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La eterna búsqueda de la felicidad

El 20 de marzo se celebra el día internacional de la felicidad, de acuerdo a lo proclamado por la ONU, al considerar que “la búsqueda de la felicidad es un objetivo humano fundamental”. La iniciativa fue llevada adelante por el Reino de Bután, que considera este sentimiento como el más importante del Producto Interno Bruto, constató AIM.

El 28 de junio de 2012 la Asamblea General de las Naciones Unidas en la Resolución 66/281 decidió proclamar el 20 de marzo como día internacional de la felicidad.

Tener un Día Internacional de la Felicidad sólo tiene sentido si se usa como motivo (o como excusa) para comenzar a tomar mejores decisiones de vida. Es que en últimas, de decisiones –y sobre todo de decisiones-, está compuesta la Felicidad.

La primera decisión que puede tomar a partir de hoy es la de dejar de confundir el hecho de “estar contento” (que es un estado transitorio, hasta accidental a veces), con la condición de “ser feliz”: la gente más feliz que conozco tiene clarísimo que algo (o alguien) que le gusta o que lo alegra no representa en ningún caso su felicidad; de ahí que los felices de todas partes del mundo coincidan en afirmar que no tienen apegos ni dependencias y manifiestan que su vida fluye con una sensación constante de armonía.

La segunda decisión que le puede traer mucho provecho a su felicidad es la de comenzar a ser más selectivo en relación con lo que se dice frente a las cosas que le pasan: hay que dejar de llamar “error” a cualquier resultado distinto a lo planeado; hay que dejar de llamar “tragedia” a las cosas que sabe que en un año difícilmente recordará y hay que dejar de creer que la solución a todos los problemas ha llegado porque conoció a cierta persona o porque fue contratado en un buen trabajo: ni lo malo es tan malo ni lo bueno es tan bueno comparado con el abanico de experiencias que cada ser humano tendrá a lo largo de toda su vida.

Esta segunda decisión no equivale a decir que para ser feliz hay que anular los sentimientos y dejar de experimentar alegría o dolor; faltaría más. La invitación sí es, en cambio, a que seamos más selectivos con las palabras que usamos en el diálogo interno con el fin de que podamos entender dos cosas: que el dolor, lejos de ser una emoción negativa, es una señal de avance del ser humano; es una muestra de su equilibrio interno y que la euforia no es sinónimo de felicidad ni es el estado ideal porque no es normal: nadie –en sus cabales- puede vivir en euforia sostenida.

Finalmente, la tercera decisión puede ser la más desafiante de este ejercicio: llegó la hora de dejar de elegir en función de lo que es conveniente y comenzar a determinarse por la visión que tiene de sí mismo en el lapso de cinco años.

En efecto, teniendo en cuenta que su situación actual es el fruto de las elecciones que ha hecho en los últimos diez años (profesionales, personales, de hábitos de vida y de consumo, etc.), queda demostrado que cada quien determina lo que pasa en su vida en un porcentaje mucho mayor de lo que cree. Precisamente por esta razón es que esta tercera decisión es tan definitiva ante la posibilidad de vivir una vida realmente feliz, frente a lo cual conviene hacerse dos preguntas: si su historia terminara esta noche, ¿se iría contento?, ¿tranquilo? y si su Yo de siete años lo estuviera viendo ahora mismo, ¿estaría orgulloso de usted?

En conclusión, en el Día de la Felicidad celebramos que estamos a una decisión (o tres) de vivir una vida mucho pero mucho más feliz.

Consejos de la psicología para alcanzar la felicidad
Las circunstancias de la vida no tienen tanto peso en nuestra felicidad como creemos
Tres consejos de la psicología para alcanzar la felicidad

Perdonarnos bien, querernos mejor, y tomar las riendas de nuestra vida. Estas son las tres cosas que debemos tener en cuenta si queremos alcanzar la felicidad, según explica la psicóloga María Jesús Álava Reyes en su última obra, «Las tres claves de la felicidad», editado por La Esfera de los Libros. Así, por curioso que resulte, y aunque nos cueste asumirlo, explica la directora del centro de Psicología Álava Reyes, las circunstancias de la vida no tienen tanto peso en nuestra felicidad como creemos; «lo determinante es como cada uno de nosotros nos contamos el cuento, es decir, cómo nos contamos nuestra propia realidad». Ahí es donde un libro de estas características puede según ella ayudar mucho. «Puede entrenarnos a que nuestros análisis sean más objetivos y tengamos la energía y la sabiduría para actuar desde la inteligencia emocional».

Perdonarnos bien. «Para ser felices hemos de perdonarnos y dejar de sentirnos culpables por lo que no hemos hecho en el pasado o por lo que hemos dejado de hacer. Perdonarse es una maravillosa forma de quererse, de ser amigo de uno mismo, de aceptar que podemos equivocarnos y aprender de las experiencias difíciles sin perder la autoestima», asegura Álava Reyes. Perdonar, prosigue esta experta, «no siempre es olvidar, pero nos devuelve la paz y premia nuestros esfuerzos; nos reconcilia con nosotros y con los demás. El perdón nos permite ser dueños de nuestras emociones y constatar que no hay felicidad sin sensibilidad, ni sabiduría sin flexibilidad».

Quererte mejor. Debemos ser indulgentes con nuestros errores, especialmente cuando no ha habido mala intención ni egoísmo, cuando no hemos querido engañar ni abusar de nadie, cuando inmediatamente hemos reaccionado y hemos intentado reparar nuestro daño… «Ojo, que perdonarnos no significa que no asumamos nuestra responsabilidad», advierte Álava.
«Cuando tengamos dudas sobre si merecemos perdonarnos, la clave será cambiar el tiempo verbal. No se trata de juzgar lo que hicimos ayer, sino la actitud que tenemos hoy», añade. Además, prosigue, «perdonarnos de verdad implicará compromiso y necesidad de reparación, y nos ayudará a intentar subsanar, en la medida de lo posible, los daños que provocamos con nuestras acciones o nuestros errores». Debemos ser, concluye, «nuestros mejores amigos».

Tomar las riendas de tu vida. Porque, si no sabemos perdonarnos, dejaremos que otros dirijan nuestras vidas, apunta esta psicóloga. «Porque las personas que no saben perdonarse, no aciertan a juzgarse con objetividad y son esclavas de ideas equivocadas y pensamientos poco objetivos que puede hacerles coger rumbos equivocados». Lo peligroso, concluye, «es que cuanto más nos cueste perdonarnos, más bajará nuestra autoestima, más nos costara querernos y más estaremos en manos de los demás. La conclusión es muy clara: o aprendemos a perdonarnos y querernos, o nuestra vida no nos pertenecerá».

20 de marzo

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