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Política
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El quiliamismo político, la degradación de una idea

Durante el mandato de Raúl Alfonsín, su principal espada legislativa, César Jaroslavsky, naturaleza impulsiva y no muy reflexiva, mandó a mal sitio al "lápiz rojo", el recorte que recomendaban al gobierno para evitar la hiperflación, y aseguró: "hay Alfonsín para 100 años".

Jaroslavsky limitó a un siglo el alfonsinismo, pero la ruleta política se detuvo mucho antes: ni 100, ni 10, ni uno.
Jaroslavsky limitó a un siglo el alfonsinismo, pero la ruleta política se detuvo mucho antes: ni 100, ni 10, ni uno.

Don César cayó en este punto víctima de la fascinación de la vida eterna, o perenne, larga por lo menos. Todos moriremos, pero casi todos deseamos vivir para siempre, si no personalmente que perdure al menos el aparato político, religioso, económico o doctrinario con el que nos hemos identificado.

Alfonsín no duró 100 años en el gobierno ni en la vida. Debió retirarse prematuramente de la Rosada, cuando con Menem como presidente electo, el viceministro de Economía designado, el inefable Guido Di Tella, dijo en claro mensaje a los especuladores que el dólar debía estar "requetealto", justo cuando el gobierno echaba los bofes por mantenerlo a raya. Y Jaroslavsy cambió la mística centenarista por un prosaico y realista: "estos quieren vernos salir escupiendo sangre".

Jaroslavsky limitó a un siglo el alfonsinismo, pero la ruleta política se detuvo mucho antes: ni 100, ni 10, ni uno. El diputado victoriense no se animó a dar el número que tenía posiblemente in pectore: el milenio, el quiliasmo de la tradición religiosa, que tuvo forma en el mesianismo judío y cristiano y más recientemente en Hitler.

Poco antes del fin de la docena de años kirchneristas, un gris y espeso ministro de propaganda del gobierno del "sueño entrerriano", que le había vendido al soñador la misión de "engordar al pato" dijo en un discurso -que quiso ser encendido pero fue tibiecito- que había kirchnerismo para "10 veces 100 años".

El 1000, el número señalado del quiliasmo, era rodeado sin mencionarlo, como el nombre oculto de Yahvé entre los antiguos hebreos. Pero 10 veces 100 es 1000 en aritmética y en numerología. El sueño entrerriano tuvo un duro despertar sin fruto pero con dolor: los 1000 años se encogieron a meses. El error de cálculo -o la hinchazón confundida con gordura- llevó al calculista de la gloria a los tribunales.

Milenarismo

El que se sube al poder sin una preparación de la que no se ha ocupado, queda deslumbrado, boleado: Sorprendido pero no inmovilizado por la facilidad con que supo conseguir el anillo mágico que abre la cámara del tesoro, como Aladino, de golpe no sabe dónde está el Norte y ni cómo pasa el tiempo. Siempre mintió sobre el pueblo, el bienestar, el bien común, la vocación de servicio, etc, según un libreto aprendido; pero ahora ha concebido una fe religiosa en la eternidad del poder, que lo abandonará sin misericordia más temprano que tarde; para él siempre demasiado temprano.

Ahora sus ilusiones son de eternidad y manifiesta fe en ella. Ha perdido el contacto con el suelo y ya no conoce su estatura: el milio que espera para su poder se le ofrece como justificación a mano de sus ansias.

El quiliasmo o milenarismo tiene en el cristianismo larga historia. En síntesis es la doctrina de que Cristo volverá para reinar sobre la Tierra durante mil años antes del juicio final.

Aparece ya en el siglo II, pero se lo ve en la Edad Media y en el siglo pasado entre católicos y algunos protestantes.

Sin embargo, ha irradiado también fuera de su ámbito original religioso para impregnar doctrinas políticas modernas, sobre todo las totalitarias que pretenden conducir a las masas a la salvación universal, si no en la gloria celeste en el prosaico mundo de todos los días, pero teñido de utopía.

