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Caleidoscopio
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Roberto Arlt: El gran moderno argentino

Roberto Arlt nació en el barrio porteño de Flores, en abril de 1900, era hijo de inmigrantes europeos, el padre prusiano y madre polaca. Allí hizo el colegio primario donde ya daba sus primeros síntomas, no era un hueso fácil de roer. El 26 de julio de 1942 fallece a los 42 años este gran novelista, cuentista, dramaturgo, periodista e inventor argentino.

Arlt se preocupó por crear confusión respecto a la fecha original de su nacimiento encontrándose así en distintas biografías las fechas 2 o 7 de abril de 1902. Sin embargo, en su partida de bautismo y en la de nacimiento expedido por el Registro Civil consta como fecha de nacimiento el 26 de abril de 1900.

Hijo del prusiano Karl Arlt y de la nacida en Austria Hungría Ekatherine L Lostraibitzer, un par de inmigrantes pobres recién llegados al país, su infancia transcurrió en el barrio porteño de Flores. En el ambiente familiar se hablaba idioma alemán, tuvo dos hermanas que murieron de tuberculosis (una a temprana edad y la otra, Lila, en 1963). La relación con su padre estuvo signada por un trato severo y poco permisivo o directamente sádico. La memoria de su padre aparecerá en futuros escritos. Fue expulsado de la escuela a los ocho años y se volvió autodidacta. Trabajó en un periódico local, fue ayudante en una biblioteca, pintor, mecánico, soldador, trabajador portuario y manejó una fábrica de ladrillos.

En 1926 escribió su primera novela “El juguete rabioso”, a la cual le iba a poner inicialmente como título La vida puerca, pero en esa época Arlt era secretario y luego amigo de Ricardo Güiraldes quien le sugirió que el nombre original “La vida puerca” sería demasiado tosco para los lectores de ese tiempo. También trabajó de periodista para el diario, donde editaría sus famosas Aguafuertes porteñas.

En sus relatos se describe con naturalismo y humor las bajezas y grandezas de personajes inmersos en ambientes indolentes. De este modo retrata la Argentina de los recién llegados que intentan insertarse en un medio regido por la desigualdad y la opresión. Escribió cuentos que han entrado a la historia de la literatura, como El jorobadito, Luna roja y Noche terrible. Por su manera de escribir directa y alejada de la estética modernista se le describió como «descuidado», lo cual contrasta con la fuerza fundadora que representó en la literatura argentina del siglo XX.

Tras su muerte aumentó su reconocimiento y es considerado como el primer autor moderno de la República Argentina. Escritores como Ricardo Piglia, César Aira o Roberto Bolaño son herederos directos de algunas de sus búsquedas literarias. Del mismo modo, Cortázar lo consideró su maestro.

A partir de la década de 1930 incursionó en el teatro y en la última etapa de su vida sólo escribió en este género. Sus obras se estrenaron en el circuito de teatro independiente de Buenos Aires, más exactamente en el Teatro del Pueblo, dirigido por Leónidas Barletta. Rompe con el realismo y aborda los problemas de la alienación a través del desdoblamiento de la escena. Sólo El fabricante de fantasmas se estrenó en el circuito comercial, con un gran fracaso. Tras su muerte en 1942, Trescientos millones, Saverio, el cruel y La isla desierta han sido las obras más representadas. Su anarquismo utópico aparece en las ya mencionadas Trescientos millones (1932), en El fabricante de fantasmas (1936) y en La fiesta del hierro (1940). Se lo considera como un precursor del teatro social argentino y de corrientes posteriores, como el absurdismo y el existencialismo.

En sus columnas, Arlt describe la vida cotidiana de la capital. Una selección de esos artículos puede encontrarse en Aguafuertes porteñas (1928-1933), Aguafuertes españolas (escritas durante su viaje a España y Marruecos entre 1935 y 1936), Nuevas aguafuertes, etc.

Además trabajó principalmente en la sección policíaca lo que le puso en contacto con el mundo marginal que refleja en 300 Millones, obra con cierto anclaje real.

En 1931 le tocó presenciar el fusilamiento del militante anarquista Severino di Giovanni.

Murió el 26 de julio de 1942, a la edad de 42 años, en Buenos Aires, de un paro cardíaco. Sus restos fueron incinerados en el Cementerio de la Chacarita y sus cenizas esparcidas en el río Paraná. En la ceremonia de despedida habló el escritor Nicolás Olivari, y el poeta Horacio Rega Molina leyó un poema. Al día siguiente el diario El Mundo publicó la última de sus famosas aguafuertes: «Un paisaje en las nubes». El suceso no sonó en los diarios porque entre las noticias se encontraba el desagravio a Jorge Luis Borges, por entonces relegado del Premio Nacional de Literatura.

Lo cierto es que la obra de Roberto Arlt fue duramente criticada durante la primera mitad del siglo XX. Hoy, líderes de opinión fundamentales de la literatura argentina nos cuentan cómo su obra ha llegado a ser un referente tan trascendente. Abelardo Castillo, por ejemplo, nos dice que Arlt significa una lectura obligada para por lo menos las dos últimas generaciones de escritores argentinos, pues redefinió lo temático y lo lingüístico y la relación artista-época. Otros, como Guillermo Saccomanno, lo colocan a la altura de Domingo F. Sarmiento, Lucio V. Mansilla, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh, algunos de los cuales confesaron su admiración por el autor. Para el escritor y crítico literario Ricardo Piglia, Arlt inauguró la novela moderna argentina, con su estilística nueva.

Al mismo tiempo de su actividad como escritor, Arlt buscó constantemente hacerse rico como inventor, con singular fracaso. Formó una sociedad, Arna (por Arlt y Naccaratti) y con el poco dinero que el actor Pascual Naccaratti pudo aportar instaló un pequeño laboratorio químico en Lanús.

Roberto Arlt patentó un invento formidable: las “medias con punteras y talón reforzado con caucho o derivados”. Las medias no se correrán porque la superficie interna estará recubierta de “una película de goma líquida, lo suficientemente resistente para mantener así adheridos los hilos que forman la malla, y lo suficiente(mente) delgada para ser tan transparente como la malla cuya destrucción se trata de evitar”.

Es el viejo sueño de galvanoplastia del imaginario Erdosain, sólo que esta vez con caucho líquido. La vida, muchas veces, es literatura.

Lo que Arlt quería era ser considerado un inventor de verdad, más allá de “la bobina de papel” y de las “redacciones estrepitosas”. Para esto, por ejemplo, intentó establecer el negocio de una tintorería para perros; elaboró una solución galvanoplástica para metalizar rosas.

La obra de Arlt respira una vitalidad pocas veces igualada en la literatura argentina del siglo XX y detrás de sus incorrecciones se asoma la gestación de la nueva realidad social de su país. En los años subsiguientes a su muerte ganó el merecido reconocimiento de la crítica, Cortázar fue el primer autor en reivindicar abiertamente su obra, y actualmente es considerado como el primer autor moderno de la República Argentina.

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