En este artículo de opinión, Rubén Pagliotto, abogado y dirigente de la Unión Cívica Radical (UCR), cuestionó por el Congreso que realizó el centenario partido y advirtió que la fuerza política no tiene liderazgos y tampoco “una visión clara del futuro, desde donde tratemos de ver más allá de lo obvio y reiterativo, tomando distancia con los lugares comunes, definidos por adjetivos arrugados”.
El día domingo pasado, en la edición de Infobae, leí un artículo de Ernesto Tanenbaum, titulado “Un experimento exótico avanza, invencible y triunfal”, en el que realiza un muy lucido y sesudo análisis del mundo capitalista y cómo, paradojalmente, los poderes más concentrados del capitalismo, han logrado, merced a nuestras sucesivas e ininterrumpidas defecciones y fracasos, cansar hasta el hartazgo y el empalagamiento a las mayorías populares, y cómo éstas, al no creernos más, terminan votando lo contrario a lo que dijimos ser, no por convicción, claro, sino por un natural, inconsciente e inercial instinto de autopreservación o supervivencia, sin darse cuenta que los “nuevos” de ahora fueron, son y serán sus verdugos, en una suerte de Síndrome de Estocolmo. Pero como bien dice Ernesto en su columna y reflexiona Martín Caparrós en su último libro “Antes que nada”, habrá que ver en un tiempo, los resultados de este peligroso y osado experimento social. Tengo para mí y ojalá me equivoque, la convicción (i.e., la seguridad) de que esto en un tiempo explotará o implosionará, aunque debo reconocerlo, me aterra no saber - al menos por ahora- cuáles serán las consecuencias y la magnitud real de este fenómeno.
Por eso, saltando ahora a lo muy micro y concreto, como el desdibujado y mediocre Congreso partidario de la UCR, celebrado el sábado 9 pasado en Villaguay, advertí, no exento de pavor y desasosiego, que nos encontramos lejos, muy lejos, de ubicarse en la senda correcta, analizando las cuestiones estructurales, la onticidad social de nuestra difícil y compleja realidad. Estamos transitando, apenas, por un sendero demodé, anquilosado, intelectualmente vetusto y desvencijado, en el que reinan la opacidad, la ignorancia, la chatura, la mezquindad y una absoluta falta de capacidad de nuestros dirigentes, careciendo de liderazgos reales y con perspectivas de sostener una visión a mediano y largo plazo. Lo del sábado en Villaguay, no superó el nivel de “paparruchadas de cabotaje”, de una rusticidad increíble y una pobreza intelectual lastimosa e insusceptible de empeorar.
Nos toca por delante una tarea ímproba y quizás ciclópea en términos de su escala, complejidad e inmediatez.
Creo, sin temor a equivocarme, que estamos asistiendo aceleradamente a un cambio de paradigmas de todo tipo, quedando en términos Gramscianos en el justo medio, indefinido, por cierto, de lo que concibe como revolución: cuando lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer. Es cada día más claro y palpable, que asistimos a la muerte de viejas formas, estructuras y cultura políticas. Ahora, tenemos también el problema, dilemático, por cierto, de no saber cómo hacer parir lo nuevo que reemplace a lo viejo, que está hace tiempo en terapia intensiva in artículo mortis, languideciendo y desparramando lastimosamente sus últimos estertores ante una sociedad azorada y descreída.
