Corre como doctrina segura que la democracia moderna se sustenta en los partidos políticos, definidos como asociaciones voluntarias de ciudadanos que se organizan para conquistar el poder mediante el voto, con base en ideas compartidas resumidas en programas.
Desde la reforma de 1994, la constitución argentina presenta a los partidos políticos como "instituciones fundamentales del sistema democrático". Los partidos son necesarios en la política actual porque no parecen posibles los sistemas asamblearios o la democracia directa.
La constitución supone que los partidos tienen un funcionamiento democrático; pero pasa por alto una objeción: una cosa es que hacia afuera sean el fundamento de la democracia, y otra que sean democráticos ellos mismos, hacia adentro.
Hace más de un siglo, el sociólogo ítalogermano Robert Michels, nacido en 1876 en Colonia, Alemania, y muerto en 1936 en Roma, afirmó que los partidos tienden inexorablemente a un funcionamiento oligárquico.
Michels analizó la socialdemocracia alemana, a la que estaba afiliado, en un período de graves convulsiones sociales que dieron lugar a la primera guerra mundial y al fascismo.
La ley de hierro
La conclusión de Michels en su libro "Los partidos políticos", publicado en la Argentina por Amorrortu Editores, recibió la designación de “ley de hierro de la oligarquía”, quizá debido al ejemplo anterior de la "ley de bronce de los salarios", nombre que Ferdinand Lasalle aplicó al "salario natural", de David Ricardo.
Las ideas de Michels, a pesar de múltiples ataques y contraejemplos, siguen vigentes hoy en día porque el comportamiento de los partidos las corrobora hasta el detalle, más allá de las negaciones o justificaciones, y del paso del tiempo.
Michels encontró en su análisis de la socialdemocracia alemana que la organización envuelve la tendencia a la oligarquía. "En toda organización, ya sea un partido político, un gremio profesional u otra asociación de ese tipo, se manifiesta la tendencia aristocrática con toda claridad”.
La organización origina el dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los que delegan. "Quien dice organización, dice oligarquía”.
La élite cierra el círculo
Los partidos representan a los ciudadanos en la toma de decisiones. Pero a medida que el derecho al voto se generalizó, y que cada vez más personas obtuvieron representación, se fortaleció la tendencia de los representantes a burocratizarse, a relacionarse menos con sus representados y más con representantes de otros partidos, con sus verdaderos pares. Al final se forma un círculo elitista, oligárquico, que trata de mantener los privilegios que acompañan a su posición social más que cumplir el mandato de sus representados.
Es un resultado de la evolución de la organización, que a medida que se desarrolla complica la administración y exige la especialización. A medida que crecen como organizaciones que no son meros clubes políticos como antaño, la organización de los partidos que reúnen masas se complica.
Burocratización y endurecimiento
Los líderes y los trabajadores del partido se especializan, de modo que cuanto más sólida y compleja es la estructura más clara es la necesidad de poner al frente a un líder profesional.
Termina el tiempo de los líderes espontáneos, que trabajan gratuitamente por el partido, y llega el tiempo de los líderes profesionales, que son difíciles de reemplazar; es decir, la tendencia a la burocratización y a la oligarquía es de origen técnico y práctico.
Otra ley que formula Michels es que el aumento de poder de los líderes es directamente proporcional al tamaño de la organización, como se puede constatar en la evolución del gremialismo argentino, por ejemplo.
Los líderes que respondían a la voluntad de sus representados se independizan del control cuando el partido se convierte en organización de masas.
Han adquirido una seguridad nueva, la que deriva de conocimientos y habilidades que el común de los partidarios no tiene y alcanzaría muy difícilmente. Pero por el camino la democracia, que era la aspiración fundacional del partido, se ha convertido en oligarquía para adentro, aunque mantenga su figura hacia afuera.
Michels lo define: “el advenimiento del liderazgo profesional señala el principio del fin para la democracia”, y agrega que el control democrático de los líderes se reduce hasta convertirse en un infinitésimo, una cantidad muy próxima a cero, despreciable en una suma frente a los otros sumandos.
Aparece entre otros un síntoma que llama la atención: por democrático que sea un partido hacia afuera, casi invariablemente sus líderes son hostiles a algunos mecanismos que pondrían en juego su permanencia, como la revocatoria de los mandatos.
Al final, la situación de desbalancea por completo y los líderes profesionales alcanzan sobre las masas un poder ilimitado, es decir, la estructura oligárquica aplasta el principio democrático básico. "El medio se convierte en un fin y los partidos democráticos dejan de serlo para servir mejor a la democracia".
La estructura democrática de la sociedad se sostiene formalmente, porque cada partido es democrático y porque necesitan de elecciones, leyes y representantes legislativos, por los que están dispuestos a competir en paz, aunque con un ojo en el arma.
