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Caleidoscopio
Caleidoscopio

Donde se pone el sol

Desde cualquier estado del Ser se puede alcanzar la meta máxima de todos los entes: realizar la unitotalidad, sin que el estado humano tenga ninguna prerrogativa, salvo que de él debemos partir porque en él estamos.

Esta intuición del Vedanta hindú de la naturaleza de la realidad da a la pregunta fundamental "¿para qué existimos"? una respuesta muy diferente a la del etnocentrismo, que es una idea predominantemente occidental que valora el grupo a que cada uno pertenece, admira sus realizaciones, y desvaloriza a los grupos exteriores.
La xenofobia procura conservar para el grupo propio un espacio social sin la presencia de individuos de otros pueblos o culturas.

El racismo en cambio valora diferencias biológicas, más imaginadas que reales, a fin de justificar privilegios y agresiones contra los "otros", con los que está en lucha celosa e irrenunciable.

El racismo supone relación entre la biología y las características intelectuales o morales; afirma que todos los miembros de una raza poseen ciertas cualidades; y que de ellas deriva la existencia de razas superiores e inferiores. Las superiores están autorizadas a dominar, explotar o destruir a las inferiores si es necesario, aunque esta no sea la consecuencia lógica de sus presupuestos, ya que de la misma manera se podría concluir que los supuestos “inferiores” se deben proteger y defender.

En busca de fundamento
Occidente, a diferencia del Oriente tradicional, no tiene fundamento doctrinario que lo ampare de los vaivenes que ha sufrido a lo largo de su historia y que desde el Renacimiento lo vienen transformando en una máquina de hacer desastres en todo el mundo, desde el “descubrimiento” de América hasta la guerra del opio en la China y las “guerras preventivas” de Bush, pasando por el holocausto y la perspectiva actual de una guerra nuclear por la hegemonía imperial.

El senegalés de habla francesa Christian Delacampagne, especialista en historia de las religiones, dice que Occidente, falto de un mito de los orígenes sólido, unificado y coherente, inventó en cada momento histórico diferentes formas de predestinación a la más alta condición humana, que comportaron la reducción a la inferioridad a las culturas y pueblos milenarios de su “periferia”.

Octavio César Augusto, primer emperador de Roma, encargó a Virgilio un mito que diera legitimidad a Roma y Virgilio contestó con la Eneida, el poema que emparienta a los romanos con los griegos y remonta su linaje a Troya.

Por supuesto que los mitos, que son la degradación del saber simbólico, no pueden sobrellevar esta tarea sino muy pobremente; pero los romanos, antecesores de los occidentales, ya en aquella época eran concientes de su falta de unidad original y no sabían como resolver el problema. Actuaban como los plebeyos que compraban un título nobiliario y defendían la autenticidad de su linaje con tanta fiereza que por eso nomás se sabía que era falso.

Bárbaros, esclavos, mujeres
La cultura grecolatina delimita al bárbaro y legitima el esclavismo y excluye a la mujer de un rol activo de la sociedad. Estas primeras formas de mentalidad racista comprenden el mito de la autoengendración del pueblo griego sin la intervención e influencia de ninguna cultura anterior.

Los contemporáneos, en la medida en que repetimos las presuntas maravillas del “milagro griego” y lo consideramos fuente del logos, la ciencia y la filosofía, nos hacemos cómplices de aquel mito racista, patriarcal y xenófobo.

Esta autoengendración mítica es masculina, núcleo del que deriva la discriminación sexista. Desde entonces, racismo y sexismo van de la mano.
En el Renacimiento, con la expansión del mundo occidental, que era una zona pobre y reprimida entre Viena y Granada, y la colonización del Nuevo Mundo quedará firmemente sellada la mentalidad occidental racista, machista, antropocéntrica, limitada, ignorante y presuntuosa, que ha sabido ceder al modo gatopardista a lo largo de los siglos.

El encuentro con el denominado salvaje será crucial para afirmar la “superioridad” ética y tecnológica del hombre blanco y lo justificará para la labor “civilizadora” y la misión “salvadora de almas”, mucho más salvaje que nunca fueron los salvajes.

El racismo en Abya Yala (América)
El continente americano será un buen laboratorio para la doctrina racista. El tráfico de esclavos negros, las encomiendas de indios, las plantaciones y minas en base de esclavitud crearán la base de una sociedad fuertemente clasista y racista. Entonces las evidentes diferencias religiosas y de costumbres y del color de la piel sellarán la permanencia de unos caracteres físicos sobre los que justificar la discriminación. "Eres negro, eres indio, eres mestizo, por tanto eres inferior, eres menor de edad, nos perteneces, necesitas de nuestra protección, te daremos un trabajo de esclavitud de por vida y tendrás que adorar a nuestro Dios. Tal es nuestra misión". Y tal es el lenguaje que reconocemos todavía, con algunos retoques y moderaciones.

Cuando los haitianos, primeros americanos del Sur que se independizaron, preguntaron por las ideas de libertad de la revolución francesa, les dijeron en la metrópolis que no debían pensar que se aplicaban a esclavos negros.

Antes, el inventor de la democracia moderna, Montesquieu, decía que los negros tenían la piel tan oscura y la nariz tan aplastada que no se podía pensar que Dios haya puesto alma en ellos.

Tratamiento para negros
A principios del siglo XX Estados Unidos invadió Haití, destruyó los archivos históricos, apresó al presidente, disolvió el parlamento y lo sustituyó por otro que aprobó leyes por las que las empresas norteamericanas podían comprar en Haití lo que se les ocurriera y como se les ocurriera.

Es el tratamiento apropiado para negros esclavos según la lógica racista imperial y debe ser aleccionador para ellos. Hoy se repite y con el pretexto del terremoto ocuparon militarmente el país otra vez.

Occidente sigue fiel a su racismo, a su etnocentrismo, a su infancia doctrinaria que ha llegado a convertirlo en una sociedad senil que nunca dejó de ser infantil.
Actualmente, en la crisis económica, Occidente reacciona como siempre con xenofobia y racismo, masacrando a los “extranjeros” o erigiendo murallas para mantenerlos “del otro lado”.

El imperio de Roma colapsó como consecuencia lejana de la importación de mano de obra esclava para sus plantaciones en el sur de Italia tras la catastrófica derrota militar de Cannas, infligida por el cartaginés Aníbal Barca. Esos esclavos traídos de todos los rincones del imperio rompieron la estructura agrícola tradicional y fueron el fermento del cristianismo, que junto con los bárbaros dieron siglos después los golpes finales a Roma.

Hoy el mundo desarrollado sufre la importación de elementos traídos de la periferia y de la imposición luego al Tercer Mundo de un modelo de expropiación y extractivismo. Como resultado estos países entraron en la regresión económica, en la pauperización de la sociedad y también en guerras intestinas.

Ahora, Europa y Norteamérica sufren una presión inmigratoria de millones de personas que huyen de sus países y buscan en el “paraíso” europeo una huída de la miseria y un posible desarrollo económico.

En estas condiciones, el miedo al “otro” da nueva vida al racismo. Miedo a que cambien las formas sociales, el mapa tradicional de las relaciones de intercambio.
Ante esto, las sociedades occidentales se estancan y se vuelven impermeables.

Al fin de la segunda guerra mundial el poeta francés Paul Valery advertía a los occidentales entre las ruinas de Europa: “hemos hecho neciamente que las fuerzas sean proporcionales a las masas”.

Nos encontramos con un Occidente en crisis y conservador, protegiendo lo que le queda y en decadencia.
De la Redacción de AIM.

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