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Salud y Bienestar
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Los científicos apuestan por las drogas psicodélicas para tratar problemas de salud mental

La Universidad Johns Hopkins abrió un centro de investigaciones para estudiar científicamente a la “medicina psicodélica” y sus posibles usos en el tratamiento de enfermedades mentales.

Hongos mazatecos de psilocibina listos para ser cosechados. Johns Hopkins creó un nuevo centro para estudiar los compuestos alucinógenos como la psilocibina, con el fin de tratar una variedad de problemas de salud mental.CreditCreditJoe Amon/MediaNews Group, vía The Denver Post, vía Getty Images
Hongos mazatecos de psilocibina listos para ser cosechados. Johns Hopkins creó un nuevo centro para estudiar los compuestos alucinógenos como la psilocibina, con el fin de tratar una variedad de problemas de salud mental.CreditCreditJoe Amon/MediaNews Group, vía The Denver Post, vía Getty Images

Desde que era niña, Rachael Petersen experimentaba una inexplicable sensación de tristeza que ningún medicamento ni terapia conversacional podía aliviar. Así que, en 2017, participó como voluntaria en un pequeño estudio clínico de la Universidad Johns Hopkins que estaba probando la psilocibina, el ingrediente activo de los hongos alucinógenos, como tratamiento para la depresión crónica.

Petersen dice que la posibilidad de estar en un viaje alucinógeno durante horas a causa de una alta dosis de drogas psicodélicas la asustaba, pero la realidad fue sumamente distinta. “Sentí una especie de unión, de amor reverberante, la sensación de que ya no estaba sola, sentí que algo me abrazaba, algo más grande que mi tristeza. Me volví a sentir bienvenida en el mundo”, relató hace poco Petersen, de 29 años.

El 4 de septiembre, Johns Hopkins anunció el lanzamiento del Centro para la Investigación de la Experiencia Psicodélica y la Conciencia, cuya finalidad es estudiar compuestos como el LSD y la psilocibina como tratamientos para una gama de problemas de salud mental, entre ellos la anorexia, la adicción y la depresión. Este centro es el primero en su tipo en Estados Unidos, y pudo establecerse gracias a una suma de diecisiete millones de dólares que fue aportada por contribuyentes privados y una fundación. En abril, el Imperial College de Londres inauguró el que se considera como el primer centro de este tipo en el mundo, con alrededor de 3,5 millones de dólares de donantes privados.

“Esta es una iniciativa emocionante que aporta un nuevo enfoque a la tarea de aprender sobre la mente, el cerebro y los trastornos psiquiátricos mediante el estudio de los efectos de las drogas psicodélicas”, explicó John Krystal, director del Departamento de Psiquiatría en la Universidad de Yale.

Los centros de Johns Hopkins y el Imperial College le otorgan a “la medicina psicodélica”, como la llaman algunos, una posición sólida en el entorno científico, una meta que se había buscado desde hace mucho. Desde principios de la década de 2000, varios científicos han explorado el potencial de las drogas psicodélicas y de otras sustancias recreativas para tratar problemas psiquiátricos, y sus primeros informes han sido lo suficientemente atractivos como para captar la atención mediática y generar, al menos, dos libros populares. El surgimiento de un tratamiento para la depresión que usa la ketamina, una droga anestésica que se conoce comúnmente como la droga para las violaciones, y otros compuestos relacionados que provocan sensaciones extracorporales, también han despertado interés en el campo del uso de estupefacientes como auxiliares en las terapias.

Sin embargo, los antecedentes de adicción a estas drogas y las pruebas que hasta ahora son poco sólidas han mantenido al margen a este campo de estudios, y muchos expertos todavía se muestran recelosos al respecto. Los ensayos clínicos con drogas psicodélicas no pueden realizarse “a ciegas” como la mayoría de las pruebas con fármacos: los participantes saben cuándo les administraron las dosis y los informes de mejoría aún no están estandarizados.

“Suscita la inquietud de que la investigación sobre el uso de alucinógenos como métodos de tratamiento pueda verse comprometida por las descripciones grandilocuentes de sus efectos y la aceptación indudable de su valor”, escribió Guy Goodwin, profesor de psiquiatría en Oxford, en la revista Journal of Psychopharmacology.

Los científicos a cargo de las investigaciones en Hopkins, el Imperial College y en otras instituciones, reconocen eso y dicen que el nuevo financiamiento ayudará a aclarar cuáles son las drogas indicadas para cada paciente, y cuándo los estados alterados son ineficaces o posiblemente peligrosos.

