El libro de Chuang Tse, un clásico taoísta atribuido a un discípulo de Lao Tse que habría vivido en la China hace 2300 años, es un conjunto de apariencia caótica de pequeñas anécdotas, apotegmas y parábolas que mediante ficciones expresan verdades refractarias al lenguaje del intercambio cotidiano.
El desorden de los relatos, siempre ligeramente humorísticos, sigue la vida misma, que jamás es lineal ni previsible ni se puede reducir a sistema sin dejar afuera lo esencial. El apotegma del fénix, los políticos, la lechuza y la policía muestra un camino para trascender la ambición, la codicia, los deseos, para vivir en armonía con la vida como enseñan el taoísmo y todas las doctrinas tradicionales, incluidas las de Abya Yala (América).
Hui Tse era el primer ministro del Estado de Liang. Mediante lo que él consideraba información confidencial, creía que Chuang Tse, discípulo de Lao Tse, codiciaba su cargo y estaba conspirando para suplantarlo. Cuando Chuang Tse visitó Liang, el primer ministro envió la policía a atraparlo, pero, aunque estuvieron más de tres días y tres noches buscándolo, no pudieron encontrarlo. Mientras tanto, Chuang Tse se presentó ante el primer ministro por su propia iniciativa y le dijo: “¿Has oído del pájaro que vive en el sur, el fénix que nunca envejece? Este fénix inmortal surge del mar del sur y vuela hacia el mar del norte sin posarse nunca, excepto sobre ciertos árboles sagrados. No prueba la comida, excepto los más exquisitos y raros frutos, y bebe solo de las fuentes más claras. Una vez, una lechuza, masticando una rata muerta medio podrida vio al fénix sobrevolarla; levantando la vista, emitió un chillido alarmada estrechando la rata contra sí presa del miedo y la consternación. Primer ministro, ¿por qué te enfureces tanto agarrándote a tu cargo y aullándome consternado?”
Nuestros deseos son el modelo de los demás; quien se sienta en peligro ante otra persona y busque en consecuencia dañarla, sabotearla o desprestigiarla ha logrado lo que cree tener a costa de la cabeza de los otros y teme lo que vuela por sobre su cabeza.
En el mundo casi todos piensan como políticos: siempre en enemigos, conspiradores, suplantadores de cargos, siempre en términos de prestigio, fama y estatus social. Piensan así porque es lo que han hecho siempre, es lo único que tienen y lo quieren defender como lo más valioso, aferrados como la lechuza a la rata medio podrida.
Los policías no pudieron encontrar a Chuang Tse porque en realidad son ladrones al servicio del Estado y no pueden ver sino a los que son como ellos. La mente del policía no difiere de la del ladrón. El ladrón está al servicio de él mismo y el policía al servicio del Estado. Cambia el amo, no la naturaleza. Hubieran encontrado a Chuang Tse si hubiera sido un conspirador ambicioso, como un político. Pero no tenía mente para conspirar: era como la brisa, que no puede ser atrapada. Los demás son espejos para nosotros, por eso nos vemos a nosotros en ellos. Para encontrar a Chuang Tse, para verlo, para descubrir dónde estaba, se necesitaba alguien que pudiera reflejarse en él, algo más que un policía.
En el mundo los conspiradores abundan, sobre todo entre los moralistas que los condenan, porque ese es el lenguaje del mundo, porque siempre miramos a los demás a través de nuestra mente, ponemos en ellos lo que guardamos en lo más profundo de nuestro ser.
En la parábola taoísta, Chuang Tse dice al ministro que temía de él una conspiración: “yo soy el fénix; tú eres una lechuza con una rata medio podrida y te espantas de que venga a suplantarte; tu puesto, tu poder, son una rata muerta para mí”:
Para Chuang Tse las ratas no son alimento, esa ambición no es el camino de la vida, sirve solo a los que están muertos. Ha mirado dentro de la ambición que se abre paso a costa de los otros y la ha encontrado inútil. Cuando los ojos solo están llenos de codicia, solo pueden ver ratas muertas.
El que se ha convertido en una lechuza sólo tendrá ojos para el objeto de su codicia, y permanecerá aferrado a las mentiras, al prestigio, al cargo. Chuang Tse dice que sin embargo, en lo profundo el ministro es un fénix que se comporta como lechuza. Por eso está descontento, envidioso, competitivo y siente necesidad de destruir a los otros; nunca a gusto, nunca dichoso.
La lechuza es mucho más ruidosa que el fénix. La voz del fénix diciendo que comer ratas muertas no es lo tuyo no se escucha sino cuando la lechuza ha callado.
Ser como lechuza es la línea de menor resistencia que marca un sendero siempre con los mismos círculos y deseos, las mismas ambiciones. Quien llega a entender que al fénix no le interesa comer ratas muertas, chilla y se perturba.
Por Fortunato Calderón Correa. De la Redacción de AIM.
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