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No todo lo que reluce es oro

Una de las definiciones de la ciencia moderna es “la búsqueda de las  leyes que gobiernan los fenómenos”. Se trata entonces de conocimiento de fenómenos,  sobre todo con vistas a las aplicaciones prácticas a que puedan dar lugar.

Ciencia moderna, a la búsqueda de nuevos fenómenos.
Ciencia moderna, a la búsqueda de nuevos fenómenos.

Esta visión particular del conocimiento, ya bastante limitada,  empezó con los griegos,  con la consecuencia a largo plazo de que los que se sienten herederos de la cultura clásica 2500 años después no aceptan todavía hoy nada de otra fuente sin desdén y menosprecio, y sobrevaloran lo grecolatino y luego lo europeo hasta límites inconcebibles.

De allá venimos

La cultura en que vivimos y que nos parecería totalmente natural si la crisis que está padeciendo no nos alertara sobre peligros todavía difusos pero ya opresivos, reconoce como herencia, además de la griega, la judeocristiana. En la Biblia, en el libro del Génesis, está resumida la manera de proceder de occidente en el mundo sobre todo a partir del fin de la Edad Media, cuando Europa comenzó una carrera alocada signada por la codicia, que sigue y se acelera.

Según el Génesis, Yahvé creó al mundo de la nada en el acto de máxima expresión de poder. Estratificó su creación al hacer al hombre a su imagen y semejanza y darle dominio sobre todas las cosas de la Tierra, bajo responsabilidad de explotarlas en su propio beneficio.

Luego, la iglesia cristiana se designó “católica”,  universal, con la pretensión de comprender a todos como verdadera,  infalible y de origen divino. Expresa así la vocación imperialista de la iglesia católica, que fue el primer instrumento que  usó occidente para dominar el mundo.

La cruz, la espada y el tubo de ensayo

En Abya yala (América), como brazo ideológico de los intereses económicos, la iglesia hace cinco siglos trata de extirpar la “idolatría”, en trabajo concertado con los que extirparon el oro y la plata, el café, las bananas, el ganado, el tanino, y ahora la soja y todo lo que necesiten para sostener su modo de vida dispendioso con vencimiento previsible.

El sociólogo holandés Juan Van Kessel, radicado en Chile,  demuestra que en el relato de Génesis Yahvé aparece como un artesano o un empresario supremo, un Deus Faber  “que es la prefiguración del homo faber europeo, que ahora trata de reemplazarlo".

Cuando la cultura occidental se secularizó, Dios perdió su trono y quedó el hombre occidental como    propietario absoluto y autónomo de la tierra y sus cosas. Es ahora único dueño al punto que la  relación de propiedad lo ha enajenado de la naturaleza

Hacia el poder absoluto

Dice Van Kessel: “Además de sentirse dueño, el homo faber occidental se concibe ahora como el creador autónomo de todos los milagros de la tecnología moderna. Su utopía es que espera el día en que podrá demostrar su “omnipotencia”, y sólo la capacidad de crear ―con su ingeniería genética, etc.― a su propio hombre: ese día será para él el “sexto día” de su propia obra de la creación tecnológica, para luego descansar en la feliz ilusión de su omnipotencia creadora.

Cuando la mentalidad “moderna” tomó forma con la retirada de dios, el hombre, siguiendo no obstante los mandatos de Génesis laicizados, considera al medio ecológico como la materia para su  obra,  como Yahvé consideró al barro  de que lo creó.

La naturaleza es un reservorio de material que está a su disposición para trabajarlo a su gusto y criterio autónomo. Yahvé dejó que Adán pusiera nombres a plantas y animales. Van Kessel aclara que no es un detalle insignificante:  “Es el rito formal con que el hombre occidental establece su dominio sobre los animales, con que asume la facultad de disponer de ellos en forma autónoma. Este detalle confirma el panorama de una cosmovisión centrada en un Deus faber, transcendente y un homo faber a su semejanza. Así se define y se legitima desde el origen una relación hombre-medio natural de dominio, un modo de considerar el mundo como materia disponible, y un modo de trabajarla con una tecnología de fuerza, sujetando, dominando y controlando este medio, y aun violentándolo”. El surgimiento pleno de esta mentalidad, que es la propiamente occidental y en la que reconocemos por ejemplo las conductas neoliberales, se produjo  a partir de la edad moderna. Desde entonces, la ciencia, la técnica, la organización racional del trabajo solo confirman el dominio del hombre sobre la tierra.

Dividir para reinar

Para los occidentales, desde el surgimiento de su pensamiento en Grecia en el siglo VI antes de Cristo, pero con más claridad en la modernidad con Descartes, la materia está separada de la idea. De esa separación surgen las interpretaciones, que son descripciones particulares mediadas por las ideas de cada uno. Pero como cada interpretación debe a su vez ser interpretada, resulta un proceso inacabable en que finalmente nadie acuerda con nadie y todos vivimos en Babel.

