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Política
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Lilita Carrió, el ego infinito

Benito Spinoza, un solitario que formuló quizá la filosofía más alta de occidente, enseñó que no puede haber dos sustancias infinitas porque se limitarían entre sí, y el infinito es justamente lo que no tiene límites.

Carrió no puede frenar sus tendencias megalómanas, egolátricas, que siempre fueron manifiestas pero ahora se han vuelto perjudiciales para sus propios aliados.
Carrió no puede frenar sus tendencias megalómanas, egolátricas, que siempre fueron manifiestas pero ahora se han vuelto perjudiciales para sus propios aliados.

Hace poco, en una entrevista, el papa Francisco repitió una broma que solía hacer cuando era obispo: "¿Cómo se suicida un argentino? Se sube a su ego y se arroja desde lo alto".
El desquilibrio de la personalidad de Elisa Carrió la ha llevado desde el ostracismo a la ostentación de poder más cruda, desde el pseudomisticismo al maquiavelismo sin meta.
Siempre está presente en ella su ego hipertrófico: es lo que la llevó a proponerse como fiscal de la nación, como prenda de alianza política y como orientadora de la acción oficial a veces, opositora otras veces, como garante de le ética siempre.

Carrió fundó y rompió varias alianzas polícas a partir de sus inicios como funcionaria del Proceso en el Chaco. Nunca quedaron claras las razones de su perpetuo petardismo, de su actitud de poner una columna falsa entre dos verdaderas con el fin de derribar el edificio.
Sin embargo, fuera del análisis político, convengamos en que ella no puede admitir dos infinitos: su ego y cualquier cosa que le parezca invada su lugar, que es el espacio sin fin. Así sea Alfonsín como De la Rúa o Pino Solanas, barre siempre todo lo que considera migajas sobre su mesa, y admite que las coman los perritos.

Pero por otra parte, la broma de españoles que recogió Francisco también se le aplica, porque es otra consecuencia de un ego hipertrófico y mesiánico, posiblemente patológico a estas alturas.

Las consecuencias del "suicidio" han sido la ruptura de todos los espacios políticos en que intervino. Hace tiempo, cuando abandonó uno del que también participaba Nito Artaza, éste celebró que se hubiera integrado a Cambiemos, porque eso aseguraba la ruptura de esa alianza.

Cambiemos pretendió usar a Carrió como demostración viva de su confiabilidad, de su honestidad, de su fachada de política nueva; pero es posible que el tiro le salga por la culata. En política manipular a la gente es lo normal, pero no es normal que uno de los actores se saque la careta y se muestre como es: que diga que no quiere gobernar a un pueblo capaz de votar al kirchnerismo después de obtener el 1,8 por ciento de los votos contra el 51 por ciento de Cristina; que se retiraba de la política; de pedir en la cámara a la clase media que no renuncie a las propinas ni a la coimas.

El lapsus que confesó es revelador, porque indica a qué admira el subconciente de Carrió mientras su discurso consciente dice otra cosa. Un actor retoma su personalidad después de la función, un político no debe mostrar nunca las cartas, salvo que ya no tenga el control de sus actos.

Carrió no puede frenar sus tendencias megalómanas, egolátricas, que siempre fueron manifiestas pero ahora se han vuelto perjudiciales para sus propios aliados, que están conociendo el precio de intentar manipularla.

La factura que les pasó a los radicales, que la enviaron a servir empanadas según ella, y ahora harán lo que ella quiera, recuerdan las medidas crueles que Calígula, el emperador loco, tomó contra el Senado en Roma.

Sobre todo porque Carrió hace ver que está herida y dice que maneja el radicalismo "desde afuera", en una afirmación pueril y antipolítica que no se hubieran permitido Alem, Irigoyen, Alvear ni mucho menos Illia.

Lo que necesita su egolatría desmedida es mandar, controlar, dominar. Es tarde para ella: está más cerca del hospicio que del trono.
De la Redacción de AIM.

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