Internamente han destruido la democracia y la han reemplazado por una oligarquía. Finalmente, son poderes oligárquicos con base democrática, resultado de una necesidad orgánica que afecta a todo tipo de organizaciones.
Ganar elecciones es lo primero
Michels define a los partidos políticos modernos como máquinas de ganar elecciones, "aparatos" que al funcionar trituran la democracia interna. Un resultado electoral como el del 12 de setiembre es capaz de poner de manifiesto estructuras reales que los discursos no alcanzan a disimular, pero todavía pueden sorprender por la reacción desmedida, casi alérgica, producida por una elección irrelevante.
La situación habitual en las sociedades modernas es que haya un número pequeño de gente verdaderamente interesada en tomar decisiones en el seno de los partidos, mientras la gran mayoría acepta lo que deciden los líderes con los que se sienten identificados y a los que llegan a venerar.
En el momento de las elecciones aparecen candidatos que pertenecen a la élite de los partidos, a una oligarquía de apariencia democrática. Los ciudadanos tienen sólo oportunidad de elegir entre diferentes oligarcas, pertenecientes a la clase política, de la que los votantes no son miembros sino espectadores, a veces aplaudidores entusiastas.
Lo mejor de lo peor
Las elites de los partidos no son cerradas. Michels usa el concepto de "circulación de las élites" que permite una renovación mediante la incorporación de elementos provenientes de la masa, con la condición de que se integren a la oligarquía partidaria. Es el caso de cantores, deportistas y famosos de diverso origen que simulan renovación política. La mentalidad elitista los considera "lo mejor de lo peor" por provenir de las masas.
La idea de circulación fue aplicada en Nuestra América con el nombre de "rotación de las oligarquías", en la que las fuerzas armadas tenían el papel de árbitro de la rotación cuando ésta no se podía decidir en elecciones sino mediante golpes de estado o cuartelazos. Más adelante, los cuartelazos quedaron desactualizados y comenzaron a emplearse "golpes blandos", en que la prensa tiene un lugar preponderante.
Un síntoma de elitismo dentro de los partidos es la falta de participación real de la mayoría, a diferencia de la exigencia que parecía natural a los antiguos griegos.
Griegos y persas
Según Tucídides, Pericles caracterizó así a la democracia ateniense: “todos cuidan de igual modo de las cosas de la república que tocan al bien común, como de las suyas propias; y ocupados en sus negocios particulares, procuran estar enterados de los del común”.
La política no sería en ese tiempo, hace 25 siglos, una lucha de pocos por el poder sino el interés de todos por las cuestiones comunes. Cuando esta idea declinó, Atenas decayó y la democracia dejó de existir hasta la renovación moderna, ya no en los términos de Pericles sino en los de Michels.
Cuando la decadencia griega ya había comenzado, Eurípides escribió: “Vives en la Grecia y no en un país bárbaro, y has conocido en ella lo que valen el derecho y las leyes, no la arbitrariedad y la violencia”. Ya está latente acá una distinción que haría carrera y llevaría a los pueblos "civilizados" a intentar imponer sus modos de convivencia a los "bárbaros".
Cuenta la historia que cuando un grupo de milesios fue a entrevistar a Jerjes para tratar de disuadirlo de su idea de invadir Jonia, el emperador persa se burló de ellos señalando que los griegos se estafaban unos a otros en el mercado mediante intercambios fraudulentos, en el mismo sitio donde pretendían establecer las leyes que los hacían sentirse superiores a los bárbaros.
El valor de la prensa
En nuestra democracia, la lucha por el poder se da entre élites, con participación de las masas más como comparsas que como protagonistas. Las élites se ocupan de mantener a las masas en la ignorancia y hacerlas cada vez más dependientes, al tiempo que les dirigen alabanzas. Las masas se ven inducidas a vivir aquella vida que Heidegger consideraba "inauténtica" al punto de que no vale la pena vivirla.
En este punto, la prensa tiene un papel relevante: es el medio más importante para que las masas escuchen lo que las élites quieren hacerles escuchar y para que se formen de sus dirigentes la opinión que las elites necesitan para sostener su dominio. Para los adversarios que lleguen a cuestionar en serio a las oligarquías, éstas tienen previsto el destierro, la denigración, el desprestigio o la muerte.
Mediante la prensa, las élites logran que las masas tengan una opinión que termina arrasando los argumentos que superen el límite de lo prudente.
Hoy no existen diferencias sustanciales entre los miembros de la élite, porque la democracia es el poder de pocos. Esta situación es a su vez denunciada por los que consideran "traidores" a los que están cómodos en sus sillones. Si los denunciantes llegan a imponerse, se transforman en una élite nueva, en una aristocracia y finalmente en una oligarquía. Es posible que este círculo vicioso no tenga fin o por lo menos, tenga larga vida.
Por Fortunato Calderón Correa.
De la Redacción de AIM.
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