El capítulo 20 del libro de la revelación, que cierra el evangelio, dice que el diablo permanecerá encarcelado en el abismo por mil años. Transcurrido el milenio, Cristo volverá y reinará junto a los mártires. El diablo será liberado por un breve tiempo al finalizar ese período para permitir que alce contra Cristo a Gog y Magog. Pero fuego del cielo calcinará las huestes diabólicas y sobrevendrá el Juicio.

La transposiciones políticas de este relato pueden ser torpes y vulgares, tener mal disimulados los deseos de lucro o de lujuria, estar infectadas de codicia, pero tienen la ventaja de ofrecer a los creyentes un sustituto palpable, concreto, actual, "real", de las promesas religiosas para un futuro indefinido.

Los totalitarismos fascista o nazi y las versiones rebajadas y diluidas del democratismo, incluida el aguachirle socialdemócrata, el alfonsimismo en particular, se avienen mal con el milenarismo originariamente religioso convertido en ración ideológica para las masas, para las multitudes descualificadas, los seres masificados y nivelados por la propaganda.

Pero lo mencionan de vez en cuando porque algo que está latente en el imaginario colectivo y no se deja analizar racionalmente puede ser útil para presentarlo como "sentimiento" y generar la adhesión que necesita el poder. Y con más razón si es "un sentimiento que se vota".

Quiliasmo y sangre

En el albor de la modernidad, hubo periodos de furor milenarista, acompañados por persecusiones y grandes matanzas respaldadas por el clero católico o el protestantismo naciente, como la de los partidarios de Dulcino, los taboritas, los campesinos alemanes encabezados por el monje Thomas Müntzer, los valdenses y los cátaros.

Lutero recomendó a los príncipes matar a todos los campesinos que seguían a Müntzer menos a uno, para tener por lo menos un súbdito que les permitiera seguir llamándose "príncipe".

Una persecución sangrienta se llevó a cabo durante siglos con gran ferocidad contra los "Pobres de Lyon", los valdenses, discípulos del comerciante lionés analfabeto Pierre Valdo, o Pedro Valdés, convertido en predicador.

Los cátaros, albigeneses o "puros", posiblemente herederos europeos de las ideas del sabio iranio Manes (Maniqueo), sufrieron una cruzada papal.

En 1208 el Papa envió a sus ejércitos contra ellos con este mensaje apostólico: "Despojad a los herejes de sus tierras. La fe ha desaparecido, la paz ha muerto, la peste herética y la cólera guerrera han cobrado nuevo aliento. Os prometo la remisión de vuestros pecados a fin de que pongáis coto a tan grandes peligros. Poned todo vuestro empeño en destruir la herejía por todos los medios que Dios os inspirará. Con más firmeza todavía que a los sarracenos, puesto que son más peligrosos, combatid a los herejes con mano dura".

Es una recomendación que deja ver que el Santo Padre ya manejaba los métodos que luego sus hijos aplicarían en Abya yala y en el resto del mundo cuando la civilización europea desbordó su desequilibrio criminal sobre el resto del mundo.

Como los cátaros eran numerosos y en las ciudades sitiadas los sitiadores no los distinguían fácilmente de los católicos, el inquisidor Arnwald Almanric, legado papal, les recomendó: ¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!

Un abad calabrés

Un teórico fundamental del milenarismo de esos tiempos, de influencia insospechada todavía hoy, fue el abad calabrés Joaquín de Fiore. Postuló tres fases históricas, tomando la trinidad cristiana como apoyo indispensable en esas condiciones; pero con relación indudable con las doctrinas cíclicas orientales, que no menciona, seguramente para eludir la vigilancia de la ortodoxia: la Edad del Padre o era de la ley, de 5000 años; la era de la gracia de 2000 años y la era del amor o Edad del Espíritu Santo, de 1000 años. Un milenio de amor hasta el fin -precedido de un intermedio apocalíptico de enorme crueldad- era entonces una novedad. El estadio final, el del milenio, es de plenitud caracterizado por la libertad, la inocencia, el amor y la armonía contemplativa.

