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Caleidoscopio
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Los Toltecas

Las atiborradas megalópolis modernas, que aíslan a sus habitantes y les mezquinan el aire, la luz y el silencio de los que disfrutaban ellos o sus ancestros en el campo, son la confirmación del "mitote" del que hablaban los toltecas hace 3000 años.

Los caldeos no eran un pueblo de Babilonia sino una casta sacerdotal de astrólogos y matemáticos. De un modo similar los toltecas no eran una etnia mesoamericana precolombina, sino unos sabios que tenían la misión de preservar el saber ancestral en el sur de México.

Aquellos sabios llamaron "mitote" a la opacidad del mundo, simbolizada en el humo y el ruido, e identificado con un "sueño", con la multitud de voces que nos influyen de pequeños, se interiorizan y llegan luego a hablarnos desde adentro, confundidas con nuestra consciencia moral, y nos apartan de lo que realmente somos.

El mitote actúa como humo interpuesto entre nosotros para que cada uno no pueda ver claro al otro. El mitote equivale a la ilusión cósmica, a la Maya del hinduismo, creadora infatigable de apariencias, porque esa nube envuelve todo y nos afecta a todos sin excepción.

Para los toltecas cada uno es un espejo que podría reflejar nítidamente a los demás pero es un "espejo humeante" y el humo no deja ver al otro.

Estado lamentable
En el libro de Chuang Tse, un clásico taoísta, hay una leyenda ejemplar sobre cómo el ruido interior sin control afecta a cada uno. Un maestro no supo responder la pregunta de un discípulo y lo mandó a ver la Lao Tse. Cuando llegó tras viajar siete días, Lao Tse le preguntó porqué había traído a tanta gente con él. El visitante no vio a nadie y se confundió. Lao Tse le dio algunas explicaciones que apuntaban al equivalente taoista del mitote, del ruido que nos divide, no deja escucharnos y que en los tiempos modernos ha llegado a ser un estruendo insufrible. Y le dijo: "¡qué estado lamentable es el tuyo!".

En ese estado lamentable estamos, ahora mucho peor que antes debido a una regresión intelectual que los avances tecnológicos no compensan porque los artefactos ayudan pero complican. Contribuyen al mitote, al humo entre espejos que no deja ver la luz que somos esencialmente pero no puede anularla del todo.

Finalmente, cada uno está solo en la gran ciudad rodeado de multitudes a las que casi no ve, porque el humo no se disipa, se densifica, acrecienta la soledad y hace presentir al otro como hostil o extraño.

Tula en nuestro continente
Los toltecas son una de las tradiciones que derivaría de lo que los antiguos llamaron Tula, nombre del que los griegos hicieron Thulé. Tula era también la capital de los toltecas, y es el nombre dado a regiones muy diversas todavía hoy se encuentran tanto en Rusia como en América central.

La Tula mexicana debe su origen a los toltecas; éstos, se dice, venían de Aztlan, literalmente «la tierra en medio de las aguas». El nombre de Aztlan se podría relacionar con la mítica Atlántida que menciona Platón en el Timeo, "no como mito sino como verdad".

Los toltecas daban el nombre de Tula a un país en el centro del océano del que decían provenir
La palabra Tula, en sánscrito, significa «balanza» El signo ideográfico de Aztlan o de Tula era la garza blanca; la garza y la cigüeña desempeñan en Occidente el mismo papel que el ibis en Oriente. El ibis era, entre los egipcios, uno de los símbolos del Thoth, es decir, de la Sabiduría.

El punto de vista tradicional contrasta con el de la ciencia oficial, que como es habitual prefiere el relativismo que multiplica versiones meramente probables y al final, por inevitable choque entre ellas, no permiten llegar a nada, son más "mitote", más ruido, más tinieblas.

