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Caleidoscopio
Caleidoscopio

Según pasan los años

La civilización moderna está en aprietos pero sigue su camino, suponiendo que va para adelante, impulsada por los que medran con ella a pesar de que pocos confían ya en un futuro venturoso.

El símbolo ubicuo del mundo actual es el dinero, al que casi todos han entregado su libertad, con o sin convicción, a cambio de las cosas por las que se puede cambiar. Todas esas cosas son más deseadas que utilizadas, porque cuando nos apropiamos de ellas, pierden encanto y e invitan a dejarlas de lado y buscar otras. El hombre moderno baila al son de las monedas y supone que bailando así será feliz; si no hoy, mañana.

Marx adjudicaba al dinero "una extraordinaria fuerza simbólica, que mediante la evocación del fantasma de la idolatría, es capaz de dar una connotación ética a las riquezas"

Un célebre cuadro de Jerónimo Bosch, el Bosco, retrata en los comienzos de la era moderna el estado de cosas que ha llegado a parecernos normal: un juez corrupto escucha en apariencia a un campesino que espera su justicia, pero atiende a su mano izquierda, donde recibirá una bolsa de monedas para dar una sentencia adecuada al imperio del dinero.

Como dicen sus panegiristas, el dinero hace milagros que consisten en enceguecer al que ve, ensordecer al que escucha y enmudecer al que habla.

El avaro espera calmar una sed infinita con bienes finitos: una imposibilidad que salta a la vista, pero que él no está en condiciones de ver.

Charles Péguy, socialista católico, observa la situación del hombre europeo de su época, fines del siglo XIX, que con pocas diferencias es la nuestra a este respecto: “El dinero ha recogido en sí mismo todo cuanto existía de venenoso en lo temporal. A causa de la aberración no identificada de un mecanismo, de una alteración de la verdad, de un desorden, de un enloquecimiento de la mecánica, aquello que debía servir únicamente para el intercambio ha invadido totalmente el valor intercambiable".

El autor de “La ciudad socialista” continúa: “No se debe decir solamente, por tanto, que en el mundo moderno la escala de valores se ha invertido. Hay que decir que se ha aniquilado desde el momento que el aparato de medición, de intercambio y de evaluación ha invadido todo valor a medir, intercambiar y evaluar, a lo cual dicho aparato debía servir. El instrumento se ha convertido en la materia, el objeto y el modo”.

La necesidad de acaparar, de llenar un vacío de ser incolmable, es inagotable, y parece hecha como anillo al dedo para la sociedad actual, que promueve el consumo incesante, innecesario y nocivo, y establece como horizonte de vida el tener más y más cosas y tratar como cosa a lo que no lo es. La manipulación consiste en este trato reductivo de menosprecio y empobrecimiento.

Por eso hay una generación de políticos que piensan en llegar a los cargos públicos para enriquecerse a expensas de lo que es de todos, con la excusa de prestar servicio. Con ese fin usan los medios más detestables. Todos han llegado a parecer equivalentes y se juzgan sólo por su eficacia para lograr los fines del manipulador.

La ambición desmedida no se limita al deseo enfermizo de dinero, tiene una extensión espiritual y social que la reviste de una repugnante sordidez de sentimientos que la incapacitan para el simple gesto de agradecer un favor, para alabar de forma sincera y alegre una buena acción, para participar en los gozos o dolores del prójimo.

En definitiva, el sistema fundado en el egoísmo propone un ser incapacitado para compartir, para comunicarse y para solidarizarse con los demás, que vive atento solo a la pasión de atesorar. Este vicio genera otros muchos que se potencian entre sí: soberbia, robos, mentiras, maledicencia.

Martín Luther King se preguntó una vez si el “rico“ al que alude el evangelio de Mateo, que dice que es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que el rico en el reino de los cielos, no será la civilización occidental en su conjunto.

“¿Cuántas familias se han destrozado porque el marido o la mujer viven sólo para trabajar, olvidándose de la mujer, del marido o de los hijos? ¿Cuántos amistades perdidas por análogo motivo? ¿Valdría la pena?”

En la raíz de la proliferación de un mal que existe desde siempre está la estructura de fondo de la sociedad moderna. En el interés de producir más para consumir más, evitar la caída del nivel de ganancias, elevar las cosas a adoración y rebajar los seres humanos a cosas.

La consecuencia es la generación de un tipo humano enfermo, al que el pueblo que se mantiene todavía fuera de las tentaciones considera un loco que vive pobre para morir rico.
De la Redacción de AIM.

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