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Salud y Bienestar
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Encuentran el vínculo entre estrés y cáncer de mama

El cáncer, y en particular el de mama, se han relacionado con el estrés como causa y como consecuencia de la enfermedad. No obstante, esta relación aún se ve con sospecha en algunos ámbitos. Con el propósito de aclarar este constructo y su relación con el cáncer de la mama, en este artículo se hace un recorrido por los distintos modelos del estrés y se muestra como la unificación en un modelo integral del estrés puede aportar en la mejor comprensión del mismo constructo y su vinculación con el proceso salud-enfermedad.

El estrés es uno de los constructos más estudiados tanto como causa (el estrés suprime el sistema inmunológico y es más fácil enfermarse), y como consecuencia (la enfermedad provoca que la persona se estrese) de la enfermedad. Desde el enfoque causal del estrés podemos ver que, en diversos ámbitos, como el educativo, laboral y familiar, entre otros, se generan conflictos interpersonales, bajo rendimiento e incluso accidentes. Por ejemplo, un estudiante estresado puede sentir malestar y cansancio durante un periodo de evaluaciones, viéndose afectado posiblemente en algún rasgo de su salud. En la actualidad estamos rodeados de amenazas tanto reales como imaginarias que activan constantemente las cascadas del estrés llevando al organismo a su desgaste y en particular ocasionando que el sistema inmunológico se debilite y seamos más propensos a enfermar.

Una enfermedad con la que se ha asociado al estrés es el cáncer y en particular el de mama. En el cáncer de mama existe una proliferación de células malignas en el tejido mamario, la cual se asocia con un origen multicausal (factores genéticos, hormonales, de estilo de vida, psicológicos, ambientales, etc.). Si bien, esta multicausalidad es reconocida, en la actualidad el factor hormonal que incluye el inicio temprano de la menarca, una menopausia tardía, si la mujer tuvo embarazos, el uso de métodos anticonceptivos hormonales (píldoras e inyecciones), entre otros, es uno de los más estudiados y al que más peso se le da como causa. A este respecto, cabe destacar que diversos estudios muestran que el factor hormonal y muchos otros (p.e., factores genéticos, hormonales, de estilo de vida, psicológicos) pueden asociarse con el estrés crónico. Por lo que estudiar la relación del estrés en el cáncer de mama se vuelve fundamental para proponer medidas preventivas y de tratamiento acordes con esta problemática.

Si bien, la asociación entre el estrés y la enfermedad es clara, la falta de unificación entre los modelos del estrés (fisiológico, ambiental y psicológico) hace que los abordajes sean limitados. Por lo anterior, en este artículo no solo se pretende mostrar la relación del estrés con el cáncer de mama, sino que se realizará un recorrido por los diversos modelos teóricos que existen sobre el estrés, para mostrar la necesidad de generar un modelo integrativo del estrés y su relación con el cáncer de mama.

Los modelos del estrés en el proceso salud-enfermedad

Modelo fisiológico del estrés

Uno de los primeros y más importantes autores en acuñar el término estrés fue Hans Selye, quien lo definió como “Respuesta general del organismo ante cualquier estímulo estresor o situación estresante” (Rodríguez-Marín & Neipp, 2008, p. 42). En este primer modelo es el aspecto fisiológico del que parte la explicación del fenómeno del estrés, al considerársele como una respuesta del organismo ante el ambiente. En la actualidad el modelo fisiológico del estrés puede explicarse desde diversas rutas y cascadas fisiológicas en las cuales el organismo humano reacciona identificando las amenazas internas y externas mediante receptores que transmiten la información al hipotálamo. Desde ahí se analiza y elabora la respuesta que se manifestará en el cuerpo, para trasmitirla por medio de las vías nerviosas y/o hormonales, que activarán los órganos o sistemas que deban intervenir para confrontar la amenaza (Campillo, 2014).

Esto halla relación con el sistema inmunológico, ya que su principal función es la de defender al organismo contra agentes infecciosos internos y externos: bacterias, hongos, parásitos y virus, incluso células cancerosas (Sapolsky, 2013). La labor del sistema inmunológico es muy compleja, ya que éste debe conocer a fondo cada aspecto de las células del organismo y atacar a cualquier otra que carezca del sello celular distintivo. Cuando el sistema inmunológico detecta a una nueva célula invasora, la analiza y guarda la información para estar preparado ante una nueva incursión de ese tipo de célula.

