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Caleidoscopio
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La imagen porno y posporno

Solemos ver como los medios de comunicación cuelgan notas tituladas “¿qué tipo de porno consumen los argentinos?”, ¿cuántos clicks en sites porno dieron los entrerrianos en 2021? Es cierto que asistimos a un tiempo de saturación pornográfica donde la representación y consumo de la sexualidad espectacularizada dominan la escena pero generalmente esas notas de color carecen del menor análisis de los vectores estéticos y políticos que atraviesan el tópico. Va a preguntarse Paul B Preciado en un viejo opúsculo: ¿cómo funciona la pornografía dentro de los mecanismos políticos de normalización del cuerpo y la mirada en la ciudad moderna? Por: Por Valentín Ibarra, para AIM.

Un importante portal de noticias especializado en economía subió, recientemente, un listado de las supuestas categorías de sexo explícito y los nombres de las pornostars más buscadas en 2021 y dudamos de su rigurosidad ya que curiosamente por no decir sospechosamente, solo se corresponden con el ideario heterosexual, blanco, urbano, de clase media: ¿acaso existe sólo un tipo de porno posible?, entre tantas otras posibilidades nos preguntamos ¿qué hay más allá de los cuerpos hegemónicos y de una sesgada narrativa estética?

El Museo secreto y el control de lo socialmente visible
La noción moderna de pornografía apareció entre 1755 y 1857 dentro de una retórica museística como efecto de la controversia que suscitó el descubrimiento de las ruinas de la ciudad romana de Pompeya y la exhumación de un conjunto de imágenes, frescos, mosaicos y esculturas que representan prácticas sexuales y del debate acerca de la posibilidad o imposibilidad de que fueran vistos públicamente. Todo aquello requirió una nueva taxonomía que permitiera establecer distinciones entre los objetos accesibles a la mirada y aquellos cuya visión debía ser objeto de la custodia estatal. Las autoridades decidieron entonces seleccionar ciertas imágenes, esculturas y objetos y formar con ellos la colección secreta del museo borbónico de Nápoles, conocida también como Museo Secreto.
La construcción del Museo Secreto implicó el levantamiento de un muro, la creación de un espacio cerrado y la regulación de la mirada a través de dispositivos de vigilancia y control. Según decreto real, sólo los hombres aristócratas (ni las mujeres, ni los niños ni las clases populares) podían acceder a ese espacio. El Museo Secreto efectuó una segregación política de la mirada en términos de género, clase y edad.

El muro materializó estas jerarquías construyendo diferencias político-visuales a través de la regulación de la mirada.

La noción de pornografía que la historia del arte agenció es sobre todo una estrategia para trazar límites a lo visible y lo público. En el Museo Secreto se inventaron también nuevas categorías de infancia, feminidad y clases populares en concordancia con el higienismo dominante en la época.

Frente a estas nuevas normativas, el cuerpo masculino aristocrático apareció como una hegemonía político-visual, es decir, quien tiene acceso a la excitación sexual en público, por oposición a aquellos cuerpos cuya mirada debe ser protegida y cuyo placer debe ser controlado. Así la definición de 1864 del Diccionario Webster en inglés de pornography es: “aquellas pinturas obscenas utilizadas para decorar los muros de las habitaciones en Pompeya, cuyos ejemplos se encuentran en el Museo Secreto”.

Saltos tecnológicos. Nuevos dispositivos y pautas de consumo
Hacia fines del siglo XIX, la fotografía y el cine emergieron como aparatos técnicos de intensificación de la mirada. Con estos nuevos soportes y su lenguaje aparecieron las denominadas “películas para solteros” inicialmente mudas y de corta duración, que funcionaban como prótesis masturbatorias en las que aparecían cuerpos desnudos y contacto físico en el contexto del burdel.

En palabras del historiador del cine, Román Gubern: la representación del falo en erección y de las prácticas sexuales ya existían en Grecia, Roma y la India, pero la reproductividad icónica masiva e hiperrealista de la fotografía y luego del cine, garantes de que aquello que se muestra aconteció realmente frente a la cámara, otorga un nuevo estatuto sociocultural a las representaciones eróticas. A partir de la lectura del texto “La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas”, podemos ver cómo las tecnologías de reproducción audiovisual fueron desplazándose unas a otras, generando distintos nichos de audiencia y consumo.

El cine separó sus aguas entre uno de corte convencional masivo y otro denominado “X” que evidenció un sello de semi-clandestinidad como rotulo indeleble que aun hoy no puede borrar.

Con la invención de nuevos dispositivos de reproducción, primero las videograbadoras y videocaseteras, posteriormente la realidad virtual, el desplazamiento del consumo de la industria pornográfica desde el espacio comunitario al privado ofreció un salto cualitativo y cuantitativo geométrico, completando un ciclo que se inició en el burdel pasando a las salas de cine, luego a las cabinas individuales, hasta llegar a la intimidad del hogar.

La pornografía se fue transformando en una industria de consumo mucho más expandida de lo que parece y actualmente presenta un amplio abanico de dispositivos destinados al agenciamiento del sexo. Los subgéneros y categorías de la industria XXX se multiplican diariamente, pero a pesar a ello tiene su adherencia masiva a los ideales heteronormados ya sea por el lugar de la mirada (punto de vista del observador), por la disposición de los cuerpos y artefactos, por el escenario o por las palabras y las acciones están pensados para un ojo heterosexual, masculino y blanco.

En oposición a esta reafirmación de una sexualidad espectacularizada surgió el posporno, inventado en los '80 del siglo XX por el fotógrafo erótico Wink Van Kempen quien expuso un conjunto de fotos de genitales que en vez apuntar a la excitación, invitaban a la crítica. En este sentido, el cine pospornográfico feminista, experimental queer, no busca representar la sexualidad de los cuerpos no-blancos, trans, deformes y discas sino que trata producir contra-ficciones visuales, capaces de poner en cuestión los modos dominantes de la norma y la desviación. La pregunta gira en torno a cómo desplazar los códigos visuales, que históricamente han servido para designar lo normal o lo abyecto, sin perder el efecto del estímulo erótico amplificado. Es a este ejercicio de crítica y reapropiación de las tecnologías, a lo que llamamos pospornografía, un conjunto de representaciones experimentales que surgen de los movimientos de empoderamiento político-visual de las minorías.

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