La política que surgió tras el derrumbe del Antiguo Régimen en Francia abrió la posibilidad de una democracia de partidos políticos, como son las actuales al menos formalmente. La constitución argentina reformada en 1994 consagra los partidos en su artículo 38, donde los define como instituciones fundamentales del sistema democrático y asienta en ellos el ordenamiento institucional.
Sin embargo, la idea de que la única manera de hacer política es a través de los partidos no considera significativos otros modos de acción registrados a lo largo de la historia.
Una de las funciones de los partidos -tienen la educativa muy descuidada- es formar y proponer candidatos para los cargos públicos; pero la misma función puede no estar a cargo de partidos sino de organizaciones sociales intermedias o del propio candidato, si le da el cuero y tiene recursos.
La ley admite en la Argentina la presentación a elecciones de candidatos independientes, no afiliados a ningún partido, pero les impone la condición de conseguir la adhesión de ciudadanos inscritos en el padrón general del distrito en cuya elección pretenden participar, en una cantidad no menor al uno por mil de la totalidad. Es decir, antes de presentarse deben ganar voluntades en lucha desigual con los partidos políticos.
Una deformación moderna de la democracia de partidos es la dictadura del partido único, en las que suelen llamarse "democracias populares", y que vistas desde la ortodoxia no son democracias ni populares.
Un espécimen casi puro de partido único es el Partido del Trabajo de Corea del Norte, aunque tiene dos partidos satélites subordinados, y reconoce a la familia gobernante Kim como la fuente última del pensamiento político. Hasta hace poco tomaban elementos del marxismo para formular doctrina, pero últimamente han optado por una filosofía política propia.
La democracia de partidos como surgió de la revolución francesa - y antes de los whigs y tories ingleses- desembocó alternativamente en la dictadura del proletariado, idea que surgió de la organización que se dieron los sublevados en la comuna de París.
La comuna alarmó porque una clase social fue capaz de derrocar poder establecido, formar su propio gobierno a su manera y reemplazar al Estado capitalista.
El resultado final prometido para semejante dictadura sería una sociedad en que el gobierno de los hombres es reemplazado por la administración de las cosas, lo que ya no necesitaría de partidos. Errico Malatesta, por ejemplo, argumentaba contra esta idea que la administración de las cosas se inclinaría rápidamente hacia el gobierno de los hombres. Y otra vez la vaca al trigo.
En diversas épocas hubo facciones que pugnaron por el poder del Estado con la finalidad de usar su fuerza para dominar a los adversarios, aunque generalmente solo confesaban buscar el bien común: los optimates y populares en Roma; los fariseos, los saduceos, y los zelotes en Palestina en tiempos de Jesús; los güelfos y gibelinos en el sacro imperio, los jacobinos y girondinos en la revolución francesa.
En Roma, los optimates eran los aristócratas opuestos a los populares; se hacían llamar "los mejores" o "hombres buenos", marcando ya con la designación las diferencias que querían mantener con sus rivales.
Los populares eran también aristócratas, pero pretendían usar las asambleas populares para acabar con la influencia política de los optimates.
En el Israel del siglo I los zelotes, una fracción de los fariseos, orientaban su acción política a independizarse del poder imperial de Roma, ya que sus convicciones religiosas implicaban que ningún poder debía sobreponerse al de Yahvé.
Los saduceos eran la aristocracia sacerdotal del templo. Su preocupación política era mantener su posición privilegiada y con ese fin no molestar a Roma porque tenía poder suficiente, como demostró, para arrasar con toda resistencia y desbaratar a los propios saduceos.
En la Edad Media europea los güelfos apoyaban al Papa y los gibelinos al emperador.
Durante la revolución francesa, en la Asamblea Nacional hubo dos grupos de la burguesía elevada al poder: los jacobinos y los girondinos. Los girondinos eran tibios, querían impedir el voto de los pobres, limitar el poder real y transar con los nobles. Los jacobinos, mucho más decididos, apoyados por los sans culottes vencieron a los girondinos e impusieron el terror, proclamaron la república y el voto universal.
En la historia china hay por lo menos 300 revoluciones campesinas, algunas convirtieron un campesino en emperador -en una ocasión, una emperadora- y siempre contaron con una organización que tenía algo de partido, aunque no en el sentido moderno.
En general eran sectas religiosas con contenido político, que sin perspectiva electoral optaban por la insurrección o el golpe. Finalmente, no se puede olvidar la sentencia de Carl von Clausewitz en su obra clásica "De la Guerra": la guerra es la continuación de la política por otros medios, frase incómoda para los pacifistas, que prefieren una interpretación diferente de la condición humana. Según Clausewitz, la guerra es una forma extrema de la política y como tal muestra con rudeza los aspectos agonales que la política normalmente esconde o disimula.
De la Redacción de AIM.
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