El final de la segunda etapa estaba prevista para el año 1260, fecha que aparece una y otra vez en los cálculos milenaristas, y que se considera a veces como un cambio de era, el comienzo de la modernidad.

Justamente Dolcino fue un seguidor de Joaquín y en su intento por apurar los tiempos, murió despedazado en la hoguera junto a su amante y a sus últimos seguidores. Uno de ellos aparece en "El Nombre de la Rosa", de Umberto Eco.

El monje franciscano al que Eco hace jugar el papel de la inteligencia moderna en la novela dice en cierto momento que lo que lo espantaba de estos herejes era "el apuro". Parece sugerir que él compartía la herejía, pero "piano, piano".

Nada aceptada y poco conocida es la influencia de Joaquín de Fiore en los modernos a través de Gotthold Ephraim Lessing, que hará pesar el quiliasmo incluso sobre la filosofía de la ilustración, de la que fue gran representante en Alemania. Lessing publicó "Sobre la educación de la especie humana" en 1780, donde retoma la tríada de Joaquín y da el fundamento próximo a los esquemas ternarios de desarrollo de Hegel y Marx.

Joaquín influyó, quizá sin que los influidos se percaten, en Henri de Saint-Simon y en Auguste Comte, donde las predicciones ciclicas y las eran sucesivas toman cuerpo en teorías éticas y políticas dentro del declive ontológico universal.

Joaquín fue un moderno malgré lui ya que sus ideas proféticas informan las doctrinas de sociólogos y políticos que niegan de cuajo todo profetismo. La ortodoxia sin embargo, en la voz del papa renunciado Benedicto XVI, ratiticó su posición": Los pensamientos de Joaquín de Fiore son falsos y heréticos".

El milenarismo siguió su ruta. La reforma protestante inspiró a los europeos que buscaban la tierra prometida en América, para desgracia de los nativos. Un monje español reclamó el traslado del papado a Lima, para él la Nueva Jerusalén. Newton pasaba sus noches en blanco leyendo el libro de Daniel y el Apocalipsis de Juan y haciendo números en base a las ideas de Joaquín para precisar el año del fin.

A la sombra de la guillotina

Después de siglos de latencia, el milenarismo volvió casi al mismo tiempo que la revolución francesa En la era que se iniciaba, el progreso debería asumir la misión redentora del milenarismo al comienzo de la modernidad, que parecía detestable a la razón ilustrada. Maximilien de Robespierre, el incorruptible, consideraba al terror de Estado en la base de la ley y emanación de la virtud, la potencia que sin él le faltaría. Podríamos considerarlo también un síntoma del mismo "apuro" de los dulcinianos por asistir a la consumación de los tiempos y que dio con Dulcino en la hoguera y con Robespierre en la guillotina. Un "apuro" que era la presencia en ellos de una fuerza inconsciente que los obsedía y los perdió.

El quiliasmo socialista

El milenarismo tuvo vida nueva en los utopismos, que proliferaron en el siglo pasado y en el siglo XIX, muchas veces disimulados bajo aparentes justificaciones racionalistas.

Fue el impulso del pensamiento de Roberto Owen, uno de los creadores del anarquismo moderno, y de otros teóricos y prácticos de la redención social, como Lamennais en Francia y Guillermo Weitling en Alemania.

La idea del progreso, que hoy parece natural y consustancial con la mente humana, es reciente en realidad y tiene relación con la reaparición de las ideas milenaristas. A esa conclusión llegó Roberto Nisbet en su "Historia de la Idea del Progreso".

Norman Cohn asegura que los movimientos revolucionarios del siglo pasado tuvieron un fundamento milenarista. Es la deducción de su estudio "En pos del milenio" sobre el quiliasmo en la Edad Media. Su obra tiene un subtítulo revelador: "revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media" (europea)

Para Cohn y los teóricos políticos afines hay actualmente vivo y operante un milenarismo secularizado, que ha tenido expresiones tremendas en el siglo XX, por ejemplo en el nazismo, con origen en el cristianismo primitivo y en el mesianismo judío anterior y posterior a Jesús.