Ya que mi idea está separada de la materia estoy en condiciones de idear otras realidades en caso  de que no me conforme la que experimento. Puedo concebir realidades pasadas, volver al paraíso, o realidades futuras, la Jesuralén celeste, o con otra terminología, ser reaccionario  o  utópico.  En ambos casos, parto de que mi idea está en un ámbito diferente de la realidad que veo.

Para el filósofo peruano Juan Abugattás “El individuo es el más importante invento moderno, y es el protagonista de cuanto ha acaecido y se ha hecho en Occidente desde su aparición”. Lo muestra como un ser  solitario que se concibe a sí mismo enfrentado al mundo, al que llama por ello “objeto”, y a los demás hombres. Cognoscitivamente plantea su relación con la naturaleza en términos de la oposición sujeto-objeto; vitalmente concibe su relación con los demás seres vivos en términos de una oposición de intereses. Las únicas restricciones que admite en su conducta y en sus aspiraciones son aquellas que derivan bien de una conciliación de intereses que sea producto de la necesidad; o de una moderación que le sea impuesta por la ignorancia o por la debilidad”

Pasional

Y luego, un aspecto central de los problemas creados por la modernidad: “El individuo no admite estar motivado sino por fuerzas internas. Tales fuerzas son sus pasiones. El instrumento de realización de esas pasiones es el instinto. Pero el instinto, que tiene un carácter inmediatista y que no permite juzgar adecuadamente el medio sobre el cual se debe actuar, resulta deficiente para garantizar éxito a plazo largo. El instinto debe ser entonces suplido por la razón. La razón puesta al servicio de las pasiones, es la ciencia moderna.”

Llegamos a concepción de la ciencia moderna -un desgajamiento sin norte ni fines superiores de las  ciencias tradicionales- como posibilidad de satisfacción rápida de las pasiones, que no admiten dilación. Por eso, la ciencia mejor es la que ofrece ideas más sencillas, más directas. La ciencia moderna implica la manipulación de la naturaleza, “objeto” para el individuo. Pero  la utilidad de la ciencia está en su generalidad (la ciencia moderna nunca puede ser universal) porque la generalidad hace posible aplicarla en casos similares. Acá se hace necesaria la abstracción, que es la operación mental basada en la separación de idea y materia que permite extraer lo que interesa y aplicarse luego a extracción industrial.

La ciencia moderna es experimental porque el experimento es lo que permite al individuo, ser separado  y enfrentado al mundo y a los demás, intervenir en la naturaleza y manipularla

La inutilidad puede ser útil

El hombre moderno entiende por “tecnología” los  procedimientos de los que se dispone  para sistematizar y acelerar la recomposición y la explotación de la naturaleza. No es tanto la aplicación de la ciencia sino su realización, aquello por lo que la ciencia existe. Finalmente, llegamos con la modernidad a entender que si un saber no se convierte en tecnología  es inútil, no  científico ni verdadero. Es el camino sin obstáculos al menosprecio “justificado” de saberes de las tradiciones que ven al hombre occidental como un ser anómalo, sin relación con ningún principio que pueda guiar su actitud, que a falta de nada mejor se guía solo por la codicia. Al final, como al principio, según Abugattas, “cuando la tecnología se desboca lo que realmente estamos viendo sin percatamos claramente de ello es el desbocamiento de las pasiones humanas”

Pasiones que desde la separación de razón y emotividad, sentimiento y voluntad, desgajado de la unidad fundamental, han mostrado todo el daño que pueden hacer libradas a sí mismas.

No quiero más chirimbolos

Yrin Fetscher cuestiona el mito fundamental de  la modernidad, el progreso, que aunque  maltrecho, se mantiene: “Desde que hemos descubierto que las nuevas técnicas traen a menudo más consecuencias negativas que beneficios, vamos viendo con claridad la ceguera de fines, que fue tan característica del hombre moderno. Ya no estamos a gusto con la situación que nos ofrece siempre más y mejores medios para fines poco deseados y apenas avizorados. El sistema de la absolutización de los medios y la ignorancia de los fines es el nihilismo completo. Sabemos que debemos superar esta situación. Eso es ya algo pero no suficiente”.

Todavía subsiste el concepto de que la ciencia moderna no produce conocimientos que no pueden estar sujetos a control intersubjetivo, que no sea verificable ni falsable.

Es la expresión del mito del progreso ilimitado aplicado a nivel científico. Pero el progreso, que se inscribe en el devenir, no es más seguro que él. Con la retirada de dios, con su “muerte” como también se dice, la filosofía de la luces, la Aufklärung o iluminismo, la ideología de la razón en suma, hipostasió  la idea del progreso en ley y necesidad de la historia. Esa idea ya no soporta corrupción ni desintegración. Permite concebir el desarrollo industrial, con el componente de extractivismo desenfrenado, reificación de la naturaleza contra las concepciones tradicionales, y explotación sin límites de los pueblos dominados, como operador del progreso humano. En su reducción económica se llama “ crecimiento”, forma vulgar del progreso indefinido, la promesa renovada de  un progreso generalizado e infinito.

De la Redacción de AIM.

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