Nadie que se mire al espejo de vez en cuando negará que las cosas cambian; o según una filosofía antigua que no es posible bañarse dos veces en el mismo río. Y aceptará posiblemente que eso sea una de las tantas formas de evolución o involución.
El profesor estadounidense de bioquímica Miguel Behe está envuelto en polémicas desde 1990, cuando puso en duda los principios de la "evolución darwiniana" como dice para distinguirla de la evolución sin más.
Behe reflexionó sobre la imposibilidad de que algunos órganos de ciertos seres vivos aparezcan gradualmente, evolutivamente, ya que están totalmente al servicio de su función, y los estadios intermedios no cumplirían ninguna.
La evolución darwiniana resulta de procesos no dirigidos de mutación aleatoria y selección natural, que para Behe tienen limitaciones insuperables.
En 1993 presentó en una reunión de científicos en California una teoría que llamó "de complejidad irreductible", desarrollada luego en el libro "La caja negra de Darwin", que publicó en 1996. Esta complejidad es la de un sistema compuesto de partes que se combinan bien contribuyendo a la función básica; pero de modo que la eliminación de cualquiera de las partes no permite al sistema funcionar.
Un ejemplo clásico es la trampa para cazar ratones, donde cada pieza debe estar en su lugar y trabajar en armonía con las demás; si no, no hay trampa para ratones.
Behe parte de que hay sistemas orgánicos compuestos de partes, todas necesarias para que funcionen. La evolución no permite responder a la pregunta ¿cómo llegó a existir el sistema? ya que la formación gradual de cada parte no tendría sentido sin una finalidad, que no existe para el evolucionismo darwiniano.
No podría evolucionar cada pieza del sistema por separado y luego ensamblarse en su sitio, porque serían piezas sin función mientras no esté completo el sistema, y la evolución darwiniana no tiene capacidad de previsión, solo considera la formación gradual de órganos bajo la presión del entorno.
En física y matemáticas hay sistemas funcionales complejos que toleran la falta de algunos de sus componentes; pero hay un límite en que la falta de una pieza aborta la funcionalidad. A eso se refiere el llamado "teorema de la asociación productiva", que demuestra que para una función dada, hay una complejidad funcional mínima.
William Dembski es un sostenedor de la teoría del diseño inteligente, pero además de matemático es teólogo, lo que lo aproxima a puntos de vista religiosos que suelen ser un bocado exquisito para los darwinianos en las polémicas. Quieren ver aparecer el creacionismo en cualquier argumento contra sus posiciones, para confirmar el triunfo histórico que ya obtuvieron sobre él.
Un veterano biólogo español, Máximo Sandín, sostiene que la alternativa al evolucionismo -como lo entendieron los mentores de Darwin en el siglo XIX- no es el creacionismo sino la ciencia. Sandín impulsa una idea de la evolución que no se basa en la selección natural sino en la función de los virus, apoyándose en la revolución molecular de las últimas décadas.
Dembski abordó el problema desarrollando un algoritmo probabilístico conocido como “filtro explicativo”. De semejante filtro, según Dembski, se infiere un diseño, tanto en entidades artificiales como naturales: en síntesis, inferir designio es una actividad humana normal. El algoritmo determina si una estructura investigada responde a la ley natural, responde al azar o responde a designio. El designio inteligente sería un factor irreductible en biofísica y además, demostrable empíricamente.
La teoría trata de mantenerse en el ámbito de las afirmaciones verificables basadas en la experimentación y la deducción; ya que la acusación de "metafísica" es muy tentadora. Por eso, no abre juicio acerca de la naturaleza de la "inteligencia" autora del diseño, en la que los adversarios ven reaparecer la mente de dios.
Los evolucionistas darwinianos presintieron el peligro y se aplicaron a refutar los argumentos de la complejidad irreductible esta vez sí, con un fin: relegarlos al ámbito confuso, mágico, oscuro, de la pseudociencia.
Con los adversarios en el foso de los cocodrilos en compañía del ocultismo, la superstición y la ignorancia, ellos pueden seguir en su terreno dueños de la luz políticamente correcta.
La vuelta del telos
La mentalidad griega, de la que nuestra civilización hace nacer el predominio del logos sobre el mito, implicaba la causa final, a la que dio forma Aristóteles junto con la material, la formal y la eficiente. Pero el telos fue perdiendo interés hasta que fue expulsado de la ciencia en el siglo XX sobre todo por los desarrollos de la física.
Uno de los creadores de la física cuántica, Werner Heisenberg, dijo que solo la causa eficiente aristotélica responde aproximadamente a lo que los científicos entienden por "causa". La causa final quedó afuera de la ciencia por intratable y sospechosa de metafísica.
Es digna de rechazo porque envuelve la presencia de una inteligencia ubicua y porque implicaría una falacia, la causación inversa -que consiste en tomar el efecto por la causa- y organizaría la realidad desde un fin aún no cumplido, influyendo en el presente desde el futuro. Y además, es refractaria al método experimental, no hay experimento que la pruebe y por eso es pertinente eliminarla.
Sin embargo, el muerto gozaba de buena salud y volvió hace alrededor de medio siglo, justamente de la mano del concepto de función en biología, el mismo que dio origen a la complejidad irreductible de Behe.
Y la mente griega, de la que los occidentales están orgullosos y piensan que los hace únicos en varios sentidos, si no superiores, volvió con una de sus formas más características.
El telos ha sido cuestionado desde que Hume vio sólo correlaciones donde antes se veían causas, y después por las tendencias cientificistas y positivistas, que en la continuación del proceso convirtieron la causa eficiente en "mecánico-eficiente".
Pero resiste sobre todo en biología: su reaparición ha sido evaluada, criticada, defendida y condenada desde diversos ángulos, incluidos los que buscando paz en la república de los sabios tratan de reducirlo a la única causa moderna.
Al César lo que es del César
El creacionismo bíblico ha quedado restringido a la fe, a pesar de que los propios teólogos cristianos intentaron armonizar superficialmente sus afirmaciones con las evolucionistas. Pero la posibilidad de transcendencia en la ciencia ha vuelto más compleja; sigilosa pero evidente para los propagadores de la fe evolucionista como Richard Dawkins.
Neil Broom, profesor de ciencias materiales de la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda, publicó una reflexión sobre la posibilidad o no de que la naturaleza sugiera la trascendencia.
Broom dice que muchos pensadores modernos parten de que la ciencia ha demostrado que la vida es fruto de un proceso completamente natural e imprevisible sin participación de la transcendencia.
Los dioses no retienen su atención, sino a la presencia o no de una dimensión intencionada en la materia sometida al cambio.
La selección natural
La selección natural, un pilar del darwinismo, es un proceso que no necesita de la inteligencia ni tiene implicado ningún propósito. Son transformaciones biológicas producidas en los genes que dan como resultado variaciones en el fenotipo.
Broom hace notar que la expresión "selección natural" se ha convertido en un abracadabra, una expresión con poder y autoridad que elimina todo escepticismo de las explicaciones de cualquier hecho material. "Es por tanto necesario preguntarse si la selección natural puede ser tan fácilmente reducida a un proceso sin conciencia ni propósito", dice.
Toma palabras del propio Darwin cuando presenta a la selección natural como escudriñando las pequeñas variaciones del mundo, rechazando lo malo, preservando y sumando lo bueno, trabajando silenciosamente y aprovechando las oportunidades.
La cuestión central, para Broom, es cómo los órganos de gran complejidad podrían haber evolucionado. La respuesta suele darse en términos graduales, apuntando al poder creativo de pequeños cambios acumulativos que han llevado de una complejidad menor a otra progresivamente mayor.
La explicación material de este hecho requiere suponer que los órganos sólo aceptan aquellas mutaciones que mejoran su rendimiento, es decir, que existe en ellos una especie de intención que limitaría los caminos a seguir en su propio desarrollo.
Broom observa que los científicos pretenden explicar el funcionamiento y desarrollo de los organismos comparándolos con programas informáticos que imitan a la biología, pero en los que las opciones de desarrollo se producirían de manera aleatoria. En este punto Broom se refiere a un modelo informático desarrollado por Dawkins para explicar la vida.
Lógica con trampas
Los científicos naturalistas suponen sistemas vivos explicables por las leyes físicas y químicas.
Sin embargo, cuando se afirma que la vida se puede reducir a mecanismos bioquímicos inanimados, se admite la necesidad de condiciones límites que no pueden explicarse por las propias leyes inanimadas.
Admitiendo sólo las leyes del mundo sin propósito, se genera una teoría truncada de la vida, que falla al dar cuenta de la propia vitalidad del mundo biológico.
¿Por qué los átomos y las moléculas se unen para formar sistemas que evidencian un sentido? Broom propone que los hechos revelados por la ciencia nos enfrentan a una dimensión de la materia relacionada con un elemento mental, con una dimensión transcendente.
De la Redacción de AIM.
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