Como Pedro Kropotkin y León Tolstoi, Alejandra Domontovic Kollontai era de origen aristocrático, y como ellos abrazó con extraordinario fervor la causa de obreros y campesinos en la Rusia zarista. Pero a diferencia de ellos, participó activamente del gobierno soviético y como consecuencia de su crítica desde adentro fue enviada como embajadora a México para quitarla del medio y reducirla al silencio.
Kollontai nació en San Petersburgo, luego Petrogrado, luego Leningrado, ahora de nuevo San Petersburgo, en 1872 y murió en Moscú en 1952
Era hija de un general de la corte zarista, pero en Suiza, donde fue enviada por sus padres a estudiar, adhirió al partido socialdemócrata. Al comienzo fue bolchevique, luego menchevique, luego colaboradora de León Trotski. Desde 1915 de nuevo bolchevique hasta que integró los dirigentes de la insurección armada de 1917.
A pesar de su condición de funcionaria del gobierno soviético, del que fue ministra de Gobierno, discrepó desde la oposición obrera con la conducción del partido, al que acusaba de centralismo y de limitar la libertad de discusión.
Después de la muerte de Lenin, criticó explícitamente a Stalin, que la alejó del país y la envió como embajadora a Noruega, México y Suecia. Desde entonces se redujo al silencio más absoluto.
Kollontai, cuando pocos trataban el tema, expuso la necesidad de libertad sexual para las mujeres, dentro de la emancipación femenina. Para eso se fundaba en que los principios de la nueva ideología hacían necesario que reconocimiento recíproco de los derechos y la comprensión fraternal se convirtieran en principios rectores de las relaciones entre hombres y mujeres. Para ella, la mujer tenía derecho a una total paridad con el hombre en la vida social, familiar y sexual.
Las hipótesis de Kollontai quebraba el estigma de clase pero también el de sexo cuando el feminismo no llegaba a esos planteos todavía en Europa.
Hasta entonces, y también después, las mujeres tenían un papel prescripto desde la antigüedad grecorromana: estaban bajo la completa tutela de sus padres, maridos y empleadores, sus tareas eran la maternidad y la atención del hogar, del que la ideología al uso la consideraba "reina".
Una de sus formulaciones fue que el la clase obrera siempre estaba más cerca de la liberación de las mujeres debido al compañerismo y a lo que llamaba “solidaridad esencial” de clase.
Sostuvo sin dudar, con una entereza notable, que “el enigma del amor” obliga a la mujer a renunciar a sí misma porque no es una cuestión individual y apuntó contra el romanticismo que impregnaba las relaciones sentimentales porque más allá de su aroma subjetivo tenía efectos disciplinadores sociales objetivos.
En 1918, escribió: "El cariño estrecho y exclusivista de la madre por sus hijos tiene que ampliarse hasta dar cabida a todos los niños de la gran familia proletaria". Sorprende esta formulación de Kollontar con la conducta que desde siempre vienen observando algunos mamíferos superiores con las crías en la manada, por ejemplo los lobos.
Quería cambiar el matrimonio, para ella basado en la servidumbre de la mujer, por una unión libre fortificada por el amor y el respeto mutuo de dos miembros del estado obrero, iguales en sus derechos y en sus obligaciones.
Su idea consistía en poner en lugar de la familia individual otra: "una gran familia universal de trabajadores, en la cual todos los trabajadores, hombres y mujeres, será ante todo obreros y camaradas". "Estas nuevas relaciones asegurarán a la humanidad todos los goces del llamado amor libre (concepto que empleó poco por su origen anarquista), ennoblecido por una verdadera igualdad social entre compañeros".
Calculó que antes de la primera guerra mundial había en Europa y América sesenta millones de mujeres obreras y más después de la guerra.
"¡Qué vida familiar puede existir donde la esposa y madre se va de casa durante ocho horas diarias, diez mejor dicho!. La mujer casada, la madre que es obrera suda sangre para cumplir con tres tareas que pesan al mismo tiempo sobre ella: disponer de las horas necesarias para el trabajo, lo mismo que hace con el marido, en alguna industria o establecimiento comercial; consagrarse después, lo mejor posible, a los quehaceres domésticos y por último cuidar de sus hijos.
Para Kollontai, el capitalismo era el responsable de haber cargado sobre las mujeres con todas estas tareas: la ha convertido en obrera sin aliviarla de sus cuidados de ama de casa y madre.
Según la investigadora argentina Rosana López Rodríguez, Kollontai fue socialista porque veía que solo en la sociedad sin clases se podría dar la igualdad de sexos y fue feminista porque era consciente de que aún después de la revolución las mujeres no tenían las condiciones culturales y materiales para formar parte efectiva de la mitad de la especie humana.
Kollontai creía que la revolución tenía que ir acompañada de una revolución sexual, a diferencia de Lenin, que sostenía que la revolución social traería aparejada una revolución sexual.
López Rodríguez hace notar el retroceso que se produjo después del ascenso de Stalin, cuando las discusiones que Kollontai mantenía con Lenin cesaron bajo la rígida burocracia autoritaria que terminó décadas después con el derrumbe de la revolución.
"Todavía hoy las mujeres pobres son víctimas de femicidios por causas de abortos; la feminización de la pobreza es cada vez mayor y en muchos casos empuja a las mujeres a la situación de prostitución; la brecha salarial entre géneros es una constante; la responsabilidad por la reproducción de la vida sigue siendo una tarea propia de las mujeres, a pesar de los ‘parches’ reformistas, pues los varones escapan a la manutención, al cuidado, etc”.
La crítica posterior reconoce en Kollontai una adelantada en algunos temas, por ejemplo la manera como la sociedad controla los cuerpos, una cuestión que ha retenido la atención de Foucault y de Preciado. Ella explicó a principios del siglo pasado cómo el cuerpo de las mujeres es utilizado para obtener ganancias y el concepto mismo de mujer es modelado según la conveniencia del sistema.
Kollontai calló ante el giro que tomó la revolución con Stalin y se limitó en silencio a su actividad diplomática. Para ella la abolición de la propiedad privada, una de las banderas de la revolución, era insuficiente. Hacía falta una revolución de la vida cotidiana y de las costumbres que implicara una nueva relación entre los sexos.
Suponía que estaba en marcha una revolución psicológica que habían iniciado las mujeres. Tomando la idea de Marx del "hombre nuevo", ella hablaba de una "mujer nueva".
"Esa mujer nueva ya no es una sombra, un reflejo del hombre, sino que expresa personalidad propia y lucha contra la servidumbre en el Estado, en la familia, en la fábrica y en la sociedad. Ya no tiene por fin de su vida el amor, sino su individualidad".
Kollontai vio hace más de un siglo que las mujeres de todas las clase sociales estaban transformando la sociedad, pero el cambio solo sería cabal cuando no haya más explotación. Para eso era necesario liberar a la mujer de las tareas domésticas y también de la reproducción, hasta donde sea posible.
A diferencia de los varones, ella entendía que no habría revolución sin revolucionar también la relación entre los sexos con lo que llamaba "amor-camaradería". Pero es claro que no pensaba en cambiar sustancialmente la relación entre los sexos sin revolución social.
De la Redacción de AIM.
Dejá tu comentario sobre esta nota