El lenguaje llamado inclusivo tiene la finalidad declarada de no seguir discriminando a las mujeres, si no en la realidad social en su reflejo simbólico en el léxico y la sintaxis. Sin duda no se trata de que algunas modificaciones en el lenguaje eviten la discriminación, porque sería dar a las palabras un poder mágico que hoy se les niega.
Aunque configure muy poco la realidad, la lengua expresa sus problemas y prejuicios, sus excelencias y bajezas, sus riquezas y pobrezas, las estructuras de poder y de dominio.
¿Podrá volverse igualitaria la sociedad justo cuando el igualitarismo está en retroceso? Como sea, el cambio deseado no se produciría sino logrando primero y manteniendo después la igualdad social durante varios siglos.
La relación entre el sexismo del lenguaje y la situación de inferioridad social de la mujer, no es tan evidente como parece a los promotores del lenguaje inclusivo. Hay lenguas como el árabe y el turco que no tienen diferenciación de género; pero la igualación en el lenguaje está lejos de corresponderse con la igualdad en la sociedad. En el ámbito del lenguaje puede haber indistinción entre los sexos, pero no así en las sociedades.
Los cambios lingüísticos no suelen producirse conscientemente, a medida de una necesidad ideológica o política, sino insensiblemente y casi sin que los hablantes se percaten. Por ejemplo: "rueda" deriva del latín "rota". La "t" es una consonante "sorda", no usa las cuerdas vocales. Para pronunciar "rota" es necesario usar las cuerdas vocales en la "o", cesar en la "t" y volver a usarlas en la "a". Pero en “rueda” no es necesario ese esfuerzo porque la "d" intervocálica es sonora. El proceso que lleva de "rota" a "rueda", largo e insensible, inadvertido para los hablantes que son pasivos ante él, termina en una identificación ingenua del objeto rueda con la palabra que lo designa, sin consciencia de los hechos fonéticos.
Los cambios impulsados por el lenguaje inclusivo no responden al azar ni a criterios lingüísticos de eficiencia sino a intenciones políticas conscientes; tratan de anular el sexismo implícito en la lengua con intención reivindicativa, quieren eliminar una injusticia social milenaria incidiendo en el lenguaje que la expresa.
Algunos filósofos antiguos, como el árabe medieval Ibn Arabí, pusieron el lenguaje en el foco de su atención. Ibn Arabí, retomando la tradición de la filosofía perenne, simbolizó escritas en el Liber Vitae las “letras trascendentes”, las esencias platónicas. La palaba es para Ibn Arabí el aspecto exterior, manifestado, del pensamiento, que es el aspecto interior, no manifestado o transcendente, de la palabra.
Ibn Arabí expresa de manera simbólica algo que el psiquiatra francés Lacán expuso dentro de la tradición psicoanalítica considerando que la experiencia humana está codificada en un lenguaje inconsciente del que los lenguajes positivos son una expresión consciente imperfecta.
El lenguaje llamado inclusivo por ahora sirve más para excluir que para incluir debido al fuerte componente ideológico negado por sus promotores, que no se sienten impulsados por un poder mayor. Su punto de atención principal son las marcas gramaticales, en particular las que determinan que sea la forma masculina la que generalice cuando se quiere incluir a hombres y mujeres en una sola expresión. Por ejemplo: "todos somos humanos" incluye a hombre y mujeres en "todos" y en “humanos” sin que sea necesario decir "todos y todas somos humanos y humanas".
Persiste la tendencia a confundir género gramatical con sexo biológico. Antonio de Nebrija, en la primera gramática castellana, de 1455, advirtió que el género es lo que sirve en el lenguaje para distinguir macho de hembra, pero aclara que no es lo mismo que distinguir masculino de femenino, es decir, separa sexo de género. El sexo es una característica de algunos seres vivos, entre ellos los humanos; el género de algunas palabras.
En castellano, a diferencia de otros idiomas, el masculino tiene tres grados: o/e/ cero. Por ejemplo son masculinos el mono, el presidente o el profesor. En el caso de el mono, se construye el femenino cambiando la o final por a: mono/mona; en el caso de presidente, cambiando la e por a: presidente/presidenta, y en el caso de profesor, agregando una a: profesor/ profesora. Es decir, en los casos en que el sustantivo de género masculino termina en o, en e o no tiene terminación que indique género (grado cero, como “profesor”), el femenino termina en a. Esta es una de las razones lingüísticas de generalizar en masculino.