El umbral epocal judío

En 1790, el jesuita chileno Manuel Lacunza, publicó "La Venida del Mesías en Gloria y Majestad", escrito en Italia. El libro fue enviado por la Inquisición al Index Librorum Prohibitorum, pero Lacunza lo defendió haciendo ver que contra la opinión de Eusebio de Cesarea, que pesaba mucho en los teólogos, el milenarismo fue defendido por Papías de Hierápolis, Justino Mártir, Policarpo e Ireneo de Lyon y otras figuras indiscutibles, incluidos algunos de los primeros obispos.

El rabino sefardita Roberto Feldmann, antes de exponer el mesianismo y el milenarismo desde el punto de vista judío, desde el profeta Daniel a la shoah, cita a "Lacunza, de bendita memoria". Sorprende a primera vista la significación acordada al jesuita milenarista, chileno como Feldmann, que parece haber movilizado tendencias en el propio judaísmo, aunque esa no fuera su intención.

Feldmann dice que todas las culturas donde se manifiesta lo sagrado, "sean los pueblos originarios, de Occidente o de Oriente, del Norte o del Sur, estamos permeadas por la sensación de umbral". Se refiere con "umbral" a la impresión subjetiva de la inminencia de un cambio de época, del inicio de otra era, a la perspectiva milenarista, a la que no quiere dar ese nombre porque se vincula con la medición gregoriana del tiempo.

Quizá retomando las esperanzas escatológicas judías de la Edad Media europea afirma centrándose en aspectos psicológicos: "Es la sensación de adviento, de advenimiento de algo, acaso una muerte, acaso un interregnum, pero ciertamente un sentido de umbral que augura un gran cambio. Probablemente una redefinición de eso mismo que nombramos "realidad", como ha ocurrido con cada vez más frecuencia en el último milenio de la humanidad".

La impaciencia con que espera el cambio, que parece sentir a su puerta, está apenas contenida en las palabras calibradas y pesadas del rabino, que no pueden contener una urgencia que sin embargo lleva esperando varios milenios.

Ubicado en el umbral de un cambio de época, de un reino milenario, observa que "los signos no son los que necesariamente esperamos. Pero sabemos, como diría Jung, que "si algo anda mal en la sociedad, algo anda mal en el individuo. Y si algo anda mal en el individuo, algo anda mal conmigo".

El milenarismo nazi

Una de las formas desastrosas del milenarismo es la que Hitler integró en su pensamiento y en su programa político, que tuvo inspiraciones visibles en la superficie y otras bajo ella, difíciles de ubicar y reconocer. En sus discursos, Hitler mencionaba con gran frecuencia el "tausenjähriges Reich", el imperio de los mil años, que muchas veces ha aparecido en la historia en los últimos milenios.

Ya en "Mi Lucha" dice que el Estado debe garantizar la pureza y la salud de la raza, aplicando métodos de selección natural que ya no serían naturales, con el fin de preservar el reino de los mil años.

Goebbels no quiso ser tan explícito en su fin propagandístico y dijo en lugar de imperio de mil años "gran Reich alemán". La idea persistente de Hitler en el milenio era común en Alemania y en toda Europa y no se había originado en Joaquín de Fiore. Este solo tomó una idea mucho más antigua, cuyo origen no es posible precisar en el tiempo ni en el espacio. Posiblemente era conocida por el jainismo indio hace 10.000 años.

Para los nazis, Federico II, muerto en 1250, poco antes de la fecha que según los milenaristas fue una bisagra en el tiempo, inició otra etapa, un renacer. El tercer Reich, designación habitual para el gobierno nazi, tiene un componente milenarista en el nombre. El primer Reich fue el Sacro Imperio Romano Germánico en tiempos de Carlomagno; y el segundo fue creado por Otón von Bismarck. El tercero estaba por llegar cuando Arthur van der Bruck creó la expresión en 1923, dos años antes de morir.

Hitler se calzó la idea y proclamó que su gobierno era nomás el "tercer imperio", una etapa gloriosa que duraría mil años. Fueron una docena nada más, pero en las consecuencias fueron más de mil.

De la Redacción de AIM.

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