No obstante, cuando el organismo de la persona está estresado, la función del sistema inmunológico se suprime. La forma más estudiada de esta supresión es a través de los glucocorticoides; aunque también las hormonas betaendorfinas del sistema nervioso simpático influyen en esta supresión de la inmunidad por el estrés (Simón, 1999; Zozulya, Gabaeva, Sokolov, Surkina, & Kost, 2008; Sapolsky, 2013).

Arbizu también apoya la idea anterior argumentando que “El estrés modifica la dinámica neuroendocrina y, por tanto, puede afectar las condiciones y comportamientos inmunes del organismo” (2000, p. 175). Otra visión fisiológica, la mencionan Valdés y Flores (1985), ellos refieren que:

El estrés implica una sobreactivación biológica promovida por la acción funcional del sistema reticular […]La actividad del sistema simpático incrementa la presión sanguínea, la tasa cardíaca, el pulso, la conductividad de la piel y la respiración. Además, las respuestas endocrinas de las glándulas adrenales colaboran con el aumento de esa actividad, al excretar altos niveles de catecolaminas (epinefrina y norepinefrina) de corticosteroides (sobre todo cortisol). Se produce además una disminución de la actividad del intestino, una mayor dilatación bronquial, vasoconstricción cutánea y vasodilatación muscular. En suma, el organismo se prepara para consumir una energía necesaria para la confrontación con el estímulo amenazante, para la “lucha o huida” (Citados en Rodríguez-Marín & Neipp, 2008, p. 51).

Es importante señalar que las reacciones no sólo se presentan a nivel micro en el organismo como los procesos celulares y moleculares, sino también a nivel macro. Por ejemplo, las reacciones del estrés también generarán cambios en la respiración y otros procesos para preparar al organismo a brindar una respuesta al estímulo estresor.

Toda esta movilización de recursos para hacer frente a la situación estresante puede llevar al organismo al cansancio, y si las situaciones estresantes se producen con regularidad al agotamiento, como lo mencionó Selye en su Síndrome de Adaptación General (SGA), en el cual el organismo pasa por tres etapas en el proceso de estrés alarma, resistencia y agotamiento (Lazarus, 2000).

El estrés se puede considerar de acuerdo a la regularidad con la que acontece como estrés (agudo o crónico). La persona presenta una adaptabilidad ante las situaciones estresantes; esto se ha definido con el término alostasis, el cual está relacionado a los procesos con los que el cuerpo responde a las situaciones cotidianas para poder mantenerse en homeostasis. La exposición acumulada del estrés por tanto implica una carga alostática y una desregulación fisiológica que desencadena en cambios en la salud (Gallo, Jiménez, Shivpuri, Espinoza de los Monteros & Mills, 2011) y en última instancia por su activación frecuente provocar una enfermedad (McEwen, 2002; McEwen, 2006; Galán & Camacho, 2012).

Wimbush y Nelson (2000) consideran que las enfermedades psicosomáticas se pueden desencadenar por una activación del sistema nervioso autónomo o por una supresión del sistema inmune. Ambos procesos pueden presentarse relacionados con el estrés, ya que cuando un estresor es percibido, el sistema nervioso autónomo se activa depositando un exceso de hormonas de estrés (adrenalina y cortisol), en los órganos que son estimulados por los tejidos nerviosos. El aumento de estas hormonas estimula la tasa metabólica y la función del órgano; cuando estos órganos no se pueden relajar surgen las disfunciones (como se citó en González & Landero, 2006).

Modelo ambiental del estrés

Otro modelo del estrés es el de los sucesos vitales o modelo psicosocial del estrés de Holmes y Rahe (1967) quienes consideran al estrés como elementos o situaciones externas a las que están expuestas las personas (citados en Nieto, Abad, Esteban, & Tejerina, 2015).  Es decir, desde el punto de vista del modelo psicosocial no solo les interesa saber quién se enfermaba, sino también, cuándo enfermaba (contexto social). Los sucesos vitales son definidos como “experiencias objetivas que amenazan con alterar las actividades cotidianas del individuo, causando un reajuste sustancial en su conducta” (Nieto, et al, 2015, p. 182). En otras palabras, son cualquier situación social que modifica la rutina habitual de la persona y la magnitud del estrés dependerá del cambio que conllevan esos sucesos vitales.

En torno a lo anterior, dentro de los sucesos vitales se incluyen los desastres naturales como un terremoto, hasta eventos personales como la pérdida de empleo. Además, los eventos no se presentan por separado, sino que podemos estar viviendo varios sucesos a la vez, a lo que llaman sucesos vitales múltiples. Por lo que se considera que el estrés que la persona está percibiendo es la suma de diversos sucesos que acontecen a la vez.