Ayer los escuchaba en el Congreso partidario a varios oradores y más allá de sus emotivos y apasionados discursos, siguen transitando, quizás sin advertirlo, en modo antiguo, arcaico, referencial abstracto y con una apelación a lo emocional que cada radical anida cuando se los interpela desde lo fundacional y doctrinario. No lo veo mal, para nada. Todo lo contrario, pues allí anida lo visceral, humano y pasional. Pero el enorme problema, quizás el motivo nodal de preocupación que me invade sin darme tregua, es el peligro latente y tremendo error de quedarnos no sólo discursiva sino en la propia praxis también, anclados en lo anecdótico y emocional, aceptando todo lo que se nos impone desde afuera de la UCR porque lo de antes fue peor, encerrados en una letal trampa endógena que nos impide ver lo macro y el afuera con nitidez, la realidad pura y dura que enfrentan cotidianamente la enorme mayoría de nuestros y nuestras compatriotas. No hay liderazgos en el más que centenario partido, porque tampoco hay una visión clara del futuro, desde donde tratemos de ver más allá de lo obvio y reiterativo, tomando distancia con los lugares comunes, definidos por adjetivos arrugados, como sabiamente decía Alejo Carpentier. No se advierte el mundo cambiante, los saltos tecnológicos cada vez más frecuentes y pronunciados, la reconfiguración del capitalismo y la incidencia que tendrá en las relaciones sociales y el mundo de la producción y el trabajo, la irrupción imparable de la inteligencia artificial, sucesos todos que caracterizan a esta sociedad líquida, que en su reconfiguración nos interpela por una nueva construcción de sentidos.
Debemos salir de la cueva partidaria y aflorar a la sociedad y sus componentes, haciendo desde allí, con acciones concretas y una práctica político - cultural moderna e inteligente, una amplia y generosa convocatoria, cuyo llamador sean las concretas acciones amalgamadas a través de un discurso integrador, que aparezca generando atractivos y proveyendo herramientas para despertar las adormecidas conciencias críticas de cada ciudadano y ciudadana.
La práctica política por estos días y desde hace ya largo tiempo, orbita cuestiones de bajísima intensidad y sólo se orienta hacia lo coyuntural y las candidaturas, que ni siquiera son el emergente de un proyecto colectivo y sueños compartidos, sino de mezquinas ambiciones estrictamente personales o de pequeñas facciones.
Volviendo por unos segundos a Lebensohn, la doctrina está y ella debe ser indefectiblemente nuestra guía, nuestra estrella polar. Pero faltan las conductas concretas, adaptadas o agiornadas a los tiempos que corren, con inteligencia y profundo sentido estratégico, apelando a los nuevos carriles de la comunicación para poder llegar así a todos los sectores sociales y franjas etarias, con un discurso integrador que interprete las reales necesidades sociales de estos nuevos tiempos, sin pretensión ninguna de aparecer como abanderados de la posmoderna cultura woke.
No es menor, simple ni fácil el desafío que tenemos por delante, pero debemos intentarlo, porque como siempre digo, la única batalla que se pierde, es la que no se da.
La única satisfacción que me traje del Congreso, más allá de que la Juventud Radical fue la gran ausente de la jornada, de que el noventa por ciento del tiempo lo insumieron cuestiones administrativas y burocráticas y que el último punto que trataba sobre las realidades Provincial y Nacional no contó con el tiempo, la atención y la profundidad que tan esencial temática ameritaba, sin embargo, quedó implícita pero claramente flotando en el aire, la postura de que la UCR, al menos la de Entre Ríos, es franca y decididamente opositora al gobierno paleo liberal y neocolonialista del presidente Javier Milei, quedando desechada la peregrina y extraviada posibilidad – más bien un oxímoron ideológico- de una alianza electoral con LLA, lo que es sostenido y compartido totalmente por UCR Activa, más allá de declararnos, a diferencia del oficialismo partidario, abiertamente críticos, en muchos y trascendentales aspectos, del gobierno local que conduce el dirigente del PRO Rogelio Frigerio.
Quizás ayer en el Congreso de Villaguay, nuestra presencia y aportes como UCR Activa, más allá de no haber recibido la mayoría de los votos de los congresales, fueron las únicas propuestas que se presentaron como alternativa, y por ello sembraron las primeras semillas del cambio necesario para emerger del subdesarrollo sistémico del que hace décadas no podemos emerger. Invirtamos nuestro valioso y finito tiempo en aportar a las efectividades conducentes y así estaremos contribuyendo a que la UCR no desaparezca de la faz de la tierra y vuelva a aportar al mejor futuro.