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Pudo ser Gardel, y fue Fulano

Fulano firmó un pacto de caballeros por un partido de fútbol y sobre el pucho lo violó. Nos vimos obligados a abordar el tema desde que escuchamos a un “periodista” porteño dudar de la importancia de la palabra empeñada y el documento, porque, dijo, no había participado un escribano. Si naturalizamos esta interpretación indigente daremos por muerta nuestra cultura definitivamente. Por Daniel Tirso Fiorotto (*).

La palabra traición tiene una connotación muy fuerte en el fútbol y que Rodolfo D'Onofrio haya decidido utilizarla contra Daniel Angelici no es al azar .
La palabra traición tiene una connotación muy fuerte en el fútbol y que Rodolfo D'Onofrio haya decidido utilizarla contra Daniel Angelici no es al azar .

Sabe el guaraní que un pueblo que pierde su palabra es un pueblo muerto, porque entiende que la palabra nos dio el ser cuando tomó asiento en su primer territorio, el seno materno; sabe que somos palabra hecha carne. Sabe el charrúa que su capital es la palabra empeñada. Con esa herencia, sabe también el criollo que un apretón de manos es un sello.

No es imprescindible que todos los miembros de una comunidad cumplan el principio para que lo sea.

Con esto, decimos que muchas comunidades de nuestro bello país reconocen un sentido a la palabra. Si escuchan “pacto de caballeros”, entienden que algo muy serio se cumplirá, sin más. Por encima de lo que ocurre en sectores de poder, de palabra devaluada, en el pueblo la palabra aún comunica, allí la confianza se manifiesta y cultiva con la palabra.

Modelos argentinos

Muchos argentinos pertenecen a alguno de los clubes deportivos en puja en estas horas por una final de campeonato. Y como todos los demás habitantes de este país están ávidos de modelos en el deporte, modelos capaces de superar el señorío actual de la mediocridad, en las más diversas disciplinas.

Cuando una árbitro de hockey anuló un gol a las jugadoras alemanas, ante las argentinas,  nuestro técnico advirtió que era gol, entonces se lo dijo a la jueza del partido. Con su liderazgo, y la compañía de las jugadoras, todos aceptamos la derrota. El mundo recuerda a Sergio Vigil, Cachito, entre otras razones por ese acto y su reflexión: así en el deporte como en la vida. Ahí está el modelo. Y el cuerpo técnico y las jugadoras son argentinos, argentinas. No todo aquí es “viveza criolla”, no todo es pavada.

Ahora miremos las antípodas: uno de los contendientes del fútbol que llamaremos Fulano (no interesa el nombre ni el color sino el gesto), fue puesto a prueba esta semana y como suele ocurrir en los poderosos, no tuvo un instante de serenidad, o quizá le faltó un amigo que le alumbrara una respuesta, y eligió el atajo.

El altísimo dirigente deportivo quedó en la vidriera, ante los ojos del mundo, por una respuesta que podía colocar una bisagra en el estado de las cosas; podía lanzarnos una soga para salir del pantano, y en vez de apelar a la conciencia, en vez de apelar al consejo de un Cachito, se perdió en el laberinto de los especialistas en la ventaja, que como es de prever lo empujaron al tropiezo.

Estamos seguros de que los deportistas no acompañan este error, aunque se hayan mantenido callados algunos días por razones legales, ya de tipo empresariales.

Si fuera por Fulano, evitaríamos esta columna. Defectos personales tenemos todos. Pero Fulano es un hombre público que podía echar luz en una Argentina confundida, y en vez de eso nos cargó mayores pesadumbres. Podía mirar el mundo y vio una baldosa.

Fulano se embretó solo. Es cierto que el equipo no depende de Fulano. Él es el presidente y no el dueño, como aclaró con razón. Ahora, ¿por qué firmó? ¿Por qué dio la palabra?

Para la Argentina en retirada, la Argentina decadente, puede ser importante la chicana de cada día. Para la Argentina con futuro, que soñamos, lo importante es recuperar la mirada sobre las esencias, donde anclemos la confianza en el otro, confianza como madre de la comunidad.

Puede aducirse que, dado el impacto del ataque sobre el colectivo de los jugadores y su estado de salud física y psicológica, Fulano se vio en apuros. Macanudo. En pocas horas sus colegas de las Comisión Directiva y sus abogados le demostraron que había otras alternativas, y él entendió que se debía al Club, no a su conciencia. Todo eso está dentro de lo aceptable. Lo que quizá no entendió Fulano es que su deber para con un Club de enorme significación nacional, un Club que es fachada de la Argentina, era cumplir con la palabra de honor. El Club, su Club, necesita más la palabra que una lata, más la palabra que un papel pintado. Lo que hace grande a una institución, como a una persona, es el valor de la palabra. Lo demás es cuento.

Si Fulano dio la palabra, no hay vuelta. Si luego advirtió que se equivocó, o lo convencieron de otra cosa, o votaron otra cosa y él quedó en minoría, le quedaban dos alternativas: insistir con su posición considerando que había dado la palabra, o renunciar.

Pero Fulano redujo el valor de la palabra a la conveniencia pasajera. Se hizo trampa.

Es cierto que esa agachada le puede dar al Club algún provecho inmediato. Y no faltarán los que aplaudan al ventajero, pero nada de eso habla de la esencia, de la verdad. Las picardías pasan, la honorabilidad queda. En el largo plazo y en la profundidad, el Club de tan larga trayectoria y con tantas glorias exige puntales, no canitas al aire. Dinero y copas valen cero, al lado de la palabra empeñada.

La pifió

Imaginemos las alternativas: Fulano se planta ante la Comisión Directiva y hace notar a los suyos que dentro de todos los temas a considerar está la palabra del presidente del Club, la suya, y eso debe ser atendido. En caso de que los demás no comprendan el valor de este argumento es problema de ellos (una desviación de ellos, no del Club ni del presidente). Pero sus pares pueden reconocer también el peso de la razón expuesta para sostener la posición de Fulano, y allanarse.

Segunda alternativa: los directivos del Club le reprochan a Fulano que haya dado la palabra, que haya asumido un compromiso erróneo; él admite el fallo y para facilitar al Club las acciones que convengan según los abogados, renuncia. Así, el Club de sus amores hace las gestiones legales que parezcan adecuadas, y él regala a los socios del Club, a sus hijos, a sus adversarios y a todos los argentinos una conducta memorable, modelo.

Fulano pudo darle al país un sacudón. Le dejaron la pelota picando y la pifió.

El apuro propio de la decadencia moderna se acaba de tragar a Fulano. En el momento clave, le fallaron los amigos. La historia le dio una bella oportunidad de ser Gardel, y fue Fulano.

Daniel Tirso Fiorotto (*) es periodista, escritor e investigador.

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