Posteriormente en 1989, el grupo de investigación de Holmes, modificó y amplío su modelo al considerar la importancia de componentes cognitivos, los cuales servían de mediadores entre los cambios vitales y la enfermedad. Es decir, el sucedo vital primero es codificado por la percepción del sujeto, la cual determina si es importante o no para la salud; si es considerado importante, se activarán los mecanismos de defensa de la persona (afrontamiento) para lidiar con el evento (Nieto, et al, 2015).

En este sentido, los sucesos vitales van a ser acontecimientos discretos que suceden en determinado momento de la vida y que afectan la salud (física y psicológica) de quien los vive. Al respecto, se han llegado a asociar una mayor probabilidad de enfermar con los sucesos vitales (Arias, 2012). También se ha considerado que se pueden asociar con cambios evolutivos y con periodos de transición (por ejemplo, la adolescencia). Además de que los sucesos vitales se pueden considerar tanto positivos como negativos, ya que se asocian a cambios; sin embargo, la valoración dependerá de la percepción de la persona.

Modelo psicológico del estrés

Para Lazarus y Folkman, el estrés es “Una relación particular entre el individuo y el entorno que es evaluado por éste como amenazante o desbordante de sus recursos y que pone en peligro su bienestar” (1986, p. 43). En el modelo de Lazarus y Folkman, va a existir una relación entre el individuo y el entorno, en la que ante alguna situación del entorno el individuo se puede sentir amenazado o desbordado en sus recursos. Esto debido a que cada emoción nos dice algo diferente sobre el modo en que una persona ha valorado lo que sucede en una transacción adaptativa y el modo en que lo maneja dicha persona (Lazarus, 2000; Rodríguez-Marín & Neipp, 2008). De acuerdo a Lazarus existen 15 emociones diferentes, en su listado aparecen las siguientes: ira, envidia, celos, ansiedad, temor, culpa, vergüenza, alivio, esperanza, tristeza, felicidad, orgullo, amor, gratitud y compasión. Cada una de las emociones nos dice algo diferente sobre el modo en que una persona ha valorado una situación. Cada emoción es una historia sobre la relación que tiene la persona con el entorno; por lo que la respuesta emocional al trascender el contexto, nos permite conocer rasgos de la personalidad de la persona y como se relaciona con el mundo (Lazarus, 2000).

Dentro del ámbito psicológico consideraremos el estrés como una relación de desequilibrio entre las demandas ambientales y la capacidad de superarlas (Lazarus y Folkman, 1986, citado en Gutiérrez, Raich, Sánchez, & Deus, 2003). Ante lo cual la persona realizará dos evaluaciones de acuerdo con el Modelo de Lazarus y Folkman, la primaria, en cuanto a su significado personal (si lo percibe como daño o pérdida reales, daño o pérdida como posibilidad o un desafío personal), esta valoración estará influida por sus creencias y valores personales; y secundaria, de cómo lo va a afrontar, esta valoración está relaciona con el grado en que la persona puede controlar o cambiar las situaciones (Barroilhet, Forjaz, & Garrido, 2005). Después de esa evaluación y si es considerado como estresante, se dará la respuesta de estrés (Lazarus, 2000).

Estrés y cáncer de mama

Como se mencionó en la introducción de este artículo, existen dos visiones en cuanto al papel del estrés ante el cáncer de mama como causa y como consecuencia de la enfermedad. En la psicología de la salud, una de sus ramas la psiconeuroinmunología y subrama la psicología oncológica, tratan de diversos modos demostrar la contribución que tienen el estrés y las emociones en la génesis y desarrollo del cáncer; y también aborda el pronóstico, la supervivencia y la calidad de vida de los pacientes (Llantá, Grau, & Massip, 2005).

En lo que respecta al estrés como causa, uno de los aspectos más estudiados de esta rama de la psicología de la salud es el efecto supresor en el sistema inmunológico por parte del estrés (Arbizu, 2000). Continuando con la idea de que la evaluación toma en cuenta las emociones, otros investigadores también la secundan ampliando que el estrés puede conducir a afectaciones del organismo, dadas las interacciones entre los sistemas nervioso, endocrino e inmune, lo que puede conllevar a enfermedades como el cáncer (Llantá, et al., 2005). Esto debido a que, al hacer frente a situaciones estresantes por mucho tiempo, no le da un espacio de descanso al organismo para reajustarse (Arbizu, 2000; Carvalho, Mesquita, De Almeida, & De Figueiredo, 2005). Por ejemplo, se sabe que los sentimientos negativos (tristeza, enojo, etc.) generados por las situaciones estresantes activan diversos mecanismos bioquímicos, a nivel glandular en los sistemas endocrino, nervioso central y parasimpático e inmunológico (Gómez & Escobar, 2002).

