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Glaciares artificiales contra el cambio climático

India siempre ofrece ejemplos de adaptación a los medios naturales más adversos. En junio, después de ocho largos meses de invierno, las carreteras de Ladakh, en el extremo noroeste del país, se liberan de colosales bloques de hielo.

Glaciar artificial.
Glaciar artificial.

A más de 3.000 metros de altura, la vegetación desaparece y las rocas se exhiben ante desafiantes acantilados. Los rugidos del viento son el único sonido en estas tierras desoladoras y de exuberante belleza. Las únicas notas de color, en muchos kilómetros a la redonda, son banderas de plegarias budistas y parcos monasterios blancos alzados de forma caprichosa entre peñascos. La cultura y paisaje de Ladakh son prácticamente idénticos a los de la tierra del Dalai Lama.

Este pequeño Tíbet se abre a turistas, alpinistas y místicos sedientos de paisajes de alta montaña, festivales budistas, meditación y deportes extremos. La mayoría desconoce que los campesinos locales batallan contra los efectos de una acelerada desglaciación que pone en riesgo su subsistencia. También ignoran las nuevas invenciones locales para adaptarse a los efectos del cambio climático. Entre las más recientes, están las estupas de hielo, monumentos sagrados que se utilizan como reservas de agua congelada para el riego.

Jean Paul es un experimentado viajero francés que conoce bien el Tíbet y es un apasionado de la región ladakhi. El verano pasado, al visitar el lago Tsokar, uno de los lugares favoritos para la observación de aves migratorias, se llevó una desagradable sorpresa: el lago estaba prácticamente seco. Según le explicaron los lugareños, era la primera vez que lo veían así. La grulla de cuello negro, un ave mítica en el budismo tibetano, estaba ausente, y solo algunos asnos salvajes merodeaban alrededor de lo que era ahora un humedal seco. La sorpresa de Jean Paul se podría explicar por la combinación del descenso de nevadas y un aumento sostenido, muy importante, de las temperaturas.

Mientras los glaciares planos se derriten en cuestión de días, uno cónico puede tardar semanas

En Ladakh, uno de los lugares en el mundo más lejanos a la industrialización, la temperatura ha subido dos grados desde 1980. Es el mismo aumento que, comparado a los niveles preindustriales, la comunidad internacional se comprometió a evitar para finales de este siglo, en la cumbre de París de 2016. Pese a que algún dirigente como Donald Trump retirase a su país del acuerdo.

Sin agua no hay vida salvaje y, si no llega a tiempo, la agricultura tampoco es posible. En Ladakh, los asentamientos humanos se han adaptado durante siglos para disponer del agua del deshielo de los glaciares al principio de la primavera. Así, los campesinos tienen el tiempo justo para sembrar antes de que llegue el tórrido calor veraniego y cosechar antes de que las temperaturas se desplomen por debajo de los 30 grados negativos. Al derretirse los glaciares, estos se retiran a cotas más altas. Allí permanecen más tiempo refrigerados y se deshielan al final de la primavera. Demasiado tarde para los agricultores.

Tenzin, es uno de los campesinos de una pequeña aldea de Markha, un estrecho valle donde el caudaloso río Zanskar, un afluente del Indo, serpentea entre precipicios de rocas rojizas y donde la única vida que asoma desde las alturas es la de las vigilantes cabras azules del Himalaya. Tenzin ve muy difícil que los jóvenes puedan continuar con la tradición agrícola si sigue nevando menos y entiende, con resignación, que los jóvenes abandonen las aldeas.

La vida en Ladakh requiere de una capacidad extraordinaria de adaptación, y los cambios climáticos son extremos. Si bien el aumento de temperaturas produce sequía al principio de primavera, también conlleva un exceso de agua en verano. En junio, cuando las temperaturas son más altas de lo habitual, se acelera el derretimiento de los glaciares. Enormes bloques de hielo se funden con rapidez y desbordan el caudal de los ríos formando lagunas glaciares. Esta agua estancada es muy peligrosa: en 2010, una tempestad repentina desbordó algunas lagunas glaciares e inundó 71 pueblos, incluida la capital, Leh. 255 personas murieron tras esta catástrofe

 

La solución: un cono helado

La deglaciación y su impacto en la agricultura se convirtieron en la obsesión de Sonam Wangchuk, un ingeniero y pedagogo ladakhi. No fue el primero: a finales de los noventa, otro ingeniero local llamado Chewang Norphel ya creaba grandes lagos helados en las laderas de la alta montaña desviando arroyos. Pero Norphel tenía un obstáculo para acercar estas reservas a las aldeas: la altura. Fascinado por esta innovación, Wangchuk se propuso superar el obstáculo.

