Por estos días circula en la propaganda política preelectoral la afirmación de que la justicia social es un robo, es quitar a unos para dar a otros, es desmoralizadora y nos convierte en una sociedad de saqueadores.
A pesar de la pretensión de novedad que nimba a la escuela austríaca de economía -de donde proviene esa apreciación- no es algo nuevo; es la afirmación plena, con poca oposición teórica actual, de la mentalidad que nació en la Europa del siglo XI.
Donde nace la tormenta
El filósofo e historiador argentino José Luis Romero sostiene que entonces reaparecieron en Europa las ciudades, que habían sido abandonadas como sitios peligrosos cinco siglos antes, cuando las invasiones bárbaras y la religión arruinaron el imperio romano.
Europa volvió a ser poco a poco desde el siglo XI un mundo de ciudades, como había sido en el imperio, pero con mucha más intensidad.
Los habitantes de las nuevas ciudades, los burgueses, lograron contra el orden feudal libertad de movimientos, de matrimonio y de comercio e hicieron crecer la riqueza dineraria.
El poder político no impidió la acumulación de riqueza a diferencia de otras civilizaciones, donde el monarca ponía coto rápidamente a cualquier enriquecimiento que le pareciera excesivo.
Según Romero se enfrentaron entonces dos mentalidades: la urbana, progresista; y la rural, tradicionalista.
En este enfrentamiento, que podría entenderse como lo sagrado frente a lo profano, la parte profana es la mentalidad del burgués gozador de la vida, ansioso de gloria y fortuna, capaz de cambiar el orden social, alterar las formas de convivencia y modificar los objetivos del ser humano.
Para el hombre común la vida era cada vez más una lucha por dominar su entorno y alcanzar desde la satisfacción de necesidades básicas hasta los mayores lujos.
Entonces se comenzó a desdeñar la pura contemplación y a estimar el mundo más que el trasmundo. La meditación cedió ante la acción, la teoría ante la práctica, la costumbre ante la novedad.
De ahí surgieron según Romero el naturalismo, el activismo y el individualismo, rasgos característicos de la mentalidad burguesa, la misma que hoy con ademán de vencedores considera aberrante que donde haya una necesidad haya un derecho y que la justicia social es un robo, como antes se dijo de la propiedad.
La mentalidad naciente hace un milenio busca la gloria y la fortuna, y pone el saber al servicio de la utilidad. Burguesía naciente era también individualismo naciente.
La escuela austríaca se afirma en un individualismo extremo, en una atomización que acepta las entidades colectivas solo en el sentido nominalista, como meros nombres de cosas que existen en la mente, pero no en la realidad.
Para Ludwig von Mises, uno de los padres fundadores, bajo esta consideración caen entidades como el Estado, las naciones, los partidos: "los conjuntos colectivos no existen allá afuera, existen en las mentes y en los actos de los individuos, y como tales, determinan el curso de los eventos humanos pues, la sociedad misma no es ni una sustancia, ni un poder, ni un ser actuante”
Es decir, estamos de regreso en el nominalismo medieval de Guillermo de Occam, en los universales como nombres y nada más, en el dominio creciente del individualismo burgués que hoy declara a la justicia social falsa, inexistente, cosa de ladrones timadores, ansiosos de saqueo y de vivir de lo ajeno.
La voz de la historia
En su libro "En Deuda", el malogrado antropólogo estadounidense David Graber retoma la historia económica de la humanidad desde los primeros datos en la antigua Mesopotamia.
En un trabajo sorprendente porque une la erudición a la cultura popular, Graeber sepulta las aspiraciones teóricas ultracapitalistas, que parecen reforzadas en nuestro tiempo de declinación de la cultura nacida a fines del medioevo europeo.
Supone que nuestra época, que él conoció hasta 2020 cuando murió en Venecia, tiene similitudes con el período entre 1918 a 1939, un período de guerras y revoluciones donde se produjo una quiebra del sistema financiero.
Las declamaciones estentóreas contra la justicia social como robo son compatibles con la vuelta enconada del capitalismo a la búsqueda de rentas. Se rehacen los niveles de desigualdad y arbitrariedad que hubo en el Antiguo Régimen, que terminó la revolución francesa; pero ahora se trata de ocultar hechos que cualquiera vería si los velos simbólicos no taparan los ojos.
La ayuda mutua, que ha existido en todo tiempo y no sólo en las sociedades humanas, deriva de que en esencia "nadie es más que nadie, nadie es menos que nadie y a todo hay quien gane", como sostiene el viejo proverbio castellano.
Ayudarse entre iguales es la norma fundamental, la que está enraizada en la naturaleza, también para las sociedades capitalistas, pero el capitalismo tiene para distorsionar esta predisposición una capacidad enorme, tan grande como la que tiene para sobrevivir.
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