Pocas voces se alzaban hasta hace poco contra lo que hoy nos abruma al punto de hacernos sentir en un callejón sin salida, pero ya son un coro: La humanidad dejo extraviada la verdad, o se extravió de ella, por haberse enfocado en el amor al dinero y a las cosas materiales.
Los indígenas de nuestro continente, de Alaska a Tierra del Fuego, vivieron en armonía con la naturaleza durante miles de años; pero con la llegada de los europeos debieron enfrentarlos por la tierra, la cosmovisión y la identidad. En las praderas norteamericanas, los nativos no deseaban cambiar su forma de vida por la de los blancos, pero les interesaban sus rifles, cuchillos de metal, whisky y caballos. Así comenzó su fin porque aceptarlos fue dar un paso hacia el abandono de su propio estilo de vida, lo que los maestros sioux llaman "El camino rojo".
Cuando quisieron resolver pacíficamente con los invasores el reparto de la tierra recibieron un trato que los obligó a enfrentarlos con violencia. Olvidaron ante una novedad absoluta que el camino a la verdad solo puede recorrerse con pureza y atención despierta.
Después de 10 milenios en el paraíso, fueron diezmados por la viruela, para la que no tenían defensa biológica, por el alcohol y las armas de fuego.
"Cuando abandonamos la democracia franca y el idealismo puro de nuestros principios y decidimos participar en el juego mundano de la competencia, nuestro timón quedó sin rumbo, perdimos la brújula, y los vientos de tempestad del materialismo y del amor a la conquista nos zarandearon como hojas al viento", diagnosticó Ohiyesa, el médico sioux que los blancos llamaron Charles Alexander Eastman, muerto en 1939, egresado de la universidad de Boston.
Hoy los indígenas han sido barridos del territorio de los Estados Unidos, pero la cultura indígena resiste y vuelve en medio de la crisis, porque es una cultura bella arraigada en los corazones. Las enseñanzas de los antepasados llegan por medio de sueños y visiones; mitos y ceremonias, arte y música. La Unidad del ser es la base fundante de la cultura indígena.
Un mito sioux relata que un día un joven ayunó en retiro durante cuatro días con el propósito de soñar únicamente con el Hacedor de la Tierra (Ma-o-na). Vio muchas cosas en sueños, pero no a Ma-o-na. Comprendió al final que todas las formas visibles con las que había soñado eran Ma-o-na, incluido él mismo.
Los indígenas de las praderas norteamericanas vivían en comunidad, pero valoraban por sobre todo la soledad y no pretendían expandir el territorio de su tribu. Creían que hay una fuerza poderosa que crece en la soledad y se pierde en la multitud. La unión a que aspiraban se muestra en plenitud solo en la soledad y el silencio.
"El verdadero éxito no es el que valoran los invasores, es independiente del lujo, incompatible con él; es de los que conducen su vida sin miedo y saben permanecer en calma en medio de la tormenta. "Guarda tu lengua en la juventud y puede que con la edad madures un pensamiento que sea útil para tu gente", decía el viejo jefe Wabasha.
El indígena debe pararse frente al sol sin palabras, en soledad, y ofrecer su oración. Al cazar debe ofrecer una oración de gracias por el animal cazado, que merece respeto, y deben honrar en silencio la belleza, que es el aspecto visible de la magnificencia del mundo invisible.
Los sioux creen en una realidad que no está en las apariencias, pero se revela en las conexiones con el mundo invisible, que es capaz de tocar el corazón y aportar la sabiduría que desentraña el sentido de la vida. Es esta la sabiduría que se comparte en las historias que abren la puerta del nivel oculto de la realidad
Los relatos suelen ser humorísticos, porque el humor llega fácilmente al corazón y facilita la manifestación de la verdad
Uno de ellos se refiere a Iktomi, la araña. Teje una red fuerte y bien construida. El centro de la red es suave pero los círculos exteriores son pegajosos y allí queda atrapada la presa. Es decir: mientras viajemos hacia el centro estamos salvados, pero cuando y nos alejamos estamos perdidos
Los animales llevan en la Tierra más tiempo que los humanos y por eso son dignos del mayor respeto como guías y maestros. Los sueños y las visiones son oportunidades para el contacto directo con el mundo donde reside lo espiritual y el poder curativo.
Cada uno es una flor en el jardín del espíritu que debe transcender el ser individual para asumir una identidad colectiva. Cuando alguien muestra egoísmo y falta de valentía pierde respeto y cae en vergüenza a los ojos de la comunidad. "Gran Abuelo Sagrado, enséñanos amor, compasión y honor, para que podamos curar la tierra y curarnos unos a otros" dice una oración de los oibwa del Canadá.
Otra oración muestra las diferencias con los invasores y posiblemente hasta dónde la cultura occidental se ha extraviado: "Oh Gran Espíritu, permíteme caminar entre la belleza, y haz que mis ojos perciban siempre las púrpuras y encendidas puestas de sol. Haz que mis manos respeten las cosas que has creado, y da agudeza a mis oídos para que puedan oír tu voz. Hazme sabio, de modo que pueda comprender cuanto has enseñado a mi pueblo y las lecciones que has escondido en cada hoja y en cada roca. Te pido fuerza y sabiduría, no para ser superior a mis hermanos, sino para ser capaz de combatir a mi mayor enemigo, yo mismo. Haz que esté siempre preparado para presentarme ante Ti con las manos limpias y la mirada alta. De manera que, cuando mi vida se extinga como se extingue una puesta de sol, mi espíritu pueda acudir a Ti sin nada de qué avergonzarme".
Cuando para su desgracia tomaron contacto con los europeos, los indígenas entendieron que por sus enseñanzas Jesús era indio, pero no veían que hubiera tenido ningún fruto en los invasores. Estos estaban apegados a los sentidos y a las cosas de este mundo, es decir vivían en la en la ignorancia y por eso los consumían las serpientes de sus pasiones-
En tono irónico humorístico, el jefe lakota Halcón Rojo se refiere a las diferencias con los europeos:
Antes de que nuestros hermanos blancos vinieran a civilizarnos no teníamos cárceles. Por eso no teníamos criminales.
No puedes tener criminales sin una cárcel. No teníamos cerraduras ni llaves, por lo que no teníamos ladrones
Si un hombre era tan pobre que no tenía manta, alguien le daba esas cosas. Estábamos incivilizados para dar mucho valor a las pertenencias personales
Queríamos tener cosas solo para regalarlas. No teníamos dinero y por lo tanto el valor de un hombre no podía medirse con él.
No teníamos leyes escritas, ni abogados, ni políticos, por lo que no podíamos hacer trampas
Realmente estábamos mal antes de que llegaron los hombres blancos y no sé cómo nos las arreglamos para vivir sin estas cosas básicas que según se nos dice son absolutamente necesarias para hacer una sociedad civilizada .
De la Redacción de AIM.
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