El Kybalion, libro moderno que pretende recuperar el saber de la antigüedad remota, resume su ciencia en siete principios. El de ritmo es el quinto: "todo fluye, todas las cosas se elevan y caen, la oscilación del péndulo se manifiesta en todo; la medida de la oscilación a la derecha es la medida de la oscilación a la izquierda, el péndulo compensa".
El principio de ritmo se vincula estrechamente con el de polaridad, el cuarto, que adjudica un par de opuestos a todas las cosas como motor del cambio: "los extremos se encuentran, todas las verdades son solo medias verdades, todas las paradojas pueden ser reconciliadas".
La idea subyacente es el orden que estaría en la base del universo, la armonía que lo regiría, a la que Einstein llamaba "Razón" y pretendía desvelar aunque sea mínimamente. En un artículo aparecido en 1930, Einstein expone sus puntos de vista: “El individuo (…) siente el orden sublime y maravilloso que revela la naturaleza y el mundo de las ideas. La existencia individual le parece una cárcel y desea experimentar el universo como un todo único y significativo”
Según la intuición que ve en el mundo un orden maravilloso todo está incluido en algún tipo de movimiento, todo sigue un patrón que indica la existencia de un ritmo.
Desde Galileo y Descartes, la física desestimó las cualidades y se aproximó cada vez más a la cuantificación, hasta que ahora su método es el matemático, con el que puede construir las explicaciones más complejas, ajenas a la comprensión de la inmensa mayoría.
Y el ritmo presente en todas las cosas también se expresa con números, porque las ciencias naturales captan las leyes del ritmo, supuesto como el orden subyacente en la naturaleza. Hay ritmo en el giro de los electrones, en el de la Luna, la Tierra y el Sol, la Vía Láctea y las demás galaxias.
Es el ritmo del universo el que permite predecir matemáticamente las órbitas de los planetas y sus posiciones, los eclipses lunares y solares y los cambios de duración de los días y las noches.
Si no hay una Razón que gobierne el universo, por lo menos así parece a nuestra percepción, que no duda de que el sol saldrá mañana sin otra garantía que la de haber salido hoy.
Nuestra misma existencia depende de la repetición de ciertos movimientos rítmicos, como la respiración. Es muy difícil de explicar mediante las leyes físicas el propósito de este movimiento, incluso si tiene alguno.
Según el médico turco Kemal Serçe, entusiasta hurgador de maravillas, "una persona que pueda ver la existencia con los ojos de la sabiduría y sea capaz de escuchar la melodía silenciosa de la creación llega a quedarse embelesada con este ritmo"
Como resultado de la armonía universal, de la que incluso las presuntas desarmonías y los errores son parte, la naturaleza muestra un equilibrio que implica que todos los seres están vinculados. La falta de ritmo impresiona nuestra percepción como caos en condiciones en que la vida no podría continuar.
Cada uno tiene su biorritmo, propio de su cuerpo y de su espíritu. Mientras ese biorritmo no se altere, el ser al que determina mira confiado el futuro porque se siente seguro.
Como resultado, cada uno trata de percibir un orden en el mundo, en la sociedad que integra, y un comportamiento regular en los demás; que en ese caso generarán confianza, a diferencia de los que se muestran incomprensibles.
Para el sabio, el poeta, para la sensibilidad, el rocío deslizándose por la hoja de un árbol, cada brizna de hierba que se abre al sol, es una maravilla que revela mucho más de lo que es.
La geometría moderna ha agregado al estudio tradicional de las curvas y las figuras el de estructuras complejas que se repiten rítmicamente en escalas diferentes: átomos, galaxias, nubes, costas, ríos, caracoles, ramas, flores, repiten estructuras que pasan de uno a otro como si hubiera un diseño que los homologa y que puede expresarse matemáticamente. En los fractales la parte reproduce el todo; en el taoísmo la belleza es la resonancia en nosotros de la presencia de la totalidad en la parte.
En la música se expresa una armonía que acuerda con la armonía natural. El filósofo alemán Arturo Schopenhaeur suponía que cada hombre era juguete de una fuerza cieda, la voluntad universal. Lo único que daba respiro, que ofrecía la posibilidad de abandonar la dictadura de la voluntad aunque sea momentáneamente, era la contemplación estética, donde somos libres. "Mi vida en el mundo real supone un brebaje agridulce. Consiste, como mi existencia en su conjunto, en una continua adquisición de conocimiento, una continua ganancia de comprensión que concierne a ese mundo real y a mi relación con él. El contenido de este conocimiento es triste y deprimente, pero la forma del conocimiento en general, el ganar en comprensión, el penetrar en la verdad resulta satisfactorio y, de un extraño modo, entremezcla su dulzura con aquel amargor", dice en una obra juvenil que recibió el título de "Legado" (Nachlass).
Schopenhauer contrapone el contenido a la forma y en la medida en que la forma predomina, su dulzura se mezcla con el amargor de la voluntad.
La intuición intelectual que está en la base de la filosofía perenne es que la armonía universal se refleja en diversas instancias hasta llegar a la naturaleza humana, donde aparece como ritmo y polaridad. Sin ritmo no hay vida sino caos, donde el cosmos no puede existir.
De la Redacción de AIM.
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