Un estudio llevado a cabo sobre 63 personas sanas ha mostrado que aquellas que en su microbioma tienen niveles elevados del metabolito indol (producido cuando ciertas bacterias del intestino descomponen el aminoácido triptófano) poseen una funcionalidad y una conectividad más fuertes en áreas específicas de la red de recompensa del cerebro.
Tal actividad cerebral indica que una persona es más propensa a comer por placer en vez de solo por hambre. Aquellos con niveles más altos de indol también tenían una mayor probabilidad de sufrir adicciones alimentarias, tal como se determinó a través de los cuestionarios a los que respondieron.
La investigación es obra del equipo de Emeran Mayer, Vadim Osadchiy, Jennifer Labus, Arpana Gupta, Jonathan Jacobs, Cody Ashe-McNalley y Elaine Hsiao, todos de la Universidad de California en la ciudad estadounidense de Los Ángeles (Ucla).
Se sabe desde hace tiempo que ciertas regiones de la red de recompensa del cerebro dirigen los comportamientos alimentarios. En particular, el núcleo accumbens, que procesa los estímulos de recompensa como la comida, y la amígdala, que ayuda a regular las emociones, se activan cuando tenemos hambre o estamos comiendo. En este estudio, las personas con niveles de indol más altos mostraron una funcionalidad y una conectividad más fuertes en estas dos áreas.
Una funcionalidad y una conectividad más altas en el sistema de recompensa del cerebro podrían indicar que este último se encuentra sobreactivo y que promueve y refuerza la actividad de comer en exceso. Tal sobreactividad del sistema de recompensa en individuos obesos con adicción alimentaria ya había sido indicada por investigaciones previas.
El nuevo estudio, el primero en humanos para mostrar la asociación entre metabolitos específicos producidos por las bacterias del intestino y los comportamientos de sobrealimentación, sugiere que el indol, o la capacidad de las bacterias del intestino para producirlo, pueden contribuir a dichos comportamientos. Ello abre la puerta a futuras investigaciones sobre si ciertas intervenciones específicas, como cambios en la dieta, podrían afectar positivamente a la función cerebral responsable de la conducta alimentaria y de este modo mitigar el deseo de comer sin tener hambre.
Fuente: Ncyt.-