5- Principio de la vulgarización.
Cuando más absurda sea la preferencia de la masa, más se debe ajustar a ella la propaganda para enraizar allí el mensaje y "atarlo" en las zonas más oscuras.

La propaganda política francesa no buscaba mitigar el odio a los alemanes sino por el contrario fue azuzado y explotado por los partidos de derecha nacionalista tanto como por los comunistas.

La propaganda se debe adaptar al nivel del menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más numerosa sea la masa a convencer, mayor será su pasividad maleabilidad y menor el esfuerzo mental que debe realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.

6- Principio de orquestación.
Se debe repetir incansablemente las consignas, los slogans, dos o tres temas fundamentales. Goebbels ponía el ejemplo del catolicismo diciendo que se sostuvo 2000 años repitiendo siempre lo mismo, por ejemplo el rezo monótono y repetido del rosario.

Pocas ideas repetidas muchas veces. Por obstinada, cansadora y sin sentido que parezca la repetición, tiene un fin que es el de la gota que horada la piedra o del martillo que dobla el hierro. Las costosas campañas publicitarias se basan en este principio que implica estar siempre en todas partes y por todos los medios, como la Coca Cola. El mantenimiento de estas campañas permite suponer que son efectivas porque si no justificaran el gasto serían levantadas.

En las campañas, es necesario cierto nivel de variación, por ejemplo, detenerse un tiempo breve para reiniciar bajo una forma algo diferente o introducir de tanto en tanto variantes menores en el formato principal siempre reconocible.

En el caso de la propaganda política, cada paso prepara el siguiente, que debe hacer más ruido que el anterior, hasta terminar en enormes manifestaciones como fueron los actos finales de Alfonsín y Luder en el 83. El significado que tuvo la quema del ataúd radical por Herminio Iglesias da ejemplo de lo que se puede hacer con las masas llevadas poco a poco al paroxismo y de lo que puede costar un error en el momento decisivo.

7- Principio de renovación.
Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa.

En lucha abierta con el adversario, cada uno encontrará nuevos argumentos, valgan poco o mucho, de modo no tanto de contestar adecuadamente, sino que cuando el adversario responda a la cuestión de ayer, hoy la atención esté en otra parte. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones. Es el método bien conocido en la política argentina actual de "redoblar la apuesta", subir el tono, tensar la cuerda.


8- Principio de la verosimilitud.
Goebbels siguió el ejemplo del príncipe Otón von Bismarck para corromper a la prensa. Pero mientras el "canciller de hierro" usaba el dinero con ese fin, Goebbels se valió de la coacción y la amenaza. Orquestó campañas que se iniciaban en un punto del país y luego eran tomadas por diarios de las ciudades importantes, que citaban "fuentes" en apariencia independientes. La población se veía al fin frente a una "evidencia" abrumadora, como fue luego el caso de Iraq y sus armas químicas, y se obtenía lo que los nazis querían: el clima para invadir Checoslovaquia o Polonia.

La corrupción de la prensa para que se preste a las campañas oficialistas con algún disimulo de imparcialidad se ha vuelto una práctica cotidiana y tan próxima a nosotros que cualquiera puede verificarla.

9- Principio de la silenciación.
No mencionar ni permitir que se mencionen las cuestiones sobre las que no hay respuesta y disimular las noticias que favorecen el adversario. Para eso es útil la contraprogramación usando los medios de comunicación afines o alineados.

10-Principio de la transfusión.
La propaganda no opera en el vacío ni debe arrancar desde cero cada vez. Se debe sembrar en terreno preparado, apto para hacer fructificar la semilla. Para eso hay que partir de alguna idea, un conocimiento, un rencor, un recuerdo o un prejuicio con suficiente fuerza. Un mito nacional como el de la fertilidad de la tierra y la riqueza inagotable o el desprecio racial por negros e indios. Los argumentos de la propaganda deben "prender" en sustratos de esta índole, en actitudes primitivas, elementales, para garantizar su eficacia.

11-Principio de la unanimidad.
La opinión, en la que suelen manifestar confianza los demócratas, busca mediante noticias, comentarios, editoriales expresados por cualquier medio técnico hacer surgir en el público el refuerzo de sus prejuicios. Cada uno debe luego poder decir: "es como yo decía", o "ya me parecía", como si hubiera surgido libremente de su interior un consentimiento que fue inoculado por la propaganda. La sensación de "pensar como todo el mundo" refuerza el sentido rebaño, que es muy fuerte en el ser humano y suscita la ilusión de estar en lo cierto; pero que por otra parte quisiera ser persuadido de que es único e irrepetible.

Los nazis y los otros también
Estas normas de la propaganda nazi ya no son solamente nazis, como tampoco lo eran cuando Goebbels las formuló. Nuestra sociedad no quiere verse reflejada en ellas y por eso pretende haberlas relegado a un rincón de la historia repudiado y enfermo. Sin embargo, siguen vigentes también entre los que repudian a los nazis y dirigen contra ellos fortísimas condenaciones morales y políticas a las que quizá no se hubieran atrevido cuando gobernaban. La falsedad como táctica es una de las recomendaciones más útiles para obtener ventajas políticas, mirando sólo como instrumentos a las cuestiones ideológicas o a las circunstancias históricas.

Un ejemplo es Carlos Menem, cuando después de ganar la presidencia prometiendo salariazo y revolución productiva, dijo: "si les decía lo que iba a hacer, no me votaban". Hoy ya nadie dice lo que va a hacer, los políticos se han desembarazado de los programas, reemplazados por intentos de incidir en el electorado con cantos, bailes, globos, espectáculos de luz y color, denuncias y "carpetazos" contra los adversarios o palabras explosivas que causen revuelo, todo a través de los medios de comunicación y envuelto a veces en las mentiras más groseras.