“Ahora tenemos los fondos y la infraestructura fundamentales para avanzar en la ciencia psicodélica de una manera que no se ha hecho antes”, afirmó Roland Griffiths, el neurocientífico de Johns Hopkins que dirige el nuevo centro. Griffiths comentó que los nuevos fondos cubrirán los salarios de tiempo completo de seis miembros de la facultad, cinco científicos posdoctorales y los costos de la realización de ensayos clínicos. Una de las primeras iniciativas será una prueba de uso de psilocibina como tratamiento para la anorexia nerviosa y para la angustia psicológica y el deterioro cognitivo en las primeras etapas del mal de Alzheimer.

“El estudio que se está pidiendo a gritos es el del trastorno por consumo de opiáceos, y también tenemos planeado realizarlo”, mencionó Griffiths.

Los estudios clínicos basados en drogas psicodélicas o sustancias psicotrópicas suelen tener una estructura similar. Los participantes, ya sea que se les haya diagnosticado trastorno por estrés postraumático, depresión o farmacodependencia, se someten a una preparación exhaustiva con un terapeuta, la cual incluye su expediente médico completo, así como información y recomendaciones sobre la droga que se usará en el estudio. Por lo general, las personas con antecedentes de psicosis se excluyen pues las drogas psicodélicas pueden exacerbar su condición. Asimismo, los efectos de las drogas normalmente se disipan antes de lo debido en los participantes que ya toman medicamentos psiquiátricos.

El día del tratamiento, la persona entra a la clínica, ingiere la droga y se sienta o se acuesta, ante la observación continua de un terapeuta, quien le ofrece apoyo y orientación ocasional a medida que los efectos empiezan a manifestarse. En el ensayo de la Universidad de Johns Hopkins en el que participó Petersen, los participantes se pusieron gafas de sol y audífonos, se recostaron y escucharon música.

“El primer viaje duró seis horas y media, y no me moví”, recordó Petersen. Una semana después, regresó por otra dosis; cada dosis equivalía a aproximadamente el doble de lo que se consume con fines recreativos. Por lo general, la terapia con drogas psicodélicas o compuestos estupefacientes consiste en una o dos sesiones bajo los efectos de la sustancia.

Hasta ahora, la literatura de ensayos clínicos como estos sugiere que la psilocibina es promisoria para el tratamiento de la depresión crónica y la adicción, y que la MDMA, o éxtasis, puede ayudar a las personas que padecen estrés postraumático, incluso a los veteranos de guerra. El cannabis y el LSD también se han sometido a pruebas para tratar la adicción y otros problemas, pero los resultados han sido mixtos.

En un estudio en curso, Matthew Johnson, especialista en adicciones de la Universidad Johns Hopkins y miembro del nuevo centro de investigación psicodélica, está investigando cómo el tratamiento con psilocibina se compara con el uso de un parche de nicotina para ayudar a la gente a dejar de fumar. Hasta el momento, de las 39 personas que han estado participando en el estudio durante al menos seis meses, la tasa de abstinencia en el grupo de la psilocibina es del 50 por ciento, comparado con el 32 por ciento de quienes están usando el parche.

“La diferencia más contundente entre la psilocibina y otras drogas para tratar la adicción es que está demostrando ser eficaz con cualquier droga”, dijo Johnson. “Al parecer sus efectos son similares, sin importar a qué droga es adicta la persona”.

Petersen está convencida de que su viaje inducido por la psilocibina marcó una diferencia duradera. Afirmó que solo ha tenido una recaída desde el estudio y ha seguido tomando medicamentos antidepresivos. Como resultado de la prueba, también reorganizó su vida: ahora destina más tiempo a cosas que son saludables a nivel emocional y deja atrás las que no lo son.

“Creo que ese estudio fue lo más efectivo que he hecho para mi salud mental, y he intentado casi de todo”, afirmó. “Eso me hace creer que necesitamos cambiar radicalmente la manera en que pensamos sobre la salud mental”.

Benedict Carey cubre los temas de periodismo científico en The New York Times desde 2004. También es el autor de tres libros: How We Learn, sobre la ciencia cognitiva del aprendizaje; Poison Most Vial y Island of the Unknowns, volúmenes en los que aborda misterios científicos con un enfoque divulgativo para los estudiantes de secundaria.

The New York Times

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