Estas versiones, como es propio de la modernidad, tienden a considerar ante todo al costado social y político, sin descuidar que los puntos de vista, la ciencia y la sabiduría de los antiguos debe ser etiquetada como "mito" (falsedad, primitivismo, barbarie) con la finalidad de que refulja la ciencia racional, hoy al servicio del mitote. Una de estas explicaciones modernas nos informa: "Los pueblos poderosos del periodo Posclásico, justificaron su posición hegemónica al ostentarse como herederos del orden político instaurado por los toltecas, lo que dificulta precisar sus orígenes, así como la ubicación de Tula —como la Tollan legendaria— y la historia del gobernante Quetzalcóatl.

En Tollan, esa Tula maravillosa, las mazorcas de maíz y las calabazas eran tan grandes que cada una tenía que ser cargada por un hombre; las matas de huauhtli (amaranto) parecían árboles; el algodón de todos colores brotaba de la planta y cruzaban el cielo aves tropicales. Los toltecas eran imaginados como los artistas del pasado, y Quetzalcóatl como el sabio, el descubridor de los grandes secretos del mundo, que vivía en aposentos preciosos decorados con oro, plata, piedras preciosas, conchas marinas y plumas finas.

Estos relatos crearon dudas acerca de la identificación de la Tula histórica y la Tula arqueológica, que se solucionaron cuando algunos accidentes geográficos mencionados en los testimonios históricos fueron identificados en la geografía de la Tula Xicocotitlan, en el estado de Hidalgo.

La leyenda de la grandeza de Tula se convirtió en el soporte político de los jefes dominantes de épocas posteriores, que para acceder al poder decían descender de aquellos viejos toltecas con el linaje noble fundado por Quetzalcóatl.

En realidad no existió una sola Tula, sino varias, conformadas como centros de poder que en sus momentos de gloria legitimaron a los gobernantes de los pueblos dependientes.

Tula es, entre las ciudades de Mesoamérica, el primer pueblo prehispánico del cual se tienen datos coherentes de su historia y cultura: listas dinásticas, nombres de reyes y gobernantes, relatos de migraciones, la fundación de la ciudad, su desarrollo, sus conquistas y su decadencia.

Se encuentra en el sur del estado de Hidalgo, 60 kilómetros al norte de la cuenca de México y del noreste de la ciudad de Teotihuacan, cerca de la frontera ambiental del norte de Mesoamérica.

Tula y los toltecas se transformaron en símbolos de un pasado idealizado en el que se confundían la historia y el mito. En algunas crónicas se entremezclan eventos y sucesos históricos de la Tollan real con relatos sobre una Tollan mítica habitada por seres excepcionales, a quienes se atribuía la invención de la escritura, la metalurgia y otras artes y ciencias.

La ciencia moderna considera a los toltecas "politeístas" pero los propios toltecas, como depositarios de una tradición auténtica, conocen un solo principio supremo cuyos aspectos, como los entendemos nosotros desde nuestras limitaciones individuales, son los "dioses" del politeísmo. Este, en todo caso, es propio de la degradación del saber que se produjo en Grecia y del que nosotros somos herederos, y que tomó forma al calor de la imaginación desbordada de aquel pueblo como "mitología", poblada, ella sí, de dioses considerados como individuos poderosísimos.

La ciencia moderna reconoce en los toltecas de todos modos la presencia de un ser superior, Tloque Nahuaque, pero también en una divinidad creadora doble: Ometecuhtli y Omecíhuatl, fuerza inicial y ordenadora de todas las obras de la naturaleza. Es decir, el desdoblamiento del principio en dos polos, esencia y sustancia que constituyen toda la manifestación, los seres que constituyen la existencia universal.

Sobre la tendencia a ver politeísmo tan pronto se entrevén "dioses" en los pueblos de la antigüedad, es preciso aclarar que el principio único, universal, que está en todas las tradiciones auténticas, aparece ante nosotros como una infinidad de atributos que reciben nombres diversos sin ser por eso "dioses" individuales ni seres mitológicos.

Cuando se encontraron con el hinduismo, donde no hay dioses, los orientalistas se perdieron en una selva de "dioses" y sostuvieron que era "una religión profusamente politeista". Del budismo, que los confundió más todavía, dijeron cometiendo una contradicción evidente, desbalanceándose para el otro lado, que era "una religión sin dios".
De la Redacción de AIM.

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