En tiempos de propaganda preelectoral intensa, los candidatos están gárrulos como urracas aunque no digan nada, discípulos de Fidel Pintos en materia de sanata, simpáticos como nunca, prometedores como bebés, mentirosos como el diablo. Entonces se puede advertir que el repudiado Goebbels no ha muerto; vive en sus discípulos de cualquier color, que solo se cuidan de negar las fuentes de su inspiración si las conocen o mejor si las ignoran.

La propaganda política de Goebbels tuvo medios como la radio y el cine de que no disponía la iglesia en la Edad Media, ni tuvo Napoleón, otro adelantado en estas materias. En la actualidad las grandes potencias disponen de tecnologías enormemente más desarrolladas y las usan de manera aplastante: tienen medios electrónicos de conocer las preferencias de cada uno y de espiarnos individualmente.

La contraparte es que el sistema político mundial y todo el mundo moderno se hundirían rápidamente sin la propaganda como la presentó Goebbels y sus desarrollos posteriores, con variantes menores para acomodarla a circunstancias cambiantes más en la forma que en el fondo.

Las democracias actuales preparan a la población para que se ocupe de problemas ficticios como si fueran totalmente reales y trata de desviar su atención de las cosas que debieran reclamarla y que si lo hiciera, podrían cambiar el mundo o por lo menos moverles el piso.

Uno de los fines que los gobiernos logran con estos métodos es suscitar un estado de ánimo en que la gente reclame ceder sus derechos a cambio de que el poder termine con los que previamente identificó como "malos", o con cualquier mal o peligro real o imaginario que ande circulando. El encargado de terminar con los daños es el mismo poder que los creó, que cierra el círculo que le permite medrar y crecer.

Poco a poco manipular se está convirtiendo en la ocupación principal de cualquiera que tenga una cuota de poder, aunque sea pequeña. Es lo normal en los políticos, y lo único a que aspiran los encargados de la publicidad comercial, pero va siendo visto cada vez con más familiaridad por los difusores cuya tarea era informar y ahora es condicionar.

Relato y realidad
Ferdinand de Saussure enseñó que el significado no es una relación necesaria entre una palabra y aquello a que se refiere, sino la relación arbitraria de unos signos con otros. Todo queda encerrado en el lenguaje: fuera de él, nada es cognoscible. Es la victoria en toda la línea del nominalismo que ya reconocía Borges.

Para Saussure y los estructuralistas que abrieron el camino del posmodernismo todo está en el lenguaje de modo que algunas nociones que aluden a fenómenos como alienación, ideología, represión, son de la naturaleza del lenguaje y no tienen sentido fuera de éste.

Lacan es de la misma opinión. Para él la conciencia es lenguaje, no existe aparte del lenguaje; “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”.

Cuando se trata de mostrar algo fuera del lenguaje, que no esté en el relato o que lo determine, el posmodernismo se ve en peligro porque previamente ha hecho desaparecer lo que para el buen sentido "realista" es la realidad.

Si dejamos las explicaciones teóricas, en el terreno de la práctica, el terreno político, la tendencia del poder es a reunir cada vez más poder, y si se entiende que la realidad se puede construir como un "relato", el primer poder es el de los medios que construyen y transmiten el relato.

Los gobiernos tratan inevitablemente de controlar los medios de difusión. Si lo consiguen, la propaganda busca imponer su relato a todos y hacerlo pasar por realidad a cualquier precio, es decir, sustituir la realidad natural por otra construida, a la que se deben plegar hombres y hechos.

El paso siguiente es entonces la censura formal o disimulada por la venalidad, y las noticias falsas.

La censura en cualquiera de sus formas no permite divulgar noticias contrarias al relato, que es creado mediante un tejido de noticias falsas. Estas noticias eran la norma para Goebbels, que valoraba un relato solo por si conseguía o no producir su efecto sin considerar si era verdadero o falso. O mejor: si producía su efecto, era verdadero.

Así es también en las llamadas "democracias" donde se sabe que las desmentidas de noticias falsas tienen un efecto muy inferior a la información inicial, porque el que desmiente se debe poner en el lugar del acusado.

Goebbels impulsó la idea, que hoy corre con facilidad, de que una mentira enorme se cree con más facilidad que una pequeña, y usó con habilidad las grandes mentiras.

Dentro del terreno del "relato", al que Saussure, Lacan y Laclau dieron forma científica y política, los nazis ya experimentaron que es posible meter a las masas en un mundo totalmente fabricado, sin nada en común con la realidad fuera del relato.

La realidad parece ser una con el relato y así es hasta el fin para los que necesitan desesperadamente "creer en algo". Pero para otros los puntos de desacuerdo, las disonancias, resultan más visibles y menos dolorosos que para los fanatizados. Algunos empiezan a construir redes alternativas de información y a buscar noticias "verdaderas" fuera del relato. En tiempos de Goebbels no existían internet ni las redes sociales. Como medio tecnológico nuevo, ocupan con exuberancia el lugar de las redes informales de antaño y son correlativamente más potentes quizá en mayor medida en que aumentó la fuerza de los medios en manos del poder.

Suele acontecer que las noticias difundidas por medios alternativos, de boca a oído o por las redes sociales, se amplifican y deforman tanto o más que deforma intencionalmente el poder las suyas, distribuidas por los grandes medios de prensa que conservan la credibilidad y alguna confianza incluso de los que saben que les están mintiendo.

Goebbels estaba en conocimiento de estos fenómenos y se ocupaba metódicamente por conocer al detalle el "se dice" que corría en la gente fuera de "relato" con la finalidad de neutralizarlo mediante la contrapropaganda.
De la Redacción de AIM.

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