El sistema inmunológico cuenta con diversas células y moléculas que identifican posibles daños y que regresan la homeostasis al organismo (Sapolsky, 2013). Pero cuando el individuo presenta estrés crónico, el sistema inmunológico no logra realizar su función. Por lo anterior, Munk considera que es necesario que el sistema inmune no esté activado de forma crónica y vuelva a su línea de base (como se citó en Sapolsky, 2013), pues desajustes en este sistema se asocian con la presencia de daño cromosómico, alteraciones en su reparación, fallas en la apoptosis y disminución en la vigilancia del sistema inmunitario, lo cual puede predisponer a la génesis de cáncer o favorecer su progresión (Barroilhet, et al., 2005). Aunque no se sabe con certeza es qué niveles de estrés crónico son necesarios para producir tales efectos (Sánchez & López, 2010; Sapolsky, 2013).

Por otra parte, también el estrés puede considerarse como consecuencia de la enfermedad. Dicha afectación comienza con el diagnóstico positivo de cáncer que se asocia con la muerte. Existen diversas investigaciones que muestran cómo el diagnóstico de la enfermedad genera un impacto capaz de desestructurar al paciente, si él mismo no elabora una respuesta de afrontamiento adecuada (Rebolledo & Alvarado, 2006). Una enfermedad como el cáncer de mama trae consigo una sensación de invalidez o mutilación, debido a que está asociado con la muerte (Galvis-López y Pérez-Giraldo, 2011). Esto genera altos niveles de distrés, lo cual empeora su pronóstico (Mullan 1985; Kangas, et al., 2002; Chan, et al., 2011; Nordin, et al., 2012; Citados en Parikh, et al, 2015). Es decir, cuando la persona cree que es posible desarrollar esta enfermedad, puede iniciar un proceso de asimilación de su condición, o puede percibir e interpretar los acontecimientos como negativos lo que predispone a estados adversos afectivo emocionales (Flórez, 2007; Cruzado, 2010) generadores de distrés.

Si bien, en ambas visiones del estrés, tanto como causa como consecuencia, se muestra que este tiene un papel importante en el cáncer y en particular en el de mama, también es claro que en el caso del estrés como causa existen contradicciones en los hallazgos de esta asociación. Esto debido a que la mayoría de las asociaciones reportadas provienen de estudios retrospectivos y no prospectivos.

Esto quizá se deba en parte a que el estrés se sigue estudiando desde la perspectiva de los distintos modelos (fisiológico, ambiental y psicológico) y no como un fenómeno complejo que incluye todas esas partes. Al respecto, se ha observado cómo dentro del modelo fisiológico, el estrés afecta al organismo por medio del aumento de la secreción de sustancias como los glucocorticoides, adrenalina y noradrenalina, lo cual disminuye el sistema inmunológico; el modelo ambiental por su parte plantea la presencia de estresores de distinta naturaleza que afectan al individuo; y finalmente, el modelo psicológico muestra cómo el individuo participa en esa toma decisiones en cuanto a cómo percibe el estresor y cómo lo afronta.  Es decir, es quizá el estudio del estrés en partes lo que no ha permitido encontrar las asociaciones definitivas con la enfermedad.

Conclusiones

Tal como hemos analizado en este artículo, el estrés es un constructo muy estudiado por diversas ramas del conocimiento y cada una de ellas desde su óptica propone las vías por las que el estrés afecta al individuo y lo enferma. En el caso del cáncer de mama el estrés es causa ya que el individuo al lidiar con el estrés crónico se va desgastando hasta que su organismo y en especial el sistema inmunológico se deprime, lo cual conlleva mayores posibilidades de enfermar. Pero el individuo no sólo tiene una respuesta fisiológica ante el estrés, sino también es él quien decide si los estresores ambientales son significativos para considerarlo estresantes y más aún si tiene o no las estrategias para enfrentarlo, lo cual en última instancia es lo que vuelve al estrés negativo y crónico. Es en este sentido que consideramos que el realizar investigaciones multi e inter-disciplinarias, permitirán no sólo comprender mejor las partes de este fenómeno complejo, sino proponer un modelo integral de la relación que tiene éste en el desarrollo del cáncer de mama. Esto a su vez, permitirá generar estrategias de prevención y tratamiento más eficaces.

Por Iván Montes-Nogueira (Psicólogo) y Tania Romo-González (Lic. Químico Farmacéutico). Universidad Veracruzana, Xalapa, México. Fuente: Revista PsicologiaCientifica.com

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