El universo es mil millones de billones de billones más grande que el cerebro humano. Pero la idea antigua de que el cosmos es mental y que "como es arriba es abajo para que se realice la unidad" parece volver en algunos ámbitos científicos que marcan la similitud entre la estructura del cerebro y la del cosmos.
El cerebro no es solamente un órgano del cuerpo, es también el más complejo y el que permite indagar el universo de que forma parte.
El cerebro tiene unos 90.000 millones de neuronas, tantas como todas las galaxias. Es parte del universo, es el órgano que nos permite entenderlo. El universo puede ser tan fabulosamente grande como se quiera, pero existe como en nosotros como representación.
La burbuja del saber
El neurocientífico sudafricano Henry Markram, profesor en Suiza y autor del proyecto "Cerebro Humano" sostiene que el cerebro construye una versión del universo y la proyecta como una burbuja a nuestro alrededor.
Es posible sospechar entonces -sin prueba- que todo lo que estamos seguros de que existe, lo que nos acompaña en la vida cotidiana, existe porque está dentro de la burbuja de la percepción de cada uno.
Estos temas están abundantemente tratados en el libro de David Jou “Cerebro y Universo, dos cosmologías”. Jou es un científico catalán y también poeta; catedrático de física en la Universidad Autónoma de Barcelona.
El cerebro es pequeño, menos de un kilo y medio, pero es laberíntico y complejísimo y ofrece la sensación de totalidad que suele acompañar a lo inabarcable.
El espacio físico es enorme en extensión y el cerebro enorme en complejidad. El universo está poblado de galaxias y el cerebro de neuronas y sinapsis. Parece natural pensar en lo infinitamente pequeño como homólogo de lo infinitamente grande "para realizar el misterio de la unidad".
La vida moderna, nerviosa y agitada, apenas nos permite momentos de paz que los contemporáneos no suelen usar para gustar del silencio sino más bien para evitarlo, para que no los enfrente con lo que no quieren ver sino para buscar distracción en otras formas de ruido.
El espacio exterior a la galaxia dejó de ser impenetrable hace un siglo, casi al mismo tiempo que el espacio interior del cerebro.
La astronomía de una parte y la neurociencia de otra nos ponen frente a inmensidades de vértigo, justo cuando -para tomar palabras de Nietzsche- la modernidad ha secado el mar, ha borrado el horizonte y ha desligado la Tierra del Sol.
Es decir: ha dejado sin satisfacción la necesidad de trascendencia; ha anulado las referencias que daban sentido a la vida y nos amenaza con un naufragio en la Nada.
Organismo o máquina
Los antiguos interpretaron el universo como un organismo. En lugar de ver en él constelaciones inconexas, lo consideraron una entidad viva cuyas partes eran órganos: tenían un dinamismo y ejercían una función. Es más, esa función coordinaba las partes con vistas a la vida plena y libre del organismo. Se creía entonces en una unidad profunda de vida y cosmos.
Siglos después, la astronomía cuantitativa y la mecánica física interpretaron el universo como una máquina y las constelaciones como engranajes. Pero la interpretación del cosmos como máquina plantó una semilla que no tardaría en fructificar: la interpretación de los animales y del ser humano también como máquinas.
Si el auge actual de la biología molecular nos llevara a volver a la idea del universo como organismo más que como máquina, no sería como transformador de materia sino como procesador de información.
El estallido de los orígenes
Jou recuerda que una teoría bien asentada asegura que en el inicio del universo la materia y la antimateria, que se aniquilan mutuamente, existían en cantidades casi iguales. La materia que hoy vemos es la pequeña porción que quedó de la inimaginable anulación mutua de los comienzos, de la que un sobrante es todo el universo.
Por eso sería posible un universo sin materia, si ésta se hubiera anulado totalmente en el choque con la antimateria y solo hubiera quedado la luz.
Entonces el universo sería solamente información transportada por luz, por fotones. Es la información la que vincula la enormidad del cosmos con la enorme densidad especulativa del cerebro.
Es tanto como afirmar que todo puede reducirse a información procesada por el cosmos y el cerebro, sin materia ni antimateria.
La información gana protagonismo
La información tiene varias características excepcionales, que le dan un papel único en la vinculación del cerebro con el cosmos. Por ejemplo, si queremos encontrarle una causa, aparece de inmediato la misma información como causa
No es tiempo ni espacio, es más bien la base del tiempo y del espacio, pero sin dimensión propia de existencia.
Todo objeto ideal o material está compuesto de información, que es la base de toda realidad. Todo lo que el cerebro pueda interpretar, desde las galaxias hasta los recuerdos de infancia, es información.
La sustancia de las cosas físicas, que por sólidas nos parecen reales, está hecha de la intersección de infinidad de informaciones.
Un objeto cualquiera, por ejemplo una silla, es reconocible por algunas informaciones: sus patas, su asiento, su respaldo, su tamaño y su peso, informaciones que la distinguen de cualquier otro objeto.
Pero a su vez, cada constituyente de la silla, por ejemplo una pata, está a su vez constituido por infinidad de informaciones a las que habitualmente no atendemos, pero que pueden ser descubiertas por ejemplo por la química o la física. La información está en todas partes interceptándose y creando infinidad de formas.
Jou se extiende luego en consideraciones sobre la posibilidad de reducir el cosmos y el cerebro a formulaciones matemáticas o si quizá hay leyes que no se puedan expresar matemáticamente.
Las matemáticas podrían ser una ficción convincente, sólidamente construida, que permite proyectar leyes que hagan comprensible -y tranquilizante- a un mundo esencialmente caótico, sin leyes.
Jou afirma que la información permite tender puentes entre la biología y la física que no podrían establecerse por el mero estudio uniforme de la materia mediante leyes matemáticas.
Como palimpsestos
Los antiguos solían borrar los pergaminos para volver a usarlos, para escribir otros textos sobre ellos porque eran caros y difíciles de obtener. Esos pergaminos vueltos a escribir se llamaban palimpsestos, y Jou los compara con el cielo y el cerebro, donde están escritas diferentes historias en una misma textura. La totalidad incluye el presente y el pasado.
Dios, o sea la naturaleza, es una frase del filósofo judío holandés, de origen español, Benito Spinoza. No era la naturaleza sensible sino la que se expresa en las leyes que rigen su comportamiento. Cuando Einstein contestaba a sus alumnos que él creía en al dios de Spinoza, se refería a la razón que subyace a leyes físicas.
Para Jou, la razón del cosmos es el conjunto de leyes inteligibles, y la del cerebro es la capacidad humana de entenderlas. En un más allá que al parecer nunca deja de manifestarse, que jamás se rinde, está el misterio, lo incomprensible, lo dionisíaco, lo monstruoso.
De la Redacción de AIM.
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