Dando muestra de su poder de observación, hace más de 2.300 años Aristóteles llamó a las lombrices “intestino de la tierra”. Y Cleopatra les atribuyó la fertilidad del valle del Nilo, sin ignorar la importancia de las crecientes anuales del río, que traía al desierto el agua de las lluvias en la selva tropical africana.
Rudolf Steiner fue famoso por su inventiva y por acusaciones de charlatanismo; quizá porque su interés apasionado por todas las cosas -por lo que somos y por lo que podemos llegar a ser- lo llevó de la arquitectura a la filosofía, del ocultismo al arte, de la pedagogía a la conservación de la tierra, de la euritmia a la homeopatía.
En 1924, un año antes de morir, sospechando lo que vendría, Steiner predijo que los abonos químicos matarían la tierra al punto de que sin ellos no habría cosechas, y propuso una fertilización natural en que las lombrices fueron siempre fundamentales, que en vez de matar el suelo lo vivifique, le devuelva su vida ancestral y no aporte solamente los minerales que necesitan los cultivos.
Sus consejos no estaban en línea con los intereses comerciales prevalecientes entonces y ahora más que entonces. Más: los intereses comprendieron que la mejor defensa es el ataque ante las ideas de Steiner, y las acusaron de ser una "pseudociencia" estafadora y fraudulenta.
La “revolución verde” de mediados del siglo XX, que quizá envuelva la verdadera estafa, tomó la teoría de la nutrición mineral, que se centraba en dotar al suelo de nitrógeno, potasio y fósforo, los tres elementos químicos del conocido fertilizante "triple 15" o "triple 20". Quedaron en la penumbra los oligoelementos y sobre todo los microorganismos. Se impusieron las ideas del químico alemán Justus von Liebig, científicas sin discusión, que recomendaba a los agricultores no gastar dinero en guano.
Von Liebig, pionero de la química orgánica en el siglo XIX, descubrió que las plantas se alimentan del nitrógeno y del dióxido de carbono del aire y de los minerales del suelo. Sobre esa base ideó la teoría mineral de la nutrición vegetal, creó los fertilizantes a base de nitrógeno, como la urea, formuló la ley del mínimo, que supedita el desarrollo de una planta al mineral más escaso en el suelo, y recomendó rotar los cultivos.
El concepto de nutrición mediante fertilizantes minerales, contenido en su obra de 1840 "Química orgánica y su aplicación a la agricultura" fue cazado al vuelo algo tarde por las transnacionales, que impusieron la "revolución verde" y los cultivos genéticamente modificados.
Actualmente, alrededor del 70 por ciento de los suelos europeos están degradados, sometidos a la sequía y en peligro de desertificación. Recrudecieron plagas en plantas debilitadas, mermó la calidad nutritiva de los alimentos y aumentan los costos de producción, todo al revés de la propaganda que la "revolución verde" recomendaba como camino irrefutable del progreso.
Una de sus consecuencias fue que los agricultores de los países pobres dejen de producir semillas para la próxima siembra, deban comprarlas cada año y se vean conducidos a la quiebra y en ocasiones al suicidio.
La situación provocó como reacción una corriente ecológica y orgánica que recuerda a la que en su momento recomendó Steiner con el nombre de agricultura biodinámica, que a pesar de todo está siendo considerada en una Unión Europea en apuros y es experimentada entre nosotros por el Inta.
El deterioro del suelo se relaciona con el cambio climático que provoca sequías severas, precipitaciones violentas; implica un "cambio en la salud del suelo" como define la FAO mientras Europa reclama cambiar la estrategia.
Las mediciones de la universidad holandesa de Wageningen indican que el 83% de los suelos agrícolas europeos tiene residuos de pesticidas y más de la mitad múltiples tipos de residuos.
La agricultura industrial, presentada como la llegada de la ciencia al campo, depende de fertilizantes químicos y ha llevado al menosprecio de la fertilidad natural del suelo y a tomar los medios arcaicos de preservarla como residuos supersticiosos de edades oscuras. El resultado ha sido la pérdida masiva de la materia orgánica del suelo, que termina en la atmósfera como dióxido de carbono, uno de los gases responsables del efecto invernadero y de la crisis climática.
Quizá haya llegado el momento de la humildad, de "desaprender todo lo aprendido" como sugirió Steiner hace más de un siglo y repitió luego el filósofo inglés Aldous Huxley y entre nosotros, Arturo Jauretche.
En la naturaleza, desde millones de años, hay descomponedores como algunas aves, las lombrices y millones de microorganismos, que generan un ciclo que se cierra y se reinicia de modo de mantener la fertilidad del suelo: un perpetuo volver a empezar que amenaza detenerse con los métodos actuales impuestos por empresas multinacionales con fines crematísticos y por el uso indiscriminado del suelo para urbanizaciones que son fuentes de contaminación.
La humildad de las lombrices
La importancia de las lombrices en la fertilidad del suelo llevó a crear una disciplina especial, la lombricultura, en la década de los 80 del siglo pasado.
La crianza comercial de lombrices rojas californianas necesita de un espacio de 600 metros cuadrados para instalar piletas en la tierra, forradas con nylon.
El humus de lombriz tiene alto porcentaje de ácidos húmicos y fúlvicos. Su acción combinada permite dotar al suelo inmediatamente de nutrientes asimilables por las raíces con efecto regulador de la nutrición con efecto residual de hasta cinco años.
El humus tiene una alta carga microbiana (40.000 millones por grano seco) que restaura la actividad biológica del suelo. Opera en el suelo mejorando la estructura, haciéndolo más permeable al agua y al aire, aumentando la retención de agua y la capacidad de almacenar y liberar los nutrientes requeridos por las plantas en forma equilibrada.
Es un fertilizante biorgánico activo que mejora las características de los cultivos.
Es neutro, ni ácido ni alcalino; por eso se puede aplicar en cualquier tipo de plantación sin riesgo. En Europa, que sabe lo que es sembrar el suelos muertos que producen sólo gracias a la fertilización mineral, el compostaje puede sustituir a la fertilización química y en los desiertos de Arabia el compost es muy requerido para vivificar el suelo
Al cabo de dos años de trabajar la tierra con humus, se convierte en suelo orgánico, lo cual permite al productor una cosecha con más valor agregado.
Las lombrices se alimenta con cualquier sustancia orgánica en descomposición y se pueden criar en concentraciones muy elevadas, entre setenta y ochenta mil por metro cuadrado. Se reproducen en forma asombrosamente rápida ya que a temperatura ideal, ponen un huevo cada diez días y de él nacen entre siete y 22 crías, lo que hace que de cada lombriz, se obtengan aproximadamente diez mil descendientes. Esta cantidad puede pesar diez kilogramos y procesar ese peso de residuos diarios, produciendo el setenta por ciento de humus.
La lombriz alcanza su desarrollo a los tres meses, llegando a medir entre diez y doce centímetros con un peso de un gramo, vive 16 años y la perjudican tanto el exceso como la falta de humedad, pero no se alejan del lugar mientras tengan condiciones favorables y soportan veinte grados bajo cero y cincuenta grados de calor.
De la Redacción de AIM
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