Cada vez que los astrónomos anuncian la llegada de un cometa a las vecindades de la tierra, se actualizan viejos temores, nunca del todo disipados, que los vinculan con hechos terribles de los que serían mensajeros.
Los cometas son reliquias de la formación del sistema solar y están constituidos principalmente por hielo de agua, dióxido de carbono, metano y amoníaco entre otros elementos. Provienen de los confines del sistema solar, más allá de la órbita de Plutón y han sido los responsables de traer gran parte del agua que posee la Tierra y los compuestos químicos orgánicos precursores de la vida, pero a la vez también han provocado extinciones masivas como la que acabó con los dinosaurios y otras formas de vida hace 65 millones de años. También algunos creen, pero con menos pruebas, que otro cometa que habría caído en lo que hoy es la costa de Australia hace unos 200 millones de años fue la causa de la “gran extinción” que eliminó entones el 95% de la vida sobre la tierra.
Pero a los cometas, entre otras cosas, le debemos toda el agua que hay en la tierra, y con ella el desarrollo de la vida. La tierra en sus orígenes, de acuerdo con conjeturas plausibles, era una bola de rocas ardientes. Fue recibiendo el impacto de numerosos cometas, entonces mucho más numerosos que ahora en el sistema solar, y como estaban compuestos de hielo, lo dejaron en la tierra y de allí provendría toda el agua, incluida la de los océanos.