El naufragio del "socialismo real" en la década de los 90 del siglo pasado tuvo consecuencias que no se han saldado todavía, pero es claro que ha reflotado doctrinas que parecían exóticas, como el anarcocapitalismo, y ha desplazado a muchos revoltosos de antaño a la derecha política o al minimismo.

Tanto la derecha triunfante como el minimismo están vinculados al neoliberalismo, que se expandió sin competencia en un campo fértil hasta encontrar un límite en su propia incompetencia y en desvaríos que la realidad no convalida.

Desde que empezó a escucharse siguiendo a Hayek y la escuela austríaca que la justicia social es un robo, por ejemplo, los derechos sociales comenzaron a vacilar.

En adelante quien necesite un bien cualquiera, incluso vital, deberá acudir a una empresa privada que lo produzca y comprarlo si tiene dinero o abstenerse si no lo tiene. Más que nunca cabe recordar la frase de Noam Chomsky respecto de las enseñanzas de la historia: los derechos no se conceden, se arrancan por la fuerza.

La vieja frase "panem et circenses", que resumía la receta de las elites del imperio romano para gobernar, aludía al pan y al circo actuando en conjunto. Sin circo pero con pan, los gobernados tienen margen para considerar un cambio en su destino; sin pan el hambre manda y los días de la élite estarán contados. Algunos de sus historiadores dicen que fue el hambre el que produjo la revolución francesa: un kilo de pan costaba el ingreso mensual de un campesino debido a las malas cosechas de trigo dos o tres años antes de 1789.

Luego los jacobinos tuvieron dificultades con el pan, pero prodigaron circo con el espectáculo de docenas de guillotinados diarios en la plaza de la Revolución, antes plaza Luis XV, renombrada "de la Concordia" después del Terror.

El giro a la derecha política de antiguos revolucionarios se puede ejemplificar con los adalides del mayo francés, aquel movimiento de "efervescencia incontrolable" que en 1968 pretendió cambiar el mundo y terminó torciendo apenas las vidas de sus dirigentes.

Daniel Cohn Bendit, Dany el rojo, inició la lucha de los estudiantes en la casa de Nanterre de la Sorbona. Con el tiempo, su ardor juvenil se convirtió en tibieza parlamentaria; se hizo diputado "verde" y escribió un libro en que pedía olvidar los hechos del año 68. Un argumento era que los dirigentes de entonces "éramos un poco locos" pero el principal era que el mundo había cambiado en el interín de modo que revueltas como aquella ya no tenían sentido.

El minimalismo, o minimismo, es declinar ocuparse de los grandes problemas para aplicarse a los pequeños, a los que parecen estar a nuestro alcance, con la esperanza de moldearlos como masilla para que a la larga terminen mejorando la estructura misma de la realidad.

Con la vista puesta en el triste presente español de los tiempos que precedieron a la guerra civil, Antonio Machado expresa una condena implícita del minimismo de inspiración clerical, entumecido entonces y un poco ciego, en su poema "A orillas del Duero", del libro "Campos de Castilla", de 1912: "Filósofos nutridos de sopa de convento/contemplan impasibles el amplio firmamento/y si les llega en sueños, como un rumor distante,/ clamor de mercaderes de muelles de Levante,/ no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?/ Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

En estos momentos en que las esferas de influencia de las grandes potencias se redistribuyen, la guerra está rompiendo muchas puertas; no permite permanecer impasibles.

La sopa de convento, con que Machado alude a los intelectuales de esa época, era diluida por los monjes para servirla a los hambrientos que acudían por ella, y entonces recibía el nombre predestinado de "bodrio".

Sueltos ya los lazos clericales, hay ahora intelectuales neoliberales que encuentran el bodrio muy adecuado a los pobres. Tienen con los de hace un siglo una similitud: la guerra abrirá las puertas de su casa sin que ellos atinen a preguntar qué pasa.
De la Redacción de AIM.