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Juegos y deportes en tiempo de lucro

Hoy en día las diferencias entre juegos y deportes están bastante distorsionadas debido a que el peso del interés de lucro grava sobre ambos de una manera decisiva y tiende a convertir todo en una rama de  un  negocio  rentable, como el caso del mercadeo en el fútbol.

Fútbol: negocio y mercadeo.<br />(AP Photo/Pavel Golovkin)
Fútbol: negocio y mercadeo.
(AP Photo/Pavel Golovkin)

Las diferencias habituales que se mencionan entre juego y deporte sirven de poco y revelan un espíritu muy determinado por el mundo en que vivimos.  Reglas estrictas en el deporte, flojas en el juego; competitivo el deporte, recreativo el juego; preparación previa en el deporte y  sin preparación el juego. Y algo casi disparatado: evasión de la realidad en el juego. Ninguna de estas diferencias resiste la "realidad" actual de algunos juegos, como  el ajedrez, que tiene reglas estrictas, necesita para jugarlo en buen nivel una preparación, y tiene torneos reglamentados con premios y competencia escalafonaria, etc.

Lo que fue
La Biblia dice que Abraham, el creador del judaísmo, que no tenía antecedentes militares, derrotó a los siete reyes de Edom, que eran fuerzas desequilibradas. Esta es una clave: se trata de recuperar el equilibrio, como buena falta nos haría a nosotros ahora, ya que no tenemos reino que no sea desequilibrado.

Según el relato mítico, el que le impuso esa tarea y lo consagró después del combate, el que estableció las "reglas", fue Melquisedec, de quien  el Evangelio dice que Jesucristo era sacerdote. (Sacerdote eterno según la orden de Melquisedec) ¿Quién era este Melquisedec -que no tuvo padre ni madre- para ponerle leyes a Abraham y para tener a Cristo, que era Dios según el Evangelio,  como sacerdote de su orden? Es  un problema que no tiene solución dentro de la tradición judeocristiana como la conocemos hoy.

Lo que importa es que el "juego" consistía en restablecer el equilibrio, esa era la misión que Melquisedec le encargó a Abraham y a Cristo, dos fundadores de religiones, y así entendían el juego todas las sociedades "primitivas", incluidas por supuesto las de Abya  yala, uno de los nombres originarios de América.

Sería ridículo decir que se trataba de "deporte", pero no desentona "juego". Los pastores anglicanos le enseñaron a jugar al fútbol como ellos lo entendían a nativos maoríes de Nueva Zelandia. Aprendieron bien, pero los partidos terminaban siempre empatados. Averiguaron y entendieron que los maoríes no tomaban el  "deporte" como competencia sino como una oportunidad de restablecer el equilibrio jugando.

La historia antigua del chataranga, o ajedrez, dice que no eran dos bandos sino cuatro los que se enfrentaban,  uno en cada lado del tablero, y que la finalidad era alcanzar un estado final de equilibrio, no como ahora de "ganar" o perder ni mucho menos sólo divertirse. Porque el tablero era un espejo del cosmos  y reflejaba lo que acontecía a niveles mucho  más amplios, todos homólogos. Se podía ser juego y sagrado al mismo tiempo, pero no hay deporte sagrado.

Con los niños es diferente
Cuando un niño juega se divierte, pero en serio: se ríe y disfruta, pero no quiere que tomen en broma lo que hace. Si un adulto juega con ellos, se disgustan si ven que no toma el juego en serio. Quien muestre   intencionalmente tanto interés  y compenetración como ellos tendrá respuesta inmediata, como siempre en los niños: alegría y reboble de esfuerzos que no cansan.

Nosotros tenemos en este punto como en todos la presencia hegemónica y corruptora  del espíritu capitalista, que busca convertir en  lucro lo que toca. Por eso el deporte se ha mercantilizado al extremo y los deportistas consideran que deben convertirse en "un buen producto",  una mercancía vendible. García Linera, vicepresidente de Bolivia, daba como hecho auspicioso que un niño aymara, cuando le preguntó qué quería ser cuando grande, le contestó: presidente de Bolivia, como Evo. No veía la víbora que se le había metido en el cesto.

Esto es una tergiversación y una desviación que solo indica que estamos en situación desequilibrada y por eso se nos confunden los términos: todo pasa a significar más o menos lo mismo envuelto en las sombras que salen de los bancos. Allí todos los gatos son pardos.
Recordemos a la Crencha Engrasad de Carlos de la Púa:
Para vos, Barrio Once, este verso emotivo
con un cacho grandote de cielo de rayuela.
Yo soy aquel muchacho, el fulback de Sportivo
Glorias a Jorge Newbery, que alborotó la escuela.


Yo soy aquel que al rango no erraba culadera,
que hizo formidables proezas de billarda.
Rompedor de faroles con mi vieja gomera,
tuve dos enemigos: los botones y el guarda.


Y, los bolsillos bolsas de bochones y miga,
llené toda la calle de repes y de chante.
¡Mi bolita lechera!... ¿Dónde andarás, amiga?
¡Y aquella mil colores, cachusa y atorrante!


Se fueron con el viejo pepino corralero,
el terror de los trompos, mi trovero baqueano.
Partía las cascarrias con su púa de acero
y a las chicas del barrio les zumbaba en la mano.


La poseía "baja" como miente el autor, mezcla la rayuela, con su cielo iniciático que refleja el cosmos, al que se llega en el salto final,  con el fútbol de Sportivo. Y luego sigue sin distinguir el billar del tiro al blanco, las bolitas y el trompo. Está recordando el cielo perdido de la infancia, la verdadera patria del hombre, según Rilke, y allí no hay las diferencias que hacemos nosotros ni se admite la intromisión del lucro como criterio definitorio.

Lo que importa esta intromisión de la competencia por dinero lo muestra Veblen  en su "Teoría de la clase ociosa": dice haber visto en  estadios norteamericanos, a principios del siglo XX, a adolescentes entrenándose para una competencia severa. Se los veía serios, preocupados, tensos. Algunos yacían tirados a un costado, como heridos de guerra. Esa era ya el deporte entonces, o una de sus consecuencias,  y lo es  más todavía hoy, cuando en todos los partidos se recogen los heridos y algunos, con rotura de ligamentos cruzados por ejemplo, tienen para seis meses "parados", lo que implica un lucro cesante importante. Y se rompen los ligamentos porque todo el cuerpo, los músculos y tendones están exigidos al máximo y casi no toleran sobreesfuerzos.

¿Tendrá algo que ver con la eficacia que exige el capital financiero para sus inversiones, de las que el deporte superprofesional es una? Si eso todavía puede considerarse deporte, ya no es posible considerarlo juego, porque algo en nosotros se resiste a rebajar tanto una idea noble.
Tomemos de otro campo alguna gran obra musical,  por ejemplo la sinfonía de la cantata   BWV 29 de Juan Sebastián Bach.

Nadie se enojaría si consideramos ese despliegue monumental de sonidos poéticos como un juego, tan serio como Bach  y sometido a reglas tan rigurosas como las que él creó. Sería absurdo hablar acá de deporte. Y es un juego porque nos hace de pronto libres, gozosos,  nos permite movernos en las alturas, participar por un instante de la capacidad creadora de Bach, fluir sin esfuerzo con la vida. Es claro que algo similar podemos decir del gol de Maradona a los ingleses, pero eso fue un ejemplo de que el espíritu del juego sobrevive a todo, no hay picapiedra que lo termine de matar.

De la Redacción de AIM.

 

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