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Política
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Es por abajo

Por Beatriz Chisleanschi, de Revista PPV, especial AIM. Por estos días, y al calor de un nuevo gobierno nacional, popular y feminista, se vuelve a poner en debate la importancia de los medios comunitarios, locales, barriales y/o populares. Una discusión que tiene una larga historia pero que revive cuando se observan los efectos provocados por el poder mediático comunicacional. Me permito tomar, arbitrariamente algunos de los momentos de esa historia, algunas “oleadas” diría el destituido vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera.



Los años ´90 fueron épocas donde el neoliberalismo, de la mano del menemato, hacía estragos con sus políticas sociales y económicas y en las que, con una modificatoria de la Ley de Radiodifusión 22.285 sancionada en el año 1980 por la Dictadura Militar, habilitó la mayor concentración de medios que hayamos visto hasta el momento.  El poder económico comenzaba a entender que apropiarse del pensamiento y las ideas de los habitantes del planeta era lo que les iba a permitir dominar sin intermediarios, y los medios de comunicación resultaron ser los nuevos fierros con los que se garantizaba acumulación de poder y permanencia. Pero a la par que la concentración, casi en forma contestataria, nacieron decenas y decenas de radios y medios cuya idea fuerza era “dar voz a quienes no la tenían”. No importaba si la ley los amparaba o no, se hacía necesario hacer oír las voces silenciadas por los medios masivos. Mientras el proceso de globalización penetraba en cada capa de la vida, se pretendía llegar con esas voces a lo global. Esos medios fueron mal llamados truchos, por su calidad de ilegales.  Desde el Comité Federal de Radiodifusión (Comfer), emprendieron una cacería sin cuartel contra ellos, los allanamientos, secuestro de equipos y de antenas eran casi cotidiano. En tanto, el Informe McBride “Un solo mundo. Múltiples Voces”, documento publicado por la Unesco en el año 1980 y redactado por el Premio Nobel de La Paz, Seán MacBride, revivía en quienes batallaban por la derogación de la ley de medios de la dictadura y bregaban por una comunicación libre, múltiple y democrática.

Con el paso de los años, y en la medida que esos medios se iban asentando, lo “trucho” derivó en lo contrahegemónico o alternativo, siempre con el sistema capitalista como parámetro. Algo era (y es claro), los grandes medios de comunicación no están en poder de los trabajadores, ni de los sometidos, ni excluidos, por lo que la clase trabajadora  y las organizaciones que la representaban estaban necesariamente obligadas a repensar la comunicación con nuevos términos, desde otra lógica. Interpelarla, y con ella al sistema que la originaba. Fue así que lo contrahegemónico o alternativo fue perdiendo peso, ¿contrahegemónico a qué? ¿Alternativo a qué? Todos estos medios nacidos para contrarrestar el discurso dominante, ¿eran realmente contrahegemónicos o alternativos? ¿Por qué tomar al sistema como parámetro y no definirlos por la positiva? Estas preguntas, a las que se sumaron respuestas y más interrogantes, ocuparon largas horas de charlas y debates en distintos encuentros nacionales y regionales como lo fue el Foro Social Mundial que se realizó en Porto Alegre, Brasil, en el año 2002 bajo el lema “Otro Mundo es Posible”. En ese año nacían los primeros Observatorios de Medios, algunos con una mirada propositiva, otros -como el que dirigía el especialista español Ignacio Ramonet- lo hacían con el objetivo de proteger a la sociedad de los abusos de los medios, defender la información como un bien público y reivindicar el derecho de saber de los ciudadanos.

En 2008, a instancias del conflicto con el conglomerado agropecuario desatado a partir de la sanción de la Ley 125, y el posicionamiento de los grandes medios contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, especialmente el grupo Clarín, derivó en una reivindicación a la multiplicidad de voces y en la sanción el 10 de octubre de 2009, de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Lsca). Previo a ello, la Coalición por una Comunicación Democrática puso en discusión de la sociedad en su conjunto, 21 puntos donde reivindicaban el Derecho Universal y Humano a la Comunicación y la Información.

Los debates previos a la sanción de la (mal) llamada “Ley de Medios” resultaron de una riqueza enorme, se empezaba a desenmascarar a los grandes medios de comunicación, a entender que la “mentira es la verdad” (como canta Divididos), una mentira organizada que, con formato de verdad, respondía a intereses empresariales que lejos estaban de los intereses populares. En manos de esos medios la “verdad se transformaba en mentira”.

Y en este proceso de deconstrucción mediática, una vez más, los medios populares y comunitarios cumplieron un rol vital, como lo cumplió cada ciudadano que se apropió de la palabra, a la par que de la mano del avance de la tecnología, entendió que era protagonista de la historia y no necesitaba de los pulpos comunicacionales para relatar y contar. Cada ser humano se convertía así en un potencial comunicador.

En los pasados cuatro años macristas, y como continuidad a los últimos años del kirchnerismo, fuimos víctimas de una verdad maniquea, testigos directos de cómo el periodismo de guerra aplicaba los principios “goebbelianos” para manipular la información:

Individualizar al adversario en un único enemigo.

Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo.

Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.

Convertir cualquier anécdota en amenaza grave.

Vulgarizar: Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar.

Orquestar: “La propaganda debe limitarse a un número pequeña de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez con diversas perspectivas.”

Renovar: Emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa.

Verosimilitud: construir argumentos a través de fuentes diversas.

Acallar aquello sobre lo que no se tiene argumento y disimular las noticias que favorecen al adversario.

Difundir argumentos que arraigue en las emociones más primitivas: odios y prejuicios.

Convencer a mucha gente de que piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad.

El periodismo de guerra, de bases goebbelianas está entre nosotrxs. Un periodismo donde poco importa la argumentación y sí calar hondo en las emociones y que no cesará en su intención de dinamitar al gobierno de les Fernández que acaba de asumir, mientras que, en pos de seguir alimentando un sentido común afín a sus intereses, despoja a los ciudadanos del derecho a la información y a la verdad, de pensar, reflexionar y analizar.

Los medios populares son, al decir del filósofo italiano Antonio Gramsci “la parte más dinámica” de la superestructura ideológica, es “la organización material empeñada en mantener, defender y desarrollar el ‘frente’ teórico o ideológico”, o sea constituirse en un soporte ideológico del bloque hegemónico.

Dar la batalla de ideas y cultural desde cada trinchera comunicacional resultó vital durante los cuatro años de destrozo macrista y lo seguirá siendo ahora. Para ello se requiere de organización y, fundamentalmente, de apoyo del Estado en materia económica, de capacitación, del otorgamiento de créditos blandos y, por sobre todas las cosas, considerarlos tanto o más importante que cualquier medio masivo concentrado. No es allí desde donde se dará la disputa de poder.

Toda estrategia política debe tener una estrategia de comunicación, y toda estrategia de comunicación tiene que estar asociada a un modo de organización donde no sólo se cuente lo que se hace, sino que pueda acumular en el plano de las ideas. Por ello, la disputa por el sentido se convierte en vital y transformar a la dilución en rebeldía, una obligación.

Hoy, más que nunca antes, hay que retomar el precepto de McBride “Un País. Múltiples Voces”. Hoy, más que nunca antes, es imprescindible ocupar y crear espacios informativos que estimulen la diversidad y el pluralismo donde diversas voces sociales se expresen de manera autónoma y permanente.

comunicación medios populares

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