Un trozo de hielo debajo de un puente en un día soleado de mayo dio la pista a Wangchuk: el hielo se conservaba por la sombra a pesar del calor. Esa imagen le inspiró para diseñar una estructura cónica donde el hielo se da su propia sombra. “La base ancha de un cono permite que más superficie de hielo se sombree a sí misma (…) Mientras los glaciares planos se derriten en días, uno cónico puede tardar semanas” , explica Wangchuk en el vídeo promocional The monk, the engineer and the artificial glaciar (El monje, el ingeniero y el glaciar artificial).

 

Tecnología y desarrollo sostenible

A las orillas del río Indo, escondido entre vastas explanadas desérticas, cerca del pueblo de Phey, se encuentra la escuela residencial Secmol, fundada por Wangchuk en 1988. Su criterio de admisión es bien peculiar: haber fracasado en algún otro centro escolar. Entre edificios tradicionales de adobe, hornos solares, invernaderos y huertos, muchos jóvenes ladakhis aprenden un oficio para desarrollar sus aldeas de forma sostenible.

Es allí donde Wangchuk ha desarrollado con sus alumnos las estupas de hielo. En una clase grabada para un documental de la cadena AlJazeera, el profesor explica a sus estudiantes con un tubo de manguera y un cubo lleno de agua cómo se construye una estupa de hielo. El cubo se coloca arriba de una pendiente y, la manguera se utiliza como sifón. Wangchuk dobla un tramo y el agua brota hacia arriba, “cuando cae y entra en contacto con el viento de 20 grados negativos se congela”, describe el maestro.

El cubo de agua representa un arroyuelo a 60 metros de altura, el cual se bifurca a través de una tubería, representada por el tubo de la manguera. La tubería recorre casi tres kilómetros bajo tierra hasta la base de la estupa; allí su única salida es a través de la tubería vertical de 15 metros, el tramo doblado de la manguera. En su extremo se encuentra un aspersor para que el agua, al caer, cree una base amplia.

Cuando las temperaturas descienden sin piedad entre diciembre y enero, el equipo de Wangchuk se pone en marcha. Trabajan de noche para aprovechar las temperaturas gélidas y la oscuridad y así se forme el hielo rápidamente. En cuestión de semanas las estupas alcanzan los 25 metros de altura y una capacidad superior a los 150.000 litros. El objetivo es que puedan suministrar agua para el riego a los campos desde marzo hasta mayo, “meses críticos para la siembra”, señala Wangchuk para el canal indio Factor Daily.

Pero hay más objetivos: crear una universidad alternativa, el Instituto de Alternativas del Himalaya de Ladakh. Un centro donde se buscarán soluciones científicas a los problemas de adaptación al cambio climático en el Himalaya. Su futuro campus ya cuenta con 5.000 arboles, irrigados por el deshielo de las estupas y que fueron plantados en 2015 por mil personas, entre ellos lugareños, monjes y militares. El inmenso y árido valle alrededor de Phyang comienza a vestirse de verde.

 

Tradición local y retos globales

La espiritualidad vibra en esta tierra de lamas. El Dalai Lama pasa sus veranos en Ladakh, donde aglutina a las multitudes en sus enseñanzas espirituales. Los ladakhis y los siete mil refugiados tibetanos viven su cotidianeidad en una conexión mística con su entorno. Cada año las aldeas convocan a un astrólogo para escoger el día auspicioso para la siembra. Antes de empezar, se celebra una ceremonia para apaciguar a los espíritus del agua y de la tierra que pueden enfadarse cuando se pica la piedra, se ara o se abren los canales de riego.

Esa relación mística es la que ha motivado el diseño de las estupas de hielo. Así lo explica Suryanarayanan Balasubramanian, matemático y miembro del equipo de Wangchuk: “La similitud con las estupas no es casual y permite integrarlas en el paisaje y en la cultura de los pueblos”. Una integración también apreciada en occidente. Su diseño innovador le valió el prestigioso premio suizo Rolex de Empresa en 2016 y el catedrático de la Universidad de Glasgow Sean Johnston, especializado en tecnología y medioambiente, opina que las estupas de hielo "son un ejemplo de “cómo la tecnología puede ayudar a la adaptación al cambio climático incluyendo valores locales".

Una dimensión sagrada es lo que distingue a estos glaciares artificiales de muchas otras adaptaciones al cambio climático. En 2015, cuando se construyó la primera estupa, se invitó para su inauguración al lama Drikung Kyabong Chetsang Rinpochey, uno de los lamas más importantes en el budismo tibetano. La estupa helada se adornó con banderas de oración y se le encomendaron mantras.

Chetsang Rinpochey animó a exportar las estupas de hielo allí donde pudiesen ser útiles. De hecho, algunos monasterios no han tardado en intentar producir estupas heladas con sus propios medios, aunque todavía es pronto, ya que "aún se están haciendo ajustes en la fase piloto", comenta Suryanarayanan. Además, el equipo de Wangchuk ya ha llevado las estupas a los Alpes y a los Andes para buscar aplicaciones en el drenaje de agua y la generación de energía de los nuevos lagos glaciares.

 

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