El lingüista español Ignacio Bosque, en un análisis del lenguaje inclusivo a pedido de las Cortes Generales de su país, admitió que en la sociedad contemporánea las mujeres son discriminadas y que hay comportamientos verbales sexistas. Pero en este punto es necesario insistir en que el lenguaje sirve para mentir tanto como para decir la verdad, para discriminar como para tender puentes, para revelar la verdad como para engañar, para ser claros y concisos como para confundir, disparatar, discriminar y balbucear. Si en nombre de la corrección política o de una presunta mejora se cercena o censura alguna de estas funciones, el propio lenguaje, más allá de la voluntad de los hablantes, seguramente la restaurará quizá peor que antes.
Las mujeres sufren discriminación, pero ¿cuáles son las medidas que la evitarían? Bosco pone ejemplos de mujeres científicas feministas que luchan por sus derechos pero no aceptan las cuotas legales de participación en cargos públicos o en el directorio de empresas, por ejemplo, ni se suman al desdoblamiento lingüístico en la coordinación explícito en "todos y todas", "amigos y amigas", "ellos y ellas", "los y las", etc, etc.
Pone algunos ejemplos que pueden ser útiles para advertir en qué complejidades se meten los que tratan de modificar la sintaxis, las reglas de ordenación de las palabras en el discurso, donde no se puede tocar una parte sin afectar al resto, sin importar qué tan loables sean las intenciones.
Por ejemplo: la expresión: "Nadie quedó contenta" fue rechazada por las alumnas de Bosco de la universidad complutense de Madrid. Se trataba de estudiantes de lingüística que estaban capacitadas para reflexionar sobre el tema, a diferencia de los militantes que salen a expresarse en un galimatías confuso y gravoso.
La pregunta "¿quién quedó contenta?" fue aceptada porque el hablante se puede representar un complemento partitivo tácito (¿Quién de ellas?). Pero no en “Nadie quedó contenta”, porque no se admite tal complemento: no se puede pensar en "Nadie de ellas".
Otro ejemplo: "Juan y María viven juntos". Es desencaminado el distributivo "viven juntos y juntas". Si optáramos por decir "viven en compañía", aparecería de inmediato la pregunta tácita ¿de quién?
El distributivo en cuestión, que puede volverse tan pesado e inoportuno que impida hablar si se aplica rigurosamente, tiene no obstante larga vida en castellano, con fines expresivos. En el cantar del Mío Cid, el primer monumento de la lengua castellana, leemos: Mío Cid Rodrigo por Burgos entróve/ van en su compaña sesenta pendones; /salen a verlo mujeres y varones, burgueses y burguesas a las ventanas se ponen/
El autor desconocido escribió su obra posiblemente en Medinaceli, Soria, alrededor del 1200, por lo que tiene más de ocho siglos. Menciona a varones y mujeres, burgaleses y burgalesas (oriundos de Burgos) como recurso expresivo para mostrar que todos estaban de parte del Cid ("qué buen vasallo si tuviese buen señor")
Cualquiera, varón o mujer, puede informarnos que ayer estuvo con sus hermanos comiendo en la casa de sus padres. Debió decir, con rigor inclusivo, "ayer estuve comiendo con mis hermanos y mis hermanas en la casa de mi madre y de mi padre". Zafaría del pecado de sexismo, pero incurriría en el de largura. En otros idiomas hay una palabra para designar a los padres, padre y madre. En alemán, por ejemplo, padre de dice "Vater" y madre, "Mutter". Padres, ambos, se dice "Eltern", de modo que no hay ambigüedad. Pero no es así en castellano, donde el plural de padre, varón, sirve para designar tanto a varios padres como al padre y la madre de alguien.
Los casos y argumentos podrían extenderse sin fin, pero baste para dar una muestra de lo farragoso que puede ser el lenguaje inclusivo no sexista, una muestra tomada de la constitución actual de Venezuela, el librito azul que suele agitar Maduro en sus apariciones televisivas.
De paso, el uso de la "e" para sustituir la o y generar una suerte de género neutro, y la distribución "amigos y amigas, tuyos y tuyas, todos, todas y todes," etc, para evitar la generalización en masculino, no parece constituir un lenguaje de uso común, sino una forma ideológica de expresarse frente a los micrófonos y a las cámaras de televisión. Los que en esos casos la usan, vuelven al idioma común tan pronto las cámaras se apagan.
De la Redacción de AIM.
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