En 1979 la selección argentina de fútbol obtuvo el campeonato mundial juvenil en Tokio con César Menotti como técnico y Diego Maradona en la cancha.
La delantera de aquel gran equipo estaba formada por el "Pichi" Escudero a la derecha, el riojano Ramón Díaz en el centro y Gabriel Calderón a la izquierda.
El suplente de Ramón Díaz era un jugador de Vélez Sarsfield, José Luis Lanao, que se fue rápido a España y a los 26 años debió abandonar el fútbol afectado en las piernas por un virus que lo dejó inválido. Pudo volver a caminar, pero nunca a patear una pelota.
Lanao vive en Logroño, en La Rioja española, desde que dejó la Argentina. Sin fútbol, se dedicó al periodismo y al comercio.
En un reciente artículo periodístico publicado en Buenos Aires, se refiere a 2020 como "el año en que el fútbol neoliberal nos hizo invisibles": tribunas vacías, hinchas convertidos en hologramas, el entusiasmo que bajaba cálido de tribunas repletas convertido en un recuerdo que comienza a languidecer.
Lanao recuerda que se acaba de cumplir medio siglo de la publicación de un ensayo sobre la responsabilidad social de las empresas de un pope del neoliberalismo, Milton Friedman, uno de los pioneros de la escuela de economistas de Chicago.
En ese ensayo, que partió las aguas en la historia moderna de la economía, Friedman se muestra tan polémico y provocativo como siempre, ya desde el titulo: "La responsabilidad social de los negocios es aumentar el beneficio"
Para Friedman, fiel a la concepción de la economía de la que fue el portaestandarte durante un tiempo, la única responsabilidad social de las empresas es maximizar sus beneficios.
Después de exponer argumentos que subrayan que si un gerente distrae recursos para la solidaridad social está robando a sus empleadores y traicionando su misión, Friedman libera ante sus lectores, los del New York Times en 1970, el terror final: "La doctrina de la “responsabilidad social” implica la aceptación de la visión socialista según la cual son los mecanismos políticos, y no los mecanismos de mercado, la manera apropiada de determinar la asignación de recursos escasos a usos alternativos"
El valor de este escrito fue dar la señal de largada para que salgan de caza algunos depredadores importantes: Pinochet, Martínez de Hoz, Reagan, Thatcher, y los que los siguen hasta hoy.
Friedman marcó un cambio sustancial en los modos propios del capitalismo: el clásico de Adam Smith, Ricardo o Marx explotaba a los asalariados; el neoliberal explota a los consumidores. Las mayorías deben acumular bártulos de todo tipo, que más embarazan que liberan, para que las minorías acumulen capital. Al cabo de algunas décadas, ese esquema económico y social vino a terminar en la necesidad de "reiniciar" (resetear) el mundo porque los acumuladores de capital acumularon deudas tan enormes que el mundo estalló en sus manos.
El gatillo del reseteo es un ser invisible que no obstante mete más miedo que si nos viniera encima una galaxia: un virus disfrazado de demonio.
Fiel al punto de vista que adoptó en la temprana adolescencia, Lanao sostiene que la neoliberal es una época de falso esplendor. Contra las ilusiones políticas de los que recomiendan paciencia y trabajo de hormiga, dice que las desigualdades "no se disuelven con el mito de la inclusión individual en sistemas excluyentes, sino con la transformación radical de los sistemas de dominación".
Francisco Martínez, de la Universidad de Granada, da forma literaria y científica a las intuiciones que Lanao centra en el fútbol. Martínez muestra cómo la perspectiva neoliberal, declarada única posible, se introdujo en los sistemas educativos generando un prototipo de "homo economicus” que proscribe rigurosamente la justicia social, a la que convierte en injusticia mediante un ardid intelectual.
Los cambios inducidos por el neoliberalismo, hasta el reseteo que necesita para continuar en carrera, responden a normas de globalización financiera descontrolada, que llevaron al individualismo y a la descomposición social.
Martínez ve una solución dentro del sistema apostando por una justicia social que recupere su función propia en democracia y abandone el mercantilismo que ata toda actividad al sercicio del capital.
En 1970, Milton Friedman invitó a aumentar las ganancias sin preocupaciones morales; esa es la responsabilidad de las empresas. Ya se encargarán los profesores de consolar a los que tengan cuestionamientos éticos.
Friedman empíeza negando la responsabilidad de las empresas, porque no hay más responsables que las personas, no las corporaciones.
Enumera: el empresario tiene muchas responsabilidades, como su familia, su conciencia, sus sentimientos de caridad, su iglesia, sus clubes, su ciudad, su país. "Puede que se sienta obligado por dichas responsabilidades a dedicar parte de sus ingresos a causas que considera respetables, a rechazar trabajar para ciertas corporaciones, e incluso a abandonar su trabajo, por ejemplo, para incorporarse al ejército de su país. "Si lo deseamos, podemos referirnos a algunas de estas responsabilidades como responsabilidades sociales.
Pero hace notar que el empresario, al ejercer estas responsabilidades está gastando dinero, tiempo o energía, "el dinero de sus empleadores o el tiempo o la energía que por contrato se comprometió a dedicar a los objetivos de los mismos."
Friedman aclara que el empresario puede hacer lo que quiera con su dinero, su sueldo, o como parte de la política de la compañía si muestra a los accionistas que esas acciones aumentarán el valor de la empresa.
Aclara que las personas no actúan, y por eso no tienen responsabilidad moral.
Vuelve a la "mano invisible" para explicar la aparición de limitaciones en materia de trato laboral y contaminación a pesar de no ser obligaciones legales, pero que los empresarios siguen porque mejoran la competitividad.
Contra todas las objeciones, Friedman hace valer la perspectiva utilitarista, porque para él al final resume todas las demás y le da sentido...en un mundo dominado por el utilitarismo y que no ve otras justificaciones que la utilidad.
De la Redacción de AIM.
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