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Caleidoscopio
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Cuestiones éticas en el mundo de la literatura entrerriana

Recuerdo una charla con Miguel Ángel Federik, en camino a visitar a Jorge Enrique Martí. Dos premios Fray Mocho. El de Villaguay me contaba que el de Colón (por adopción) fue el único que no lo votó en el momento del galardón. Claro, lo sabía porque Martí se lo dijo. Pese a todo, Federik rescataba el valor de la palabra, la franqueza de Martí, de conservar y sostener su juicio, y que en ese juicio el criterio no fuera la “amistad” con el autor, de inconfundible trazo. Luego de esa anécdota, siempre resuena dentro de mis intereses esta pregunta: ¿se puede separar el juicio literario del juicio ético? Por: Mario Daniel Villagra.

La curva en esa fluctuación creció en estos últimos tres años. Y sobre todo hace pocas semanas con el caso Pre-Textos, la editorial valenciana que publicó, a lo largo de catorce años, siete de los once títulos de la última Nobel de Literatura; pero que ahora, merced al chacal que ella tiene por agente financiero-literario, no publicará más con Pre-Textos.

Conocí a Manuel Borras en ocasión de una charla que brindó una en la librería Cienfuegos de París. Cuando mencioné “Entre Ríos”, él dijo Mastronardi.

Que se entienda: con la anécdota entre Federik y Martí y con el caso de Pre-Textos y la Premio Nobel quiero evidenciar que la ética se puede observar tanto en concursos provinciales como en casos de contratos internacionales. Ahora bien, lo micro o lo macro, ninguno de estos casos, hace menos o más importante a la ética… ¿o acaso la ética también la podemos ajustar a la teoría del valor de cambio y de uso?

De todas maneras, al calor del conflicto que activó el campo de la literatura hispanoamericana y general con el caso Pre-Textos, en Entre Ríos, hace unas semanas, aparece el caso Mangiante. Es ejemplar. ¡Y no solamente porque Mangiante llegó hasta las últimas consecuencias al demostrar que su texto, Un tal Carrasco —sobre Lucas Carrasco, condenado a nueve años de prisión por abuso sexual con acceso carnal, quien supo tener su pico mediático cuando formaba panel en 678, por la TV Pública—, ni siquiera llegó a ser evaluado por el verdadero jurado de un concurso!

Yo leí el texto de Marcelo Mangiante, y sostengo que a Un tal Carrasco habría que darle un premio a lo Cortázar, es decir, porque sin avisar viene un loco, Marce Marxiante, sin una linterna pero con un texto, un artefacto innovador, jugado en la forma y comprometido con tres tipos de verdades: la que da la experiencia de conocer sobre lo que se habla; la que otorga el razonamiento y la verificaciones de información; y, por una tercera, que no quiero decir que es la más importante: la meditación del texto. Interna tarea la de saber cuándo un texto es apto para compartir, meditación profunda que es la garantía última para superar la primera censura de todas: la autocensura.

De todas maneras, Un tal Carrasco fue “desestimado” por Julián Stopello e Iván Taylor por considerar que “no se trata de una crónica ni de un perfil”… Ahora bien, si por perfil entendemos, según la RAE, “contorno de la figura de algo o de alguien” o “conjunto de rasgos peculiares que caracterizan a alguien o algo”, a mi juicio, el texto, al menos, debería haber sido puesto a consideración del verdadero jurado. Pues el texto de Mangiante apuntaba, conjeturo, a dar a conocer aspectos no conocidos de este personaje público; es decir, no eran simplemente, como dice otra acepción a la palabra perfil, simples “complementos y retoques con que se remata una obra” —la de Carrasco—, sino, y sobre todo, pienso que es un perfil porque hay “miramientos en la conducta o en el trato social” de una personalidad eminentemente pública.

Ahora bien (y disculpen por ser indiscreto, pero la historia se hace con colectivos y nombre propios), y antes de firmar esta nota de opinión, me pregunto: ¿desde qué pedestal desestiman el texto de Mangiante --sin entrar en la discusión entre sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación, que pareciera confundir a Stopello y Taylor a la hora de evaluar la pertinencia del mismo?, ¿desde el mismo pedestal en el que Iván Taylor se eleva para ganar un premio literario en la ciudad de La Paz, del cual Mariana Bolzán, su pareja, era parte del jurado? No solamente esto último me recuerda a cuando el dueño del almacén de mi barrio sorteó una bicicleta que ganó su propio hijo, sino también a las anécdotas de Federik y Martí y de Borras: no importa el concurso o sus resultados, importa tener una actitud ética.

Personalmente, aquello de Taylor y Bolzán me pareció un abuso de confianza para con el organizador, Marcelo Faure, y también para con otra miembro del jurado, Graciela Gianetti, la cual, sospecho, no estaba en conocimiento. También deja una imagen difusa de lo que puede ser, o no, la literatura entrerriana; y también se difumina, al menos para mí, una voz, caracterizada antaño por su “elegia combatiente”, si hay un silencio que barniza estos actos, y que luego se presentan como una normalidad social. ¡Acaso subestimamos tanto a la amistad que por miedo a perder algunos amigos no nos animamos a decir una palabra!

En ese sentido, el caso Ferny Kosiak es paradigmático para reflexionar sobre qué tomamos como normal o porqué callar cuando intuimos que algo es, al menos, opinable. Resulta ser que el actual director de la Editorial de Entre Ríos, donde fue designado en 2017, un año después, en 2018, comenzó a montar una editorial privada… Es decir, en el mismo periodo en que ejerce un cargo público, él inicia un emprendimiento privado en idéntico rubro. Todos conocemos los consecuentes beneficios que podrían extraerse para un negocio personal desde el rol de funcionario de Estado.

Estas anécdotas pueden brindarnos una imagen, al menos parcial, de arquetipos posibles para pensar posturas éticas en la literatura.

Villagra